Por alguna razón hay una clase de escritor en estado puro o “casi inocente: tiene la pureza de una tempestad. Carece de perversión, como un cataclismo” al que es necesario ir a buscar en la poesía, no importa que también escriba en prosa; cierta clase de sensibilidad sólo admite expresarse mediante la metáfora o el silencio; esa clase de escritor que “se conforma sólo con predicar, con arrastrarse tras el desastre y las catástrofes: un profeta agorero de la muerte, siempre sin honor, siempre lapidado, siempre esquivados por quienes, por ineptos que sean para sus tareas, están dispuestos a asumir la responsabilidad por los asuntos del mundo”, escribió Henry Miller. Y tal vez en esto radique la fuerza que tiene Últimas pasiones preapocalípticas de Debret Viana. 

“Lo que me importa ahora son estos días desatendidos: este suspenso que se prolonga hacia ninguna parte, nuestras vidas, plagadas de banalidades y retorcidas por la mecanización zombificada que el ritmo del orden capitalista impone. Esto: nuestros horrores pequeños y miserables, nuestra deslumbrante insignificancia, el modo en que nos reacomodamos en rituales y vincularidades mientras decrece la poca gracia que tenían las cosas que nos aliviaban el día, esto con su puñado de circunstancias magnetizadas por el aura de intrascendencia, esto, que nos rodea cuando salimos a la calle o cuando entramos a una habitación, esto, raro y atroz, tonto, absurdo, tedioso y singularísimo, todo esto que nos ocurre ahora ocurre en el inexplorado tiempo del preapocalipsis. Estos versos ansían el privilegio patético de cantar el canto de nuestra hermosa y rarísima decadencia”, confiesa el narrador a modo introductorio, poco antes de que la prosa se tense hasta quebrarse o resulte insuficiente y sea necesario acudir a la poesía.

“Si bien lidia con tópicos universales de la poesía, atraviesa instancias hipercontemporáneas”, señala Debret Viana, autor además de Deslinde, primera entrega de una trilogía que aborda la problemática del amor en el siglo XXI: el amor ausente, el amor ilegal (policial), el amor holográfico (sci-fi) son los temas centrales de cada una de las novelas. 

Últimas pasiones preapocalípticas es un poemario sobre la intimidad del fin del mundo. Lo entregué a la editorial en septiembre del 2019 y su versión en Ebook salió en diciembre: es decir, no traté de sacar ventaja de la pandemia, pero el texto terminó cargado de cierta involuntaria profecía, y se asoció maravillosamente a este apocalipsis que nos toca. Me venía pareciendo hace rato que nuestra generación convive con el imaginario del fin del mundo, lo vimos mil veces en el cine, lo soñamos mil veces en el sci-fi, y también con cierta ansia de fin de todo, que nos viene quizás del hartazgo de la mediocre realidad en la que nos asentamos. Con el libro intenté explorar una tesis: vivimos como si el fin del mundo ya hubiese pasado en nuestro futuro, y no importa demasiado si pasa o no: ya pasó en nuestro imaginario. Entonces, los poemas reconfiguran algunos detalles de nuestra vida íntima: el amor, la identidad, la muerte, el contacto, la soledad. Los temas de siempre imaginando que estamos en los últimos días antes del fin del mundo, o sea: en el preapocalipsis. Pensé en Pasolini, que decía que el montaje era al cine lo que la muerte a la vida: un dador de sentido. Pero aún bajo el imaginario de la muerte de todo no encontré ningún sentido a nada, salvo la fugaz belleza de algunas palabras que juntas suenan más o menos bien”. 

Últimas pasiones preapocalípticas está compuesto por treinta y cuatro poemas, dividido a su vez en cuatro partes ( Los cuatro jinetes del Apocalipsis): Luz contra una bolsa en la tormenta, Bytes y espectros, Los párpados del sueño y Millenials in love. Y lo primero que se precipita sobre la conciencia frente a la repetición tediosa de los días ahogados en una laguna de soledad no es otra cosa que los cuerpos como límite o comienzo, siempre arraigado al concepto de la finitud de algo. “mirá/ tu cuerpo/sacate todo/ mirate/ ahí en el espejo/ tu cuerpo/ ¿lo conocés?/ si lo vieses de espalda en otros cuerpos/¿podrías decir/ “ese es mi cuerpo”?/ si tus pies estuviesen/ en una hilera de pies/¿podrías decir/ “estos son mis pies”/ o te sería más sencillo/ reconocer tus/ zapatos”. Y en la continuación de La marea de mi sangre rompía a mis costas: “ El cuerpo existe/ cuando sufre/ te quedan todavía partes tuyas/por recorrer/mirá/ tu cuerpo/ visitá cada parcela / sentí bajo tu tacto / la secreta ebullición del circuito de la sangre / todo vibra el rumor /de lo vivo /pero adosado a cada latido /hay un silencio /del que el latido nace / y al que vuelve”. La conciencia es dialógica, ya se sabe. Y en ese diálogo consigo mismo el “yo” poético se deja arrinconar por evocaciones que se despiertan de manera exacerbada hacia la paranoia o acaso algo mucho más complejo, tal vez, como sucede en Enemy:  “como iba a ser/ alguien que nos amó / y ya no nos ama/otra cosa que no sea/ un enemigo/ ¿qué me importan / los que nunca me amaron? / ¿qué mal podrían hacerme? / ¿qué vieron de mí/ más que mi lado de afuera/ pasando a lo lejos / poniendo caras aprendidas/ y nunca dándole a ver/ mi cara mía/ de cuando estoy solo?”. 

En Whimper se impone la sensación del tiempo fugado para terminar de configurar la presencia del hombre absurdo, en el sentido camusiano del término, frente a una realidad que resulta difícil no asociar al presente que nos toca vivir. Sólo un fragmento: “No hace tanto tiempo/ esto/ todo esto/ parecía el futuro/ y ahora/ rápidamente/ se va yendo/ solo la pena corre lento/ y oxida, /arde y tarda/ como una palabra/ mal tragada/ podrida en el pecho”. 

Uno de los tópicos más importantes que atraviesan la mayoría de los poemas es el concepto del amor en ausencia y la urgencia, o mejor la necesidad imperiosa de ir al rescate de lo más esencial, lo mínimo, detalles de experiencias vividas que amenazan con desaparecer cuando finalmente la memoria muera. Sólo la escritura puede salvar del olvido. “Cuando me/ muera si me/ muero va a ser/ de un día para otro/ de un instante para el otro voy/ a estar y de repente/ no voy a estar/ y las cosas que tenían/ que ver conmigo/ van a seguir/ sin mí y es probable/ que mi último pensamiento/ haya sido/ alguna interjección/ que connote la pena/ de que el mundo/ no concluyera/ conmigo la congoja/ intolerable de haberme perdido/ el apocalipsis”. Pero ¿qué sentido tiene la escritura en un mundo por desaparecer? Responder a esa pregunta es lo que motiva el recorrido de Últimas pasiones apocalípticas.