Porque algo nuevo está creciendo”.

Si este trabajo cruza el umbral del poema habrá muchos versos que nunca alcanzarás a leer:

la sincera/honesta realidad no acepta el rasguido/tecleado de ninguna escritura:

el infinito tampoco se deja atrapar en 60 líneas.

Allí, en ese tropiezo amanece/aparece la caricia indispensable que supera la crisis.

La realidad nunca usa la máscara de las promesas,

y en ese intrascendente “entonces” no virtual te abraza la melodía

que juega a las escondidas con la nada,

y no deja de sacarte pelusas del ombligo.

Caminás con barbijo por ese barrio donde te abrazan palabras que no hacen falta,

las ausencias son tan necesarias como ese beso que falta sin aviso.

¿Cuánto tiempo podés seguir corriendo alrededor de vos mismo/a sin alcanzarte?

El coronavirus covid-19 es un escarmiento a la indiferencia pequebú:

en esa hipocresía sobran las palabras wingkas que estás leyendo.

Insisto. Las otras, las palabras esenciales no las puedo escribir

las siento y no las alcanzo, es el protocolo de este lío:

soy fiel al encanto de la libertad de las gotas de la lluvia. Y del polvo.

Las “vibras” esenciales nunca se dejan atrapar en “representaciones” culturales.

Nadie puede bailar y escribir mientras se lava las manos con alcohol,

la paz/salud es un equilibrio donde el movimiento ahora/siempre es circunstancial.

“Por pastillitas no entremos en gladiador”. Tampoco en la “literatura”.

Líneas autocensuradas por no ser políticamente correctas en los “manuales de estilo”

Los discursos tienen pocos boletos en la realidad. ¿Es afano?

¿Cuántas veces respiraste antes de leer esa línea que falta?

¿Tu tarjeta tiene créditos en la humildad de este rasgo infinito?

¿Tu identidad se oculta en las huellas de alguna oportunidad de la multitud?

¿Las palabras que estás leyendo son el camino de alguna reflexión esclarecida?

¿Cuánto aire podés respirar antes que te asfixie el manoseo de la Poética?

¿Te duele la rodilla? ¿No te alcanza para comprar desodorante?

¿Te lavaste bien las manos? ¿Sexo virtual? ¿Te pudiste hacer el implante dental?

¿La tragedia griega se sigue escribiendo en las cifras de la pantalla del cajero?

¿El síndrome de la profecía no cumplida de la misión histórica de la clase obrera te impide suspirar la sinceridad de lo cotidiano?

Los sicarios del Dios Mercado todavía no cotizan en la Luna,

y tus pezones son satélites que siguen temblando en un banco de plaza San Martín.

Después/ahora/antes: hace medio siglo que tu adolescencia se venció.

Una gota de tu sed sigue moviendo sombras trasparentes en la luz.

Y ahora no podés dejar de bailar la melodía del rincón desperdiciado,

seguís corriendo para estar siempre en el mismo lugar,

donde un alguito de esa lejanía te regresa a lo extraño,

y te animás a acariciar la despreciada otredad,

aceptando que tu espíritu baile con tu torpe materialidad.

Antes o después de que una copa se alce para que alguna alegría te atraviese

como brisa o suspiro. ¿Blanco o tinto? ¿19 de junio, 2013?

Mientras la basura sustentable de las derrotas de tu ser se aferra a esa armonía:

la libertad siempre es una canción sin letra.

Y en los recovecos de esas notas nos refugiamos para brotar una y otra vez

lejos de las celdas de la representación.

En ese escondite resisto/creo, estoy/estaré bailando con esa mujer que no existe

para dejar en ridículo a Internet y a toda la virtualidad.

En ese rincón no hay espacio para el espacio,

tampoco para la representación. La realidad no acepta intermediarios.

Entonces el Paraná me abraza con el Misisipí, el Orinoco con el Yang Tsé Kiang

mientras en tus manos se desperdicia el roce mínimo

que nunca te animarás a dejar sobre una piel desconocida.

Cualquier gota de agua es una gota del Diluvio Universal.

Es por estas tonterías que todavía sigo escuchando vinilos a 33 ¼ RPM,

viejas canciones frescas en mi adolescencia tardía.

“Debo cuidar bien cuando algo nuevo está creciendo.

El mundo está lleno de cambios.

 

A veces, todos estos cambios me entristecen”.