¿Por qué las ahorcaron? El regreso de Odiseo o Ulises (nombres del mismo héroe en griego y latín respectivamente) a Ítaca, después de veinte años, provoca un gran interrogante: la matanza de las doce criadas, que fueron ahorcadas por Telémaco, hijo de Penélope, supuestamente por participar en el complot de los pretendientes de su madre. “Ahora que estoy muerta lo sé todo, esperaba poder decir, pero como tantos otros de mis deseos ese no se hizo realidad. Sólo sé unas cuantas patrañas que antes no sabía”, confiesa la voz de Penélope en pleno siglo XXI y desde el reino de los muertos, consciente no solo de las mentiras de su esposo, sino también de que la “leyenda edificante” de su fidelidad conyugal devino “un palo con el que pegar a otras mujeres”. Margaret Atwood eligió reversionar el clásico universal la Odisea, poema épico atribuido a Homero, en Penélope y las doce criadas (Salamandra), novela publicada hace quince años, que vuelve a reeditarse con traducción de Gemma Rovira Ortega.

La escritora canadiense, autora de El cuento de la criada, desmonta la construcción patriarcal del relato heroico. En el prólogo de esta nouvelle, publicada originalmente con el título The Penelopiad, Atwood advierte que la Odisea de Homero no es la única versión de la historia. “Originariamente, el material mítico era oral y también local (los mitos se contaban de forma completamente distinta en diferentes lugares). Así pues, he recogido material de otras fuentes, sobre todo relacionado con los orígenes de Penélope, los primeros años de su vida y su matrimonio, y los escandalosos rumores que circulaban sobre ella”, revela la dos veces ganadora del Booker Prize (2000 y 2019).

Me he decantado por dejar que fueran Penélope y las doce criadas ahorcadas quienes contaran la historia. Las criadas forman un coro que canta y recita y que se centra en dos preguntas que cualquier lector se plantearía tras una lectura mínimamente atenta de la Odisea: ¿cuál fue la causa del ahorcamiento de las criadas? Y, ¿qué se traía entre manos Penélope? La historia como se cuenta en la Odisea no se sostiene: hay demasiadas incongruencias. Siempre me han intrigado esas criadas ahorcadas”, reconoce la narradora canadiense.

“Somos las criadas/ que mataste/ las criadas traicionadas/ colgadas en el aire/ quedamos agitando/ los desnudos pies”, cantan las doce criadas en uno de los capítulos de la novela. En la reescritura de Atwood (Ottawa, 1939), las criadas no tienen ningún aprecio hacia la figura de Odiseo. Ellas fueron las traicionadas, no fueron las que traicionaron a su amo, como refleja el texto homérico. Odiseo las manda a ejecutar para dar el ejemplo al resto de la servidumbre de su palacio; él pretendía que tuvieran una muerte rápida, pero el brazo ejecutor de la sentencia, su hijo Telémaco, decidió ahorcarlas y prolongar el sufrimiento de las mujeres condenadas.

La escritora canadiense cuestiona el sistema esclavista a través de las voces de esas criadas, cuando hacen referencia a su condición de clase: “Nosotras también fuimos niñas. Nosotras tampoco tuvimos unos padres perfectos. Nuestros padres eran padres pobres, padres esclavos, padres campesinos, padres siervos; nuestros padres nos vendían o dejaban que nos robaran. Estos padres no eran dioses, ni semidioses, ni ninfas ni náyades”. Las criadas no tienen una genealogía heroica, como Odiseo; y la aclaración de que no son “ni ninfas ni náyades” refiere a la estirpe de Penélope, cuya madre, Peribea, era una náyade. Hay “otra historia” en que las criadas ridiculizan a Odiseo como un héroe lascivo.

En texto de Homero nadie se acuerda de las criadas ahorcadas. En cambio, Odiseo sí tendrá que rendir cuentas ante los familiares de los pretendientes ejecutados porque eran príncipes y nobles. En el mundo antiguo, los criados carecían de derechos y sus amos tenían potestad sobre sus vidas y sus muertes. En la versión de Atwood se reivindican los derechos de las desposeídas, de las mujeres esclavizadas que fueron asesinadas con tanta crueldad. “Tú nos agarraste, nos ahorcaste, nos dejaste colgando como ropa tendida (…) Debiste hacernos un funeral adecuado. Debiste verter vino sobre nosotras. Debiste rezar para que te perdonáramos”, exigen las criadas.

La escritora canadiense invierte la perspectiva narrativa en Penélope y las doce criadas: Odiseo nunca habla sobre sí mismo, no se jacta de sus aventuras y peripecias, sino que son las mujeres las que hablan de él para desintegrar la estatura heroica y patriarcal. La ironía es uno de los principales atributos de las criadas en la perspectiva de Atwood: “Somos las sirvientas, estamos aquí para servirte. Estamos aquí porque te lo mereces. Nunca te abandonaremos, iremos tan pegadas a ti como tu sombra, suaves e infalibles como la cola adhesiva. Las bonitas doncellas, todas en fila”, concluyen esas criadas que, en un final teatral excepcional, se alejarán volando como lechuzas.