Desde los Juegos Olímpicos de París de 1924 el fútbol ofrece a Uruguay una gran posibilidad de afirmación nacional. La América desmesurada le reservó un pequeño sitio entre vecinos gigantes: Brasil y Argentina. La asfixia geográfica de el paisito (176.215 kilómetros cuadrados) desarrolló el orgullo para defender la identidad. Aquel campeón, que extasió al público de París en 1924 y le regaló al fútbol la primera medalla de oro olímpica, colocó a Uruguay en el mapa. Así lo hizo constar un cronista de Montevideo al escribir que "con esta victoria, Uruguay ha entrado en la geografía del mundo".

Amsterdam acogió, en 1928, los Juegos Olímpicos y los celestes volvieron a subirse a lo más alto del podio futbolístico. Las calles de Montevideo oyeron otra vez el coro apasionado de la multitud: "¡Uruguay para todo el mundo!". Una voz gritó más alto y con todo derecho: "Si Inglaterra es la madre del fútbol, Uruguay es el padre''.

Como buen padre de familia, Uruguay aceptó el riesgo y el honor de organizar el primer campeonato del mundo de fútbol. El Estadium Centenario (inaugurado el día en que la Carta Magna cumplía 100 años), reconocido como monumento del fútbol mundial, fue escenario único del campeonato y testigo de otro triunfo que hartaba de gloria al fútbol nacional.

José Nazazi, el Gran Capitán de Uruguay en aquellas tres gestas, llegó a decir que "la selección nacional es la propia patria". Nazazi, hombre con gran capacidad de mando a quien sus compañeros obedecían y sus adversarios respetaban, siempre encontró dignos sucesores en todo gran equipo uruguayo.

Los celestes desertaron de los Mundiales de 1934 y 1938 y la Guerra se encargó de bombardear la alegría del fútbol en la década de los cuarenta. Uruguay retornó a la escena mundial en 1950. Brasil organizó el campeonato con una confianza insensata en su poderoso equipo. La final entre Brasil y Uruguay reunió a 200.000 espectadores en el Maracaná. A los locales les bastaba el empate, pero todo Brasil pedía goleada. Grueso error subestimar a los orientales.

La tarde del 16 de julio de 1950, Uruguay vivió una gesta futbolística que el mundo identifica con de nombre de el maracanazo. En la segunda parte, Brasil se adelantó en el marcador, pero Obdulio Varela, valiente mulato, capitán y guía espiritual de Uruguay, puso al equipo sobre sus hombros y lo llevó al triunfo con goles de Schiaffino y Ghiggia.

Fue en el Mundial de 1954 cuando, muy a su pesar, Uruguay le dio vacaciones a la victoria. El ejército perdedor recibió como mejor homenaje esta frase del húngaro Kolsis: "No eran jugadores de fútbol, eran soldados defendiendo la patria hasta la muerte".

En Italia será la novena vez que Uruguay llegue a la fase final de una Copa del Mundo. Son otros tiempos y los nuevos soldados, aunque lleven la celeste en la sangre, son en su gran mayoría, mercenarios.

Oscar Washington Tabárez, el seleccionador, enterró la tradicional hacha de guerra charrúa y apuesta por un fútbol técnico, atrevido y pacífico. En Uruguay no todos están de acuerdo con la legión extranjera y el "fútbol afeminado" que propone Tabárez porque, como afirma el periodista Franklin Morales, "en el fútbol uruguayo el corazón tiene razones que la razón no entiende".

* Nota publicada en Página/12 durante el mundial de Italia 90.