Se habla de batalla, de trincheras, de ataques y defensas. Los feminismos disputan esos sentidos bélicos, patriarcales y proponen otra cosa: “El estado tiene que garantizar y ser un amparo, proteger a toda la ciudadanía. No hablamos de un padre ni una madre, sino del amparo, del cuidado; no de la asistencia sino del cuidado como una relación horizontal. Nos cuidamos entre todos”, dice Carolina Centeno, médica generalista, hoy subsecretaría de Salud Comunitaria del Chaco y a cargo del operativo del Gran Toba, un conglomerado de barrios donde hay 10 muertos y más de 100 contagios, más de la sexta parte de los 625 que registraba hasta el miércoles esa provincia. El sistema público de salud de todo el país se concentró en una urgencia con nombre y apellido: covid-19. “Tenemos que definir qué urgenciar, porque hay que decirle a los pacientes que solo se atienden urgencias. Viene una madre que te dice que no tiene qué darle de comer a los hijos y eso entra en urgencia, claramente”, suma María Eugenia Di Pato, trabajadora social del centro de salud Débora Ferrandini, de Rosario. La conversación se da a través de la plataforma zoom, convocada por Las12 para intercambiar experiencias.

“La información en este contexto es también saber que el otro me cuida”, comparte en la misma conversación por zoom Bibiana Gómez Cabrera, psicóloga del hospital Paroissien, de La Matanza, donde el área de salud mental ideó una estrategia de talleres de prevención y promoción de la salud para los equipos. “Al principio, había mucha preocupación por los insumos que no había, pero tampoco había aún casos de covid. Eso nos dio tiempo para aminorar la angustia también y adaptarnos a los protocolos”, cuenta.

“En el barrio de nuestro centro, el Ludueña, hay mujeres tremendas, que tienen un ejercicio de la lucha admirable. Y sí, son las que apelan a estos circuitos estatales, que hoy están desarticulados, porque los conocen. No es que ahora vienen al centro de salud porque desconocen cuáles son los circuitos para articular alguna demanda, los conocen perfectamente porque los han transitado y la vienen peleando desde hace muchísimo tiempo. Eso es algo que nosotros como equipo tratamos de agendar como dificultad, a la hora de garantizar derechos”, suma Lorena Larosa, psicóloga del mismo centro de salud de Rosario.

Experiencias diversas, pero convergentes en una preocupación feminista: que el “quedate en casa” no sea una trampa mortal para miles. “Una de las estrategias que hicimos como equipo en ese momento fue salir a vacunar, a buscar población de riesgo, y nos encontrábamos con que la gente que íbamos a buscar son mujeres que están sosteniendo instancias de cuidado no solo en lo personal, en la casa, sino en lo comunitario. Las grandes referentes territoriales, como tuvimos el caso en Buenos Aires con Ramona, las cuidadoras territoriales son población de riego. Era muy complicado ver cómo instaurar lo de quédate en tu casa, por ahí íbamos con ese discurso, pero a la vez esta mujer es sostén no solo de sus hijos y nietos, sino de la organización del barrio. Ese es un gran interrogante al que todavía no le terminamos de encontrar la vuelta”, relata María Eugenia, a quien le dicen Mai.

¿Cómo viven las feministas la pandemia dentro del sistema público de salud? ¿Cómo hacen para que sus prácticas creen circuitos de amparo cuando, muchas veces, el servicio de salud es la única –e insuficiente- presencia estatal? El coronavirus puso los servicios patas para arriba y desafía a un sistema concebido hace 70 años. ¿Y la violencia de género, cómo hacer cuando los circuitos ya conocidos están reconfigurados por la emergencia? ¿Cómo se garantizan los derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos? ¿Cómo viven las trabajadoras esta crisis, en un sector tan feminizado? ¿Cómo se las arreglan con las tareas de cuidado a su cargo?

