(Desde Barcelona)

UNO Rodríguez supo que algo no andaba del todo bien cuando sus sueños comenzaron a ser soñados como con pantalla dividida. Zzzzzzzzzoom o la elipsis loca (ese rasgo distintivo de lo ilógica onírica pero aún así tan lógicamente interpretable) y en simultánea. Y cuando despertó, la pantalla dividida todavía estaba allí. Y allí sigue estando.

Miren. Miren eso. Y eso otro. Y a ese otro también.

Miren a todo eso mirar.

DOS Así, signo y designio de los tiempos. No importa que Barcelona y España toda ya estén en Fase 1 y con terrazas de bares --pieza fundamental del tejido psico-físico ibérico-- reducidas pero llenas. Adiós al (en)cierro y hola al (re)abro. Y vertiginoso desescalamiento colina abajo rogando por no ir a dar a precipicio y el temor al virus bajando a segundo puesto en encuestas detrás del pánico económico.

Pero Zoom permanece como onomatopeya pop en pelea del Batman danzarín con panza de los '60s. Y Rodríguez se resistió con unas y dientes y bits (para él las apps son como tatuajes de los que se arrepentirá y costará borrar) pero llegó un punto en que ya no pudo. Teletrabajo y telefamilia. Zoom como medio de transporte de uno mismo en este largo y sinuoso camino entre la vieja y la nueva normalidad (¿la anormalidad?). Zoom como virtual barra de cañas y grupo de lectura y gimnasio y oficina. Y el problema es que Rodríguez se formó y se deformó en una era en la que estar informado era obligación y placer (y no se vivía en la más sabia de las ignorancias sabiendo que lo que se necesitaba saber estaba nada más que un par de clicks; y que ni siquiera era necesario recordar lo supuestamente inolvidable, porque toda memoria era externa). Así, se documentó un poco. Y aquí llega otro de esos intercambiables/actualizables magnates informáticos. Nada en ellos de la épica de aquellos padres de la patria global posando como deidades mitológicas junto a pozos de petróleo, estudios de cine, usinas eléctricas, fábricas de autos olíneas de montaje de hamburguesas. No. Ahora basta un algoritmo afortunado y allí está el siguiente pero nunca último de estos jóvenes entrepeneurs contagiando la última pandemia informática. A veces tienen el aire replicantede Zuckerberg y a veces no hacen otra cosa que sonreír. Como este Eric "Zoom" Yuan: hijo de inmigrantes mineros chinos, pistolero en ese Far West que es Silicon Valley. Yuan encendió lo suyo en 2011 y fue instantáneamente rico. Pero ahora --con la paradójica ayuda de un virus no informático sino orgánico-- su capital creció exponencialmente. A finales de 2019 Zoom (que, se informa, también pudo haberse llamado Zippo o Poppy; y ya se sabe: para que hoy algo triunfe entre los adultos debe sonar lo más infantil posible) tenía unos 10 millones de usuarios. En marzo de 2020 ya tenía recluidos en lo suyo a 200. Para abril ya eran 100 millones más. Y sumando. Y Zoom (en su oferta básica y mínima) es gratis y no tiene problemas de "fricción". Es decir: fácil de instalar, de usar y brinda en el acto sensación de "haberlo conseguido" y de ser alguien "actualizado" y "conectado".

Pero, enseguida, lo de siempre: letra pequeña y caligrafía ambigua en sus instrucciones, acusaciones de mal manejo de información de usuarios (los datos de los pequeños nutriendo a la entidad lovecraftiana y tentacular Big Data), FBI llamando a la puerta, amos rastreando esclavos, cámara que se activa sola o por orden de terminal Skynet, Elon Musk prohibiendo su uso a empleados, distrito escolar de New York bloqueándolo,The Washington Post denunciando acopio de conversaciones que se creían más o menos privadas, irrupción de desconocidos (el zoombombing) en lo íntimo, "brechas de seguridad" y, así, otro "unicornio tecnológico" convertido en dragón tragón informático. Y ya se sabe: Yuan pidiendo disculpas, jurando mejoras, asegurando que no volverá a suceder. Desde una pantalla, claro: esa aplicada tierra de nadie para todos y en la no se patentado --pero se usa para que use-- algo llamado HereLies o MentIra.

TRES Y lo de la pantalla partida. Algo que viene de muy lejos pero que ahora, tan cerca, ha dejado de ser recurso artístico-narrativo para convertirse en neo-dialecto de la tribu global encerrada en sí misma. Rodríguez recuerda el "polivisionario"Napoleón mudo pero tan elocuente de Abel Gance. Y golpes maestros de ladrón Thomas Crown, fango de Woodstock, sangre de Brian De Palma, video-instalaciones zen de Bill Viola, tóxico reality showo recientes emisiones caseras de Saturday Night Live. Y su utilidad para la coordinadamente despareja danza amorosa: en las camas/bañeras juntas pero separadas de Doris Day y Rock Hudson, en la Indiscreet de Stanley Donen, o cuando Alvy se separa de Annie y Harry conoce a Sally y Tom padece a Summer durante 500 días o... El amor hace zoom: ahora lo ves y pasa, ahora lo viste y ya pasó.

CUATRO Y así Rodríguez seguro de que esa chica que le vende el pan le ha dedicado la más hermosa de las sonrisas. No importa que ella lleve obligatoria mascarilla que le cubre medio rostro y boca entera (una segunda pantalla la mostrará descubierta y resplandeciente). Y esto invoca pantalla desde Más Allá con fantasmal y argentina prima Mirta arrojándole un beso. Y otra en la que su ex y sus hijos lo miran fijo por separado. Y más pantallas. El monólogo-dialoguista Sánchez (algún presidente autonómico le pide ya, por favor, acabar con sus tele-reuniones de fin de semana y Rodríguez ruega lo mismo para sus eternas y recapitulantes comparecencias que arrancan con un "El virus se originó en Oriente y luego...") junto a sus coalicionados en colisión perpetua; explicando lo inexplicable y pactando y derogando sin aviso, en enredadas piruetas sin red, para y por la prolongación del estado de alarma como único triunfo político. La febril y contagiosa oposición y ultraderecha propagándose y manifestándose sobre ruedas o sin distancia de seguridad. Las rectificaciones a las ratificaciones al plan de desescalada en carrera entendido como juego de mesa de tres patas. Las marchas y contramarchas de los "especialistas" y de la Organización Mundial de la Salud cada vez más cerca de ser una Desorganización Planetaria de la Enfermedad (¿de verdad que ahora no hay certeza de transmisión de virus por contacto con objetos y que el contagio "rara vez" se produce al aire libre?). Las imprecisas cifras de fallecidos/contagiados en cementerios/hospitales ya anunciadas como de refilón (el pasado viernes súbito y primaveral "afloramiento" de 635 muertos "desconocidos" y 360 más "pendientes de notificar" en Cataluña; ayer casi 2000 restados luego de "revisión" de suma general) para concentrarse en aforos y liga de fútbol y evangélico "Turistas, España os espera... Garantizaremos que no correrán riesgos y que no nos traerán riesgos" (como si esto pudiese garantizarse a no ser que se sea doctor y de apellido Strange) y felicitaciones/retos a la ciudadanía por buena/mala conducta.

Y las tres pantallas que venían emitiendo desde hace más de una década las sucesivas crisis económica, política y sanitaria --todo juntoahora-- en simultánea triple pantalla simultaneando y fundiendo crisis sanitaria y política y económica.

Crash. O, mejor, Crashy.

Mientras tanto, Zoom.

De más cerca y más rápido.

No es agradable de ver.

Pero será difícil desconectarse.