Desde Londres

La estatua del esclavista Edward Colston, derribada el domingo en Bristol, las manifestaciones en distintas ciudades y los enfrentamientos de Black Lives Matter (BLM) con la policía en Londres encendieron el debate sobre el racismo en el Reino Unido.

El gobierno de Boris Johnson buscó reducir la polémica a un tema de la "ley y el orden en el marco de la democracia". Un portavoz del primer ministro condenó los hechos de violencia, reivindicó el proceso democrático para resolver diferencias y dijo que Boris Johnson pensaba que el Reino Unido no era un país racista. El domingo el atribulado ministro de Salud, Matthew Hancock, intentó desviar el foco hacia Estados Unidos. “La respuesta acá fue por cosas que pasan en Estados Unidos y no en nuestro país. No somos una sociedad racista, aunque hay injusticias pendientes y debemos luchar por la igualdad”, dijo Hancock.

A esta declaración le llovieron más cascotazos que a su pobrísimo desempeño como ministro de Salud en tiempos de pandemia. Una referente histórica de la lucha contra el racismo, la exsecretaria de la juventud, Dawn Butler, acusó al gobierno de negar deliberadamente el problema. “Hay un racismo sistemático y estructural en el Reino Unido como quedó a la vista en el escándalo Windrush y en el incendio de Grenfell. Ahora lo vemos con el coronavirus. Esto no es un problema importado”, dijo.

El alcalde de Bristol, Marvin Rees, fue más allá y justificó el derribamiento de la estatua de Colston. “Es importante escuchar a los que piensan que esta estatua era una ofensa contra la humanidad”, señaló Rees. El poder simbólico de la estatua es tal que el mismo comisario a cargo de la investigación de los hechos, Andy Bennett, dijo que entendía la furia de los manifestantes. “Es una figura histórica que ha causado un profundo malestar en la comunidad negra en los últimos años. Si bien lamento que se haya dañado una de nuestras estatuas, comprendo por qué sucedió, era muy simbólica”, señaló.

La ambivalencia que produce la figura histórica de Colston es la que existe en el Reino Unido con el pasado imperial. Colston transportó unos 100 mil esclavos de Africa al Caribe y Estados Unidos entre 1672 y 1689. Buena parte de la fortuna que hizo con el comercio humano la donó a la ciudad de Bristol y a organizaciones caritativas de la época. En épocas pre-George Floyd, los intentos de remover la estatua habían terminado en un debate infructuoso entre los que denostaban su figura y los que reivindicaban la herencia cultural e histórica de la ciudad.

Hecho histórico

En una columna publicada este lunes en el matutino The Guardian el historiador David Olusoga señaló que los británicos todavía no han lidiado con su pasado imperial como demuestra el lugar central que ocupa en las primeras planas de hoy un hombre que murió hace 299 años. "Los que lamentan lo que pasó el domingo tienen que decir si creen honestamente que la ciudad era un lugar más digno con esa estatua de un esclavista en el medio. Más allá de lo que se diga en los próximos días, esto no fue un ataque a la historia. Esto es historia. Es uno de esos raros momentos de la historia que al suceder marcan un punto de no retorno”, escribió Olusoga.

El portavoz de Boris Johnson se negó a decir si pensaba restaurar la estatua de Colston o si otras estatuas similares en el Reino Unido debían ser removidas. El Reino Unido tiene decenas de estatuas a figuras centrales del colonialismo. Los responsables de la campaña contra la estatua de Cecil Rhodes en el Oriol College de Oxford se comprometieron hoy a relanzar la lucha con una carta abierta en la que acusan a la universidad de “no lidiar con su racismo institucional”. Rhodes fue uno de los más crudos adalides del imperialismo del siglo 19, fundador de la compañía De Beers, que aún hoy controla el 60% del mercado de diamantes en bruto.

En 2016 el Oriol College se escudó en la historia para negarse a sacar la estatua de Rhodes porque “era un recordatorio de la complejidad de la historia y el legado del colonialismo”. Los rectores del College tendrán que afinar su razonamiento en esos exquisitos claustros universitarios tantas veces impenetrables al sonido y la furia del mundo externo, pero la cosa va más allá del elitismo de Oxford. En las redes sociales hubo llamados para que la estatua en la plaza de San Andrews en Edimburgo de otro esclavista célebre del siglo XIX, Heny Dudas, terminara en el río Forth. La principal contribución histórica de Dudas que lo hace acreedor de la memoria pública del Reino Unido fue demorar y diluir la legislación antiesclavista del siglo XIX.

El debate de fondo reactivado por las protestas toca un punto medular de la identidad histórica británica atada al pasado imperial y a ese crucial capítulo que fue el esclavismo. ¿Qué hacer con un pasado motivo simultáneo de orgullo – máxima potencia planetaria de la época – y vergüenza?

Racismo Institucional

En términos de racismo y discriminación los británicos se ufanan de una historia reciente mucho menos conflictiva, más tolerante y abierta que la estadounidense. El actual ministro de justicia en la sombra por el laborismo David Lammy, que escribió un informe sobre inequidad del sistema judicial en 2017, señaló que esta diferenciación es otra manera de negar el tema. “Las protestas en este país no fueron solo por solidaridad con George Floyd y otros afroamericanos. Fueron para lograr un cambio y justicia en el Reino Unido”, dijo.

Zubaida Haque, directora del Runnymede Trust, una fundación que lucha por la igualdad racial, subraya que el foco de las actuales protestas son las instituciones. "Los comentarios de Matthew Hancock fueron un intento de desviar la atención de la discriminación contra los negros y las minorías étnicas. Muchas personas pensarán "tiene razón, yo no soy racista", pero la protesta no es contra la gente, es contra la policía y el sistema de justicia, es sobre la educación y el gobierno", señaló Haque.

En los últimos 30 años salieron a la superficie mucho ejemplos de este "racismo institucional". La investigación pública en 1999 sobre el asesinato de un adolescente negro, Stephen Lawrence, concluyó que las deficiencias en la investigación se habían debido al "racismo institucional de la policía". En 2018 el Windrush Scandal” mostró este racismo institucionalizado en la política inmigratoria del ministerio del interior que llevó a la deportación de por lo menos 83 personas que tenían derecho a permanecer en el Reino Unido. En 2017 el informe de David Lammy condenaba el racismo institucional en el sistema judicial: “no puede haber una justicia para un grupo y otra diferente para otro”.