El aislamiento social, preventivo y obligatorio al que la pandemia conmina ha hecho que la práctica psicoanalítica se desarrolle a través de medios digitales, sea para atender consultas puntuales o para continuar los tratamientos que ya estaban en curso. En definitiva, una modalidad a la que los analistas de alguna u otra manera ya estábamos familiarizados, aunque no con la masividad que la actual situación impone. Por tratarse de una franja etárea en que la problemática del cuerpo está en primer plano haremos aquí algunas reflexiones sobre las particularidades de la clínica con adolescentes por medios virtuales. Se trata de que la compleja asunción de una imagen corporal que distingue a tal período suele traducirse en la singularidad con que un sujeto se apropia de la palabra. De hecho, nada más ilustrativo de la tesis según la cual una persona “habla con el cuerpo” (1) que el tránsito de un adolescente hacia la adultez, cuestión por demás evidente en las limitaciones a las que los medios virtuales nos condicionan. Comenzaremos entonces por señalar la función de los cuerpos en el dispositivo para luego adentrarnos en la problemática virtual anunciada.

Los cuerpos en el dispositivo

La actualidad de los cuerpos in situ ofrece múltiples formas de intervenir de las que la comunicación virtual carece, para no hablar de los inestimables datos que su efectiva presencia suele aportar. Basta recalar en los historiales freudianos para verificar la riqueza significante de los movimientos de un paciente. Sean los dedos de la joven adolescente Dora jugando con su “carterita” (2), acción sintomática de la que el analista extrae importantes conclusiones para el análisis de un sueño; o el episodio en que el Hombre de las Ratas “se pone de pie y me ruega dispensarlo de la pintura de los detalles”, según relata Freud respecto de una práctica de tortura que atraía toda la atención y angustia del paciente. Este último caso aporta una especial significación a efectos de las líneas que aquí desarrollamos.

Es que en aquel famoso historial, una vez invitado el paciente para que continúe el relato, Freud precisa que el analizante “se expresaba de manera tan poco nítida (3) que no pude colegir enseguida en qué postura” se practicaba el tormento, para luego deslizar esta frase cuya sola mención abarca todo el aporte que el psicoanálisis ha vertido sobre la controvertida naturaleza del ser hablante. Dice Freud respecto del Hombre de las Ratas: “En todos los momentos más importantes del relato se nota en él una expresión del rostro de muy rara composición, y que sólo puedo resolver como horror ante su placer ignorado (unbekennen) por él mismo” (4). Desde ya una apreciación sobre el goce a la que difícilmente podría haber arribado si esta sesión hubiera tenido lugar por vía telefónica u otro medio.

Bien, tan cierto es que hoy el deseo del analista se pone a prueba al enfrentar las dificultades que la contingencia de la pandemia impone, como poco efectivo resulta negar lo que se pierde con la ausencia de los cuerpos en el dispositivo. Para intentar, aunque sea en parte, compensar, atenuar o reemplazar --según los casos-- la presencia de los cuerpos es menester estimular nuestra creatividad a partir de la reflexión clínica que supone el intercambio de experiencias entre pares. Lejos de posiciones nostálgicas, se trata de avizorar nuevas vías de intervención; en todo caso: hacer del obstáculo un recurso para la invención. Desde este punto de vista nos gustaría compartir algunos comentarios sobre las dificultades y posibilidades que arroja la práctica clínica con adolescentes por medios virtuales.

Clínica con adolescentes por medios virtuales: obstáculos

Desde cierto punto de vista, alguien podría concluir que los adolescentes componen el segmento más dispuesto para abordar la práctica analítica en el ciberespacio. De hecho, les pibes transcurren gran parte de su vida en las redes, conectados, frente a las pantallas, practicando juegos, etc. Bien, tan cierto es esto como que el ciberespacio es uno de los medios que más contribuyen a la inhibición y encierro que padecen muchos jóvenes, hoy sometidos al mandato de no perderse nada y, por ende, renuentes al riesgo que supone el encuentro con la alteridad que encarna, vaya paradoja, un semejante. Por su parte, en lo que hace a la sesión analítica, un chico, chica o chique se enfrenta al desafío que supone hablar de su propia diferencia: esa singularidad que no encaja con sus ideales o con las expectativas que impone el entorno. Esto es: hablar de los conflictos con su cuerpo, de sus temores, fallas, decepciones, humillaciones y fantasmas, acto ante el cual de poco sirven las horas con la play, la compu o el celu. Desde ya, en la clínica con adolescentes el analista se sirve de la posición de semblante para así desempeñar el rol de compinche, maestro, alumno o cualquier otro que, dadas las circunstancias, facilite las palabras necesarias para tramitar tal o cual sinsabor, amargura o malestar.

