Los estragos causados por el neoliberalismo en el mundo no son sólo económicos, sociales o ecológicos, sino fundamentalmente mentales. La extensión de las lógicas neoliberales, a modo de pandemia, valga la comparación, es tan vasta, que son reproducidas no sólo por sus adherentes sino también inclusive, en algunos casos, por aquellos que, desconociendo ser portadores y transmisores de esas lógicas, creen oponerse a ellas. 

Esa extensión se manifiesta a veces en signos casi imperceptibles, en pequeñas parcelas de la vida cotidiana o en enunciaciones que no coinciden con los enunciados. El castigado barco, metáfora tan usada en estos días, va a expensas de las agitadas aguas en un mar que intenta presentarse como una totalidad sin bordes.

Es decir, el capitalismo en su fase actual no sólo ha generado la apropiación planetaria por parte de unos pocos en detrimento de la mayor parte de la población mundial con sus efectos de marginalidad y exclusión, sino que ha construido en buena medida la cosmovisión, la weltanschauung (concepción del universo) de esta época. Diríamos, casi una infección masiva, la conquista de los territorios mentales, la trasmisión de una nocividad que se expande como pandemia. Podríamos arriesgadamente agregar: neoliberales no son sólo los neoliberales. Frente a ello deberíamos estar alertas y preguntarnos desde qué lugar de enunciación decimos y planteamos las cosas.

A causa de la irrupción de lo real que nos interpela, de la aparición de ese punto que se torna ingobernable (y que está ejemplificado por el coronavirus), quizá las categorías del pensamiento empleadas hasta ahora hayan entrado en crisis y ocasionado que algunos de aquellos pensadores que con sus aparatos de explicación y puesta de sentido tratan de interpretar la precipitación actual, terminen siendo, contra su voluntad, funcionales a una circularidad capitalista que todo lo reabsorbe y reintroduce en su circuito. Nadie estaría libre hoy de ser tragado, sin saberlo, por las centrífugas aguas. Por eso la pregunta que nos acucia es: ¿cómo escapar a esa circularidad capitalista?, ¿cómo evitar ser engullidos por esa gran boca, por ese discurso sin pérdida, que todo lo recicla y lo reconvierte en ganancia, aun a muchos de sus críticos y detractores?

El discurso del capitalismo se pretende a sí mismo como un todo y como tal no tiene límites ni puede auto-regularse. El freno a su voracidad, la barrera al desborde de su fase neoliberal, a su aluvión destructivo, sólo podrá venir desde afuera de su propia estructura. Serán los estados antineoliberales progresistas, los encargados de clavarle la estaca a su insaciabilidad, de instalar un freno a su succión compulsiva. 

Pero, ante los posibles cambios que pueden llegar a producirse en el mundo después de la pandemia, los agentes del neoliberalismo y sus baterías mediáticas (y algunos infectados funcionales de diversa procedencia) ya están sacando a relucir sus cañones y a agitar los fantasmas del Estado totalitario y del populismo que acudirían para atentar, según ellos, contra las proclamadas libertades individuales

De ese modo quieren hacer creer, por ejemplo, que la cuarentena es parte de un ejercicio de sometimiento y de dominio sobre los ciudadanos y un recorte a las mencionadas libertades. La terminología foucaultiana (castigo, vigilancia, disciplinamiento de los cuerpos, encierro, control, panóptico, etc.), previa descontextualización y banalización de los conceptos, les viene como anillo al dedo para reanimar los temores contra la política y las funciones del estado.

En realidad la tiranía global, el gran despliegue de la vigilancia y el control sobre los ciudadanos ya están implementados desde hace bastante tiempo no por gobiernos anti-neoliberales, sino por el mismo neoliberalismo que además de controlar y vigilar, en nombre de las libertades individuales, masifica, tuerce las voluntades, manipula las mentes, somete, deshistoriza, desculturaliza, impone modalidades de goce generalizadas, etc. 

La masificación y el autoritarismo, vienen empaquetados en las cajas de la singularidad y de las libertades individuales, así como las desigualdades, las apropiaciones y la especulación financiera vienen envueltas bajo los rótulos de la democracia. En nombre de la democracia se anula la democracia. En definitiva la libertad que tanto reclama el capitalismo, con sus distintas máscaras y vertientes (sean éstas pseudo-democráticas, neofascistas, etc.) es la “libertad” para someter y doblegar a los otros.

El panóptico tan temido en estos días ya está instalado desde mucho antes de la pandemia, facilitado por el desarrollo tecnológico: las redes sociales, la bancarización, el registro de datos a través de las tarjetas de crédito, los controles en los aeropuertos, las cámaras de filmación en bancos, edificios públicos, comercios, palier de edificios de departamentos, en la vía pública, etc. 

Nadie sabe a ciencia cierta cómo serán los tiempos post pandemia. Lo que vendrá dependerá de si, como pronostica Slovan Zizek, la crisis implica la caída del capitalismo (cosa improbable) o si de la crisis, como sostiene el filósofo surcoreano Byung Chall Hun, el capitalismo sale más pujante. De darse este último caso no caben dudas de que la tiranía y el autoritarismo del discurso capitalista reforzarán hasta lo impensable su control planetario sobre los individuos. Pero si se cumplen, aunque sea en parte, los vaticinios de Zizek y al menos la fase neoliberal se resquebraja (y esa grieta permite introducir una mayor intervención de los estados nacionales), el control estatal que advendrá, no lo será (como pregonan en estos días autodefinidos “intelectuales” de derecha, mercaderes del miedo al Estado) sobre los ciudadanos y sus libertades, sino sobre el sistema financiero global, las operaciones económicas de los grandes grupos corporativos, el cuidado de la ecología, etc., en síntesis, un control y un límite a la gula y la voracidad, a la insaciabilidad capitalista que está llevando al mundo a lo peor.

*Escritor y psicoanalista