Los meses de encierro trajeron a muchas pantallas posmillenials una adicción olvidada para quienes superan los 20 años: IMVU (2004), la plataforma que podría considerarse un second life (2003) de las nuevas generaciones. Dentro del espectro IMVU, la comparación suele darse también con Habbo (2001) un hotel virtual destinado especialmente a adolescentes donde se puede jugar, chatear y se producen encuentros virtuales siempre con restricciones y controles para proteger a les usuarixs.
La propuesta de IMVU, que según declaran sus responsables, cuenta con más de 30 millones de usuarixs en el mundo, suena simple: un juego online que permite acceder a distintas salas de chat donde los avatares interactúan. Un lugar de encuentros y también de levantes. Todo resulta sencillo: hay tutoriales donde se explica qué hay que hacer para que nuestro avatar elegido pueda empezar a ser y andar por ese mundo, cómo cambiar sus estados de ánimo y sus expresiones, cómo lograr que se siente en una silla, que se teletransporte de un ambiente a otro sin necesidad de caminar todo el paisaje. Pero el componente adictivo de esta red social es la capacidad de customización total, un catálogo con más de cuarenta millones de ítems que dan la posibilidad de vestir avatares con estéticas alternativas: tatuajes, pelos teñidos, colas de sirena, orejas de elfo, peinados estilo scene, moda emo, kawaii, queer y kinky. 

Los usuarios de IMVU también pueden crear sus propias chat rooms que emulan escenarios diversos: discotecas, bares, mansiones con pileta y tigres enormes, bosques encantados, islas tropicales con atardeceres multicolor, salas góticas con pentagramas, cuevas brillantes para duendes y hadas. Una vez dentro de la sala, podemos desplazar la cámara para observar a nuestro personaje y a su entorno desde todos los ángulos.

Creado en 2004, IMVU tuvo su auge entre 2008 y 2010, esa época en que los peinados altos de las scene queens eran el la utopía capilar, y la bond street el escenario local donde se materializaba esa estética soñada, bandas emo sonando a través de los auriculares. El nombre de IMVU, que evoca una época y una estética en particular, no tiene ningún significado según sus creadores. Años después de su esplendor inicial, miles de cuentas vuelven a abrirse en época de pandemia y sus dueñxs reflexionan en las redes sobre su vínculo con este universo 3D: declaraciones del estilo “en persona no le hablaba a nadie, pero en IMVU era una perra” son los más recurrentes.

PAY FOR PLAY : Hay posibilidades infinitas, pero no son gratis. Al crear una cuenta de IMVU, tenemos cierta cantidad inicial de credits, que es la moneda virtual del juego, para hacer las primeras compras y personalizar nuestro avatar. Pero en esta plataforma con posibilidades estéticas en constante renovación, solo existen dos opciones a la hora de elegir el cuerpo que nuestro avatar va a tener. Abdominales marcados y aceitosos o cuerpos con cintura diminuta y tetas enormes, avispas estilo Kim Kardashian. Parte de la fantasía IMVU, hay que decirlo, es la posibilidad de la hegemonía, andar con un cuerpo "dibujado". Pero también se podría decir de otro modo: vivir por fuera de la hegemonía cuesta mucho. Y aquí, literalmente, para poder salir de esos dos esteretipos que IMVU ofrece gratis, hay que pagar. Si lxs usuarixs quieren desbloquear posibilidades corporales más diversas o seguir comprándose ropa y muebles para decorar sus chatrooms, en algún momento deberán comprar sus credits con dinero real. En ese sentido, se desarrolló una dinámica de trabajo sexual a cambio de prendas, accesorios y credits. Incluso hay foros donde las escorts publicitan sus servicios virtuales, que van desde del strip o el lap dance al cyber sexo. En sus descripciones de perfil, aclaran: “pay for play”. Un emporio de diseñadorxs con un programa sencillo pueden crear y presentar a la sociedad virtual de consumo todas sus creaciones. Hay millones de opciones creadas por gente que vende sus trabajos a otras que se los compran.