El criterio de convocatoria no fue la representatividad, sino la posibilidad de dar cuenta de una experiencia cotidiana, y por eso se buscó la riqueza en lo heterogéneo, que durante una hora y media sumó puntos de encuentro. “Nos apoyamos mucho con la epidemiología feminista, o sea, con lo que tiene que ver con la práctica sanitaria epidemiológica y feminista. Si hablamos de lógica de cuidados, somos las más expertas en poder aplicar la epidemiología en este caso. Débora Tajer y Alicia Stolkiner son dos grandes sanitaristas que hablan de cómo sacar el paternalismo, para entender que el estado tiene que garantizar y ser un amparo, proteger a toda la ciudadanía. No hablamos de un padre ni una madre, sino del amparo, del cuidado; no de la asistencia sino del cuidado como una relación horizontal. Nos cuidamos entre todos”, sostiene Carolina Centeno, mientras las otras entrevistadas sonríen y asienten en las ventanas del zoom. El discurso bélico, el paternalista, el hegemónico en medicina “es el discurso que el feminismo viene a cortar en la práctica sanitaria –continúa Centeno--, y que creo que es una puerta que se abre muy fuerte para pensar la transformación del sistema sanitario que es uno de los más anquilosados con respecto a las estructuras patriarcales”.

A la izquierda, Carolina Centeno, subsecretaria de Salud Comunitaria del Chaco 

La Matanza, con sus dos millones de habitantes, tiene una “población trabajadora, humilde, con asentamientos, barrios carenciados, dificultades en las necesidades básicas”, describe Bibiana sobre un territorio que no necesita demasiadas presentaciones, ya que es visible su vulnerabilidad. “Nosotras trabajamos en el que se llama barrio Ludueña, de Rosario, que por ahí en otros lugares del país resuena un poco por el gran referente que tuvimos, que fue Pocho Lepratti. Siempre fue un barrio laburante, con muchas organizaciones sociales en el territorio. En el último tiempo, producto del macrismo, más empobrecido, con muchas barriadas populares, comedores comunitarios”, describe María Eugenia. “Tenemos una población heterogénea, la clase trabajadora y un sector más arrasado, todo el sector de la vía, que es la zona más vulnerable, población que compartimos con tres centros de salud, es un cordón amplísimo que abarca más de 20 cuadras, circunda la vía y está hiperpoblado. En los últimos años se ha multiplicado la cantidad de familias que viven en el asentamiento, con todas las vulnerabilidades, sin acceso a ningún tipo de servicio y con actividad laboral totalmente informal”, agrega a la descripción Lorena.

A Carolina, que nació en Ramos Mejía, estudió en la UBA y vive desde hace 15 años en Chaco, le toca en este momento llevar la práctica feminista para transversalizar la gestión de salud. “Es una de las provincias con mayor índice de necesidades básicas insatisfechas, donde la pobreza forma parte de un paisaje casi naturalizado, estructural, donde teníamos hace 10 años, en el último censo, un 60 por ciento de personas sin cobertura de obra social, asociado a más de un 45 por ciento de personas con NBI. Si bien no hay índices actualizados en la provincia, hoy estaríamos hablando de más del 70% de la población solamente con cobertura pública”, describe la situación social en la que ejerce su función desde diciembre. En cuanto al Gran Toba, donde la situación escaló al punto de tener –el martes—107 contagios y diez muertos, Carolina detalla: “Estamos hablando de personas que no tienen un trabajo específicamente estable, la mayoría de ellos son changarines, artesanos, otros desempleados, que viven urbanizados, en algunos casos, en virtud de planes de vivienda que se hicieron antes de 2015, pero que luego se fueron asentando en los alrededores del barrio. Está conformado por barrios a los que se les dice Gran Toba, que se fueron acoplando a una dinámica urbana claramente caracterizada por la estigmatización, la discriminación, la pobreza estructural y todo lo que rodea el imaginario de los pueblos originarios, de las comunidades indígenas, atravesadas principalmente por lo peor de lo urbano, que es la violencia y el consumo de sustancias”. Carolina habla muy rápido, es mucho lo que tiene para decir, y para hacer, cuando sostiene que en su provincia “el sistema de salud venía claramente arrasado, si bien acá la bandera de los cuatro años anteriores era peronista, fue un gobierno que asintió y consintió las políticas del macrismo, y eso permitió también que se desguacen las redes comunitarias. La pandemia claramente no ha sido un factor que consideráramos en diciembre, pero ha agravado completamente el acceso sanitario de las personas en general”.

