Zombi Child                 8 puntos

Francia, 2019.

Dirección, guion, producción y música: Bertrand Bonello.

Fotografía: Yves Cape.

Intérpretes: Louise Labeque, Wislanda Louimat, Adile David, Ninon Francois, Mathilde Riu, Bijou Mackenson, Katiana Milfort.

Duración: 103 minutos.

Estreno: Google Play, iTunes. 

Conviene aclararlo desde un principio, para evitar malentendidos: a pesar de su título, Zombi Child no tiene nada que ver con los muertos vivientes al estilo de la serie Walking Dead. Ni siquiera con los originales de George Romero, un director a quién el cineasta francés Bertrand Bonello admira y a quien tomó como punto de partida para su película inmediatamente anterior, Nocturama (2016), un film fuera de norma en muchos sentidos . Se diría que, por el contrario, aquí Bonello cambia de registro y se afirma en la tradición de Jacques Tourneur y de su clásico I Walked With a Zombie (1943). Con una diferencia importante: el título recupera ahora la palabra “zombi” original, que proviene de la cultura haitiana y por lo tanto refiere al traumático pasado colonial francés, que parece regresar al presente de entre los muertos, literalmente.

Cineasta moderno por excelencia, Bonello abreva una vez más en la tradición no tanto para subvertirla como para utilizarla como trampolín hacia territorios desconocidos. Es el caso de Zombi Child, donde el cineasta se interna en un colegio pupilo de élite, frecuentado por niñas cuyos padres o abuelos han recibido la Legión de Honor, la mayor distinción que otorga Francia. Allí, en ese gineceo adolescente 99 por ciento blanco aparece Mélissa (Wislanda Louimat), una chica negra cuya madre haitiana murió luego de haber recibido la famosa condecoración por su lucha contra el régimen de “Papa Doc” Duvalier. Ya el solo color de su piel llama la atención en ese entorno, pero lo harán aún más sus relatos sobre la cultura “zombi” en Haití, relacionada con el trabajo esclavo al que son sometidos los “no muertos” y con los rituales del “vudú” para exorcizarlos.

Es deslumbrante la fluidez con la que Bonello, en su octavo largometraje (ninguno estrenado comercialmente en la Argentina), es capaz de saltar del pasado al presente y de una cultura a otra: de Haití en 1962, donde el film comienza con unas escenas escalofriantes, con un entierro prematuro hecho a puro cine, sin otros recursos que no sean los de la luz, el montaje y el sonido (los golpes que produce la tierra sobre el cajón del abuelo de Mélissa, que no ha acabado de morir, víctima de un maleficio vudú), hasta ese colegio francés de hoy pero cuyo origen y arquitectura remite a la tradición imperial napoleónica.

Todo en Zombi Child es inquietante, ominoso, perturbador: el reflejo de la luna sobre un cementerio haitiano, los pasillos laberínticos de ese colegio francés con reminiscencias de film gótico, o las reuniones nocturnas secretas de las chicas a la luz de las velas, que terminan siendo juegos de niñas al lado de los relatos haitianos de Mélissa, que empujarán a su mejor amiga, Fanny (Louise Labeque), a buscar remedio a sus penas de amor en un peligroso ritual de exorcismo vudú.

Lo que distingue a Bertrand Bonello del común de sus colegas contemporáneos es el erotismo de la mirada. Hay en Zombi Child una sensualidad de la imagen que no teme admitir antecedentes (la ducha de las chicas remite directamente a la escena análoga de Carrie, de Brian De Palma) pero a la que lleva más allá de sus referencias. Bonello trabaja con un concepto coreográfico, como si todo en su film fuera una soterrada danza macabra. El director encuentra este movimiento de los cuerpos en todos los rituales, ya sean haitianos o franceses, como en ese sorprendente, disruptivo momento en el que el conjunto de niñas saluda a la directora del colegio con un balanceo sinuoso, que parece un desfallecimiento salido de alguna coreografía de Mathilde Monnier .

No todo es proporcionado en Zombi Child, un film que está siempre en un equilibrio inestable, que por momentos parece prometer más de lo que entrega y donde el estilo a veces corre el riesgo de imponerse a la sustancia. Aun así, hay siempre algo auténticamente hipnótico, embriagador en el film de Bonello, que es capaz de trascender la cultura pop de la que se nutre para descubrir --como pide el historiador Patrick Boucheron al comienzo de la película-- una libertad profunda. Una libertad que late de modo subterráneo, por debajo del liberalismo que la ha oprimido, para resurgir como experiencia política y estética. Zombi Child es esa clase de experiencia de la libertad.