NIDO DE LESBIANAS : Los gráficos de IMVU, de tan detallados, son pesadísimos: de a poco aparecen los personajes y los muebles hasta que por fin se materializa la discoteca entera. Esta sala de chat se titula “lesbian insanity”. Las pocas chicas que están vestidas usan arneses y remeras de red. Una de ellas, con cola de sirena, baila sobre la tarima. A través de la ventana se ven las luces de una ciudad estilo vaporwave. Por momentos aparecen lagartijas de colores que saltan en la pista. Hay sillones con cadenas, y otros que tienen incorporados sus propios brazos para agarrar a quien se siente. Bajo la luz violeta, algunas charlan sobre la cuarentena mientras otras cogen a centímetros de distancia. A diferencia de muchos chat rooms virtuales, en este juego no hay censura: habilita la desnudez total de sus avatares. Sus adeptas parecen conocer muy bien la sala de chat, que está diseñada para que los cuerpos virtuales encajen a la perfección en escenas eróticas. Cada habitación de IMVU está diseñada para que los avatares puedan interactuar y moverse de maneras específicas. En este caso, es casi imposible dar una vueltas sin terminar en los brazos de algún personaje. Pero algo perturba la paz del chatroom lésbico y enoja a esas chicas que bailan colgadas del techo. Leo quejas en inglés: hay un machirulo en la sala que insisite en que es una lesbiana porque le gustan las mujeres, y ahora todas están pidiendo que lo echen, pero la moderadora no aparece. Él revienta el teclado con un muestrario de insultos como dykes hasta que se rinde y abandona la sala.

DEL DRAGUEO A LA FAMILIA: Las fiestas no son el único atractivo de este metaverso misterioso. Si bien en su aspecto general puede considerarse una app de levante virtual, existen cientos de comunidades con propósitos variados. Los chats no sólo se dividen por intereses, también están divididos por idiomas. Existe, por ejemplo, una comunidad de drag queens que organizan competencias donde desfilan y compiten para convertirse en reinas del Pride y ganar millones dentro del juego. Hay grupos de usuarios que forman familias virtuales o adoptan mascotas, comunidades de vampirxs y de furrys que encarnan animales humanizados. También han aparecido agrupaciones donde la militancia se ejerce con avatares virtuales. “Apenas entré a la sala encontré a cuatro personas adentro. Me preguntaron qué hacía ahí, si tenía alguna noción del comunismo, les dije que sí, y me invitaron a ser partícipe del partido”, cuenta @snowmun, jugadora uruguaya que decidió afiliarse al partido comunista revolucionario de IMVU. “El líder del partido, Vladimir, tiene 69 años y es ruso. Me pasaron el grupo de Discord al cual me uní y me dieron camisetas del partido. Es un grupo con muchas nacionalidades, gente que realmente está afiliada a algún partido político o que tiene alguna idea sobre el tema. Nos pasamos info, libros, graficos, memes. Nunca llegamos a hacer una fiesta pero nos mantenemos como un comité de base en la sala, cada uno sentado en un lugar específico”

ARTISTAS Y SHOWS: Así como millones de diseñadorxs han hecho valer y circular su trabajo construyendo opciones para avatares, el trabajo de artistas y sobre de cantantes y músicos también encuentra un espacio en este mundo paralelo:  Rattlesnake (@rattlesnakke en instagram), cantante y DJ del sello local AGVA, llevó el trabajo de DJ a IMVU cuando su grupo de amigues recreó la Trueno, fiesta que organizaban antes de la pandemia: “En IMVU podés tocar con un set pregrabado, lo mandás y cuando es tu turno tenés que poner tu avatar en la cabina. Si bien el formato virtual no es lo mismo, la sensación es muy linda, en la fiesta y podés tocar y chatear, estábamos todes bailando. Siendo DJ extraño mucho eso: mi trabajo se vio totalmente perjudicado por la pandemia. En esta época es más difícil generar una atmósfera de fiesta, hay un malestar colectivo. Pero esto a mi me ayuda muchísimo, me conecta y me hace sentir que a pesar de la distancia física no estamos tan lejos.”