De adentro hacia afuera

En el servicio de salud mental del hospital Paroissien, a partir de una lectura del territorio, apenas se declaró la cuarentena advirtieron que tenían “que hacer algo rápido”. “Teníamos tiempo, porque estábamos con el diario del lunes, con la información de que no había llegado ningún caso, pero no sabíamos cuanto tiempo teníamos y la verdad es que fue hermoso lo que pasó al interior del servicio, que estaba disgregado por las tareas mismas”, cuenta la experiencia. “Los consultorios externos estaban en la planta baja, la guardia muy atrás del hospital y la parte de internación también. Y esto nos unió a todos con un objetivo común que era ¿qué hacemos? Todas las trabajadoras del servicio de salud mental –40 profesionales mujeres—vienen de distintas escuelas, psicoanálisis, psicodrama, grupos, comunicación popular y psiquiatras. Con videollamadas permanentes, lo que decidieron fue “hacer talleres muy simples. Este fue un hecho inédito en el hospital, no sé si se dio en otros hospitales. Todo el personal dio talleres para, en principio, dar información, sobre todo porque este virus tiene la particularidad de que tenemos que cambiar los hábitos rápidamente, y eso no se hace de un día para el otro. Lo que hicimos fue primero dar los talleres de prevención y promoción de la salud”. La intención fue “que el virus nos encuentre más preparados cuando llegaran los casos”. El taller lanzaba preguntas sencillas ¿cómo estás con esta situación? ¿Qué te pasa en tu casa? Angustia, insomnio, contracturas, cefalea, despertarse y no poder mantener el sueño, miedo a contagiar a la familia, etc, se repetían en las respuestas. Entonces, en vez de que fuera salud mental el servicio que dice cuáles son los síntomas, se podía construir que no hay que patologizar, esto es lo que nos pasa a todos en una situación extraordinaria”, cuenta Bibiana sobre el trabajo que vienen también documentando.

Bibiana Gómez Cabrera en el Hospital Paroissien de La Matanza, con parte del equipo de Salud Mental

Chaco no sale en la tapa de los diarios porteños pero es, después del área metropolitana de Buenos Aires, la tercera provincia más afectada por la pandemia. “Lo que nos dimos cuenta es que el protocolo marco se tiene que ir ajustando a las realidades de cada uno de los lugares, y donde los actores principales, que son las personas, los usuarios, tienen que estar involucrados también porque no es tan fácil la reacción al cambio de la práctica cultural. Por ejemplo, acá en el nordeste, compartir mate es una práctica colectiva”, ejemplifica con algo que se podría replicar en muchos lugares del país. “Tuvimos como característica que los brotes fueron dentro de las instituciones. Los primeros grandes brotes fueron porque claramente al personal sanitario le costaba cambiar las prácticas, los patrones de desarrollo dentro de las instituciones. Imagínate si adentro cuesta adquirir medidas de seguridad, afuera, en los domicilios, lo que es”, reflexiona. Para Carolina, nada de todo eso está desvinculado de la realidad social. Porque los virus son pobres motivos para las enfermedades cuando hay pobreza. “A diferencia de otras provincias, no pudimos frenar el brote”, reconoce, y eso que Chaco declaró la cuarentena muy tempranamente. “En una provincia donde se vive el día a día, donde la gente necesita trabajar porque debe garantizarse el alimento, hay cuestiones básicas que hacen que lo estructural condicione lo sanitario. Pedimos que se queden en su domicilio, pero cuando están hacinadas 13 personas en una habitación de 3x3, donde el contagio obviamente ahí adentro se va a dar mucho más que si la persona no estuviera en su casa, esos condicionamientos hacen que los protocolos deban ser revisados en el territorio, y que obviamente nos obligue al trabajo intersectorial, interministerial, interdisciplinario, pensando en otras estrategias como para poder frenar el contagio o al menos mitigar las consecuencias”, exhibe.

Una pandemia sobre otras

La falta de servicios básicos, la escasez de alimentos, el dengue, eran temas que preocupaban en los centros de salud en febrero. “La verdad es que acá teníamos mucha resistencia a esto de instalar la covid-19 como problemática, en febrero, cuando la problemática de la comunidad con la que laburamos era el dengue. Y lo sigue siendo. Y eran los mismos casos. Entonces, generar espacios de discusión en relación a cómo enfrentar algo que en realidad veíamos tan lejano, y no poder generar espacios de difusión sobre como estábamos respondiendo y acompañando determinada situación atravesada por cuestiones reales, nos enojaba bastante”, se sincera Lorena sobre lo vivido en un centro de salud que forma parte del entramado de 50 centros de salud de la ciudad de Rosario. “Nuestro centro siempre tuvo mucha llegada de la población, y ahora nos encontramos con tener que decir que está cerrado, solo para situaciones de urgencia… la gente siempre vino. Estamos atajando un poco la situación que queremos evitar, que lleguen a los hospitales, incluso nos encontramos atendiendo un parto. Aprendimos a vacunar”, enumera María Eugenia y se sincera: “Era medio complicado pensar en los pacientes de salud mental y en las consejerías en esos primeros momentos, pero la coyuntura nos hizo ver cómo los recibimos”.