Ahora bien, para citar tan sólo algunos avatares del dispositivo virtual, dado que muchos pibes hablan de manera muy particular, sea por la velocidad con que frasean, por la jerga que utilizan o por lo cerrado de su vocalización: ¿Qué pasa cuando la angustia es tanta que --como cuenta Freud en el ejemplo más arriba mentado-- la verbalización resulta tan “poco nítida” que el teléfono no permite entender lo que llega del otro lado? (eso sí tenemos la suerte de no padecer problemas de conexión y otros avatares similares). ¿Qué hacemos si el paciente habla tan rápido que resulta imposible apreciar la narración de tal o cual episodio? ¿Cómo posicionarnos ante chicxs que tras saludar se quedan callados, por no decir mudos? (sabido es que muchos llegan por decisión de los padres y no por iniciativa propia). ¿Qué decimos si mientras el paciente nos habla por el celu se escucha que está usando el teclado de la compu con otro fin muy distinto al que la sesión convoca? Cuando estamos en efectiva presencia podemos cambiar de posición, sentarnos al lado del paciente si la angustia o el desconsuelo se presenta de manera desgarradora, o en el caso del renuente a hablar, arrojar una pelota de tenis cuyo ritmo de ida y vuelta convoque a la palabra, para citar tan solo un ejemplo. Pero a falta de todo esto, ¿qué hacemos?

El recurso a la invención

Sin pretender agotar los innumerables avatares y recursos que puedan aparecer en estas circunstancias, comento diferentes maniobras pasibles de ser ensayadas para sortear las dificultades mencionadas. (Aquí el recurso a la invención es nuestra mejor aliada). Por ejemplo, en los casos en que la angustia del paciente amenaza desbordarse, se le puede pedir ayuda. Esto es: sin dejar de mencionar su nombre u apodo, en forma pausada decir: “ayudame a ayudarte: contame un poquito más despacito”; también en esas circunstancias resulta factible solicitar que --durante la sesión-- escriba dos o tres frases y las envíe por mail para hablar sólo sobre ellas; en los casos en que el paciente está usando el teclado para otro fin que el de la sesión, también es posible intentar introducirse en el diálogo: “Ah!, ¿es fulanito?, decile que...”; de la misma forma que con aquellos poco dispuestos a conversar se les puede proponer --tal como en el dispositivo presencial-- que nos enseñe algo: un juego en la compu, el celu, o buscar cosas en internet. Claro que para estos casos es menester contar con más de un dispositivo virtual. De lo contrario se puede proponer escuchar música o ver algún video para luego reanudar y hacer algún comentario sobre tal o cual aspecto de lo visto o escuchado.

Por último, al ilustrar la asunción del cuerpo por parte de un sujeto, Lacan apela a la experiencia del ramillete invertido, en el cual --artilugio óptico mediante-- un florero real se engalana con la imagen –virtual-- de un ramillete de flores. De la misma forma, el cuerpo del ser hablante se articula en el ensamble que imaginario y real logran a partir del significante, registro cuya incidencia va mucho más allá de la verbalización de una palabra. Cuestión a tener en cuenta, dado que si la sesión se da en una pantalla, la posición que el sujeto adopta respecto del marco de la misma, los objetos que en ella aparecen y su relación con el entorno que el sujeto opta por dar a ver (hasta el fondo virtual elegido, si ése fuera el caso), pueden aportar indicios para una intervención sobre ese cuerpo por advenir. Como para considerar que, si es cierto “que el estadio del espejo no es simplemente un momento del desarrollo” (5), hoy el mismo acontece también en el marco que otorga la virtualidad del ciberespacio.

A modo de provisoria conclusión

Tal como Lacan indica, los practicantes del psicoanálisis somos libres en nuestra táctica pero no en nuestra política. Esto es: apostar al compromiso subjetivo con el deseo de analista como único baluarte de nuestra práctica. La clínica en pandemia adquiere visos particulares cuyo mantenimiento en el tiempo ya constituye un capítulo aparte en la historia de la práctica psicoanalítica del siglo XXI. En lo que al adolescente respecta, se trata de acompañar a un sujeto en la construcción del juicio íntimo por el cual la prudencia deja de ser un modelo de conductas estereotipadas para constituirse como la distancia con que un cuerpo, abierto a la invención, elige plantarse frente a la novedad, cualquiera sea la connotación que la misma arrastre consigo, y las consecuencias que de ella se deriven. Apostemos toda nuestra energía para que esta experiencia propicie esos hallazgos con los que el futuro, por más impredecible que se nos insinúe, arroje algún indicio de lo aún, siempre por advenir.

Sergio Zabalza es psicoanalista.

1. Jacques Lacan, “Joyce el síntoma”, Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 592.

2. Sigmund Freud, “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, en Obras Completas, A. E. Tomo VII, p. 61.

3. La cursiva es del autor.

4. Sigmund Freud, “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”, en Obras Completas, (el “Hombre de las Ratas”), A. E. Tomo X, p. 133.

5. Jacques Lacan, El Seminario: Libro 1, “Los Escritos Técnicos de Freud”, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 121.