Lorena suma otra variante: “Además, sorteando las dificultades que Bibiana planteaba en relación al miedo de los trabajadores, y cómo hacer lugar a escuchar a los pacientes, independientemente de los síntomas del covid. No era una cuestión burocrática o de fiebre, o si tiene tos, o estuvo en contacto con algún extranjero, o viajó. Era poder sentarnos y escuchar al paciente en su vida cotidiana. El miedo que teníamos como trabajadores al contagio básicamente, hacía que terminen haciendo consultas muy expeditivas”.

Para Lorena, hay otro factor que sobreviene en un centro de salud que está pegado a un Centro Municipal de Distrito, uno de los seis mini-municipios que tiene Rosario, donde se ofrecen distintos servicios. “Al funcionar adentro de un distrito, tenés acceso a algunos trámites o algunos circuitos que normalmente los otros centros de salud no tienen, por estar más alejados. En relación a las denuncias por violencia de género, tenemos un circuito muy aceitado con el Centro Territorial de Denuncias (del poder judicial), que está pegado. Entonces, hacemos todo un circuito de acompañamiento de la denuncia de esa mujer. Hoy ese CTD está cerrado”. La pandemia hizo más complejo algo que ya lo era, porque ahora el lugar para ir son las comisarías. “Hay que hacer también un laburo de acompañamiento con circuitos desconocidos también para nosotros como trabajadores, y que vamos descubriendo artesanalmente, porque no hay claridad tampoco desde la gestión en cómo transmitir esta información, en cómo capacitar a los trabajadores para canalizar estas cuestiones en tiempos de pandemia”.

El miedo corre los límites

Cómo seguir cuidando cuando se es trabajadora esencial. “La pandemia ha venido a visibilizar ese trabajo invisibilzado del hogar. La verdad que lo resolvemos también de manera artesanal porque, como no se pueden tomar las horas, vamos viendo entre compañeras cómo cubrirlas para que como madres puedan garantizar ese cuidado. Los padres que pueden empiezan a aparecer”, cuenta María Eugenia sobre lo que viven las propias trabajadoras de salud en su rol de cuidadoras familiares. “Y también la estigmatización que conlleva la enfermedad en sí. Tenemos compañeras divorciadas a quienes los padres de sus hijos les piden que no convivan los niños, porque son focos de contagio”, trae otro aspecto Lorena.

En el Paroissien, Bibiana lo puede contar en primera persona. “Me suena el teléfono, que es uno de los que hay para que puedan hacer la demanda telefónica y el primer encuentro. Una señora me dice ‘hola, estoy en el baño, no puedo hablar’. Le digo ‘¿sos del hospital?’. ‘Sí sí, soy de tal sector’. Y entonces me dice: ‘yo quiero ir a trabajar pero mi marido no me deja. Le digo ¿padeces violencia de género? No, él no me pega, no me dice nada, pero no quiere porque él es de riesgo y tiene miedo a contagiarse. La señora ya había perdido días de trabajo. Le dije al director esta situación, y gratamente me dijo que se podía pedir una licencia por violencia de género, así no pierde esos días, y ver si se puede solucionar la situación de la señora”, apunta Bibiana y aprovecha para sostener la necesidad de la Ley Micaela, para que estas situaciones tengan escucha en el sistema de salud.

Carolina muestra una visión global de su provincia. “Tenemos la realidad de la feminización del sistema sanitario, un 80/20 actual, la mayoría de las mujeres son las que están en las líneas operativas o en las líneas de trinchera como se le dice acá. Y los cargos ejecutivos como pasa en cualquier otro lugar, está ocupado por varones”, avanza en la caracterización. A partir de la cuarentena en su provincia, se activó la licencia para cuidadores, en caso de que los dos fueran trabajadores esenciales. En las parejas heterosexuales, “la mayoría de esas licencias fue tomada por las mujeres en realidad, no por los varones en sí mismos, a pesar de que las mujeres tenían cargos mucho más esenciales, eran medicas o enfermeras y el marido era administrativo, quien tomaba la licencia era la enfermera o medica, por lo que eso significaba la pérdida de un recurso humano esencial, que no estaba adherido al sistema de guardias mínimas”, retrata las cargas del cuidado. “El primer mes, que fue marzo, fue la deserción gigante en las guardias. Las mujeres profesionales no tenían a la niñera, no tenían con quien dejar a los chicos, y de esa manera tenían que quedarse sí o sí en el domicilio, lo que implicó una vacancia en cantidad de guardias”. ¿Qué hicieron esas mujeres? “La mayoría tercerizó el cuidado en algún familiar, en alguna hermana o madre, o abuela, que cumpla el rol de cuidadora”.

Lo que no puede posponerse

La salud sexual y reproductiva no estuvo, claramente, entre las urgencias, y sin embargo, su atención no se puede posponer. “El coronavirus se instaló como única urgencia en nuestra provincia, al principio, cuando empezamos a tener los fallecidos. El número de casos comenzó a crecer y los fallecimientos instalaron esa visión de que la única urgencia en los centros de salud y hospitales era el covid-19. Lo que paso fue que la gente dejo de consultar y se dejaron de ofrecer determinadas prestaciones de salud sexual y reproductiva”, diagnosticó Carolina, quien cuenta que luego “fue mermando el pánico y se fueron reincorporando. Ahí pudimos retomar las practicas de salud sexual y reproductiva, generando en algunos casos respuestas de demanda vía WhatsApp para aquellas pacientes que estaban nominalizadas e identificadas por las obstetras. Tenemos una red de Obstetras en la provincia que es uno de los fuertes de la provincia, con más de 250, lo que nos permite que todos los centros de salud de Resistencia (la capital provincial) y en toda la zona, haya obstetras, quienes se encargan de la consejería de la salud sexual y reproductiva, y son la puerta de entrada a la garantía de estos derechos”. Con las interrupciones legales de Embarazo “las mujeres dejaron de consultar de golpe, obviamente se bloqueó todo y las mujeres no consultaron, esperando que fueran cosas pasajeras, y lo que nos está pasando ahora es que están entrando de cinco a seis secuencias por semana de las denuncias por el 0800 222 3444, de salud sexual y reproductiva del Ministerio de Salud de la Nación, con embarazos avanzados, en segundo trimestre. Eso implica que en marzo estaban iniciando el embarazo y no consultaron, lo que hace ahora necesitar una intervención mayor del sistema de salud para poder realizar la interrupción legal”, afirma y cuenta las particularidades de su provincia –un desafío para su gestión—que “no es Rosario”, donde esa garantía es parte de las políticas de salud.

Aún así, las trabajadoras del Débora Ferrandini subrayan las dificultades que trajo la pandemia. “Estamos acostumbradas a un centro de salud donde tenemos una referencia médica, que cada persona sabía que tenía que dirigirse a su médica y ahora la cara que se encuentra no es siempre la misma. Entonces era difícil poder instaurar la seguridad para decirlo. A nosotras en particular el interrogante nos los dio una compañera residente que está en el último año de formación que fue una de las que más influyó en que repensemos cómo instaurar la pregunta, no solo de la ILE, sino también de los embarazos”, cuenta María Eugenia, y refiere una situación en primera persona. “Vino una chica que buscaba puntualmente a su médica y claramente no me decía por qué. Indagué y me dice: ‘No puedo decirte para qué vengo’, delante de un montón de gente. La capté enseguida y le dije ‘decime tu numero de historia clínica, que con eso yo ya sé por qué venís’. Cuando le digo eso, la chica se sacó varios kilos de preocupación de encima, y verdaderamente venía para una interrupción legal del embarazo. Después, la consejería la tenemos aceitada”.

¿Qué pueden hacer las feministas dentro del sistema de salud? Mucho, y sobre todo, enredadas. “Respecto al movimiento feminista, a su transversalidad, me gustaría contar que había compañeras del hospital con las que hacía mucho no hablaba y sin embargo nos juntamos todas, es interesante que cualquier proyecto, cualquier acción que vamos a tomar, lo hacemos de manera horizontal. Nos incluimos colectivamente con un objetivo común, y eso es del feminismo”, termina Bibiana sobre las redes que tejen para empujar más respuestas de las previstas en el sistema.