-Hay que tener fe. Hay que ser positivos. Uno nunca deja de ponerse en el lugar del otro, pero también tenemos que tener paciencia, unirnos. Todos tenemos que poner nuestro granito de arena –replicó el ABC del new age Juliana Awada en el primer programa de la nueva temporada de Mirtha Legrand, el sábado 18 de marzo, por Canal 13, desde la mesa de la Quinta de Olivos. 

–Yo escucho a la gente. A vos no te hablan. A mí me dicen lo mal que está el país –le enrostró Mirtha Legrand a la primera dama. Y espadeó: “Ustedes no ven la realidad, la gente está muy quejosa”. 

–Sí, ¿cómo que no me hablan? –replicó, a duelo de tenedores, y aunque los gestos se mantuvieran tirantes en el rostro lozano y con poca movilidad para disimular el paso del tiempo de Juliana Awada. 

–Yo tengo la suerte de recorrer todo el país, estoy cerca de la gente, escucho, pongo mi granito de arena –continuó Awada, con un maquillaje cuidado pero nude (o ese intento de femme discreta que no exhibe su femineidad al máximo sino que maquilla sus imperfecciones y resalta sus labios y pómulos ya exaltados), sin mostrar de más (con un vestido negro de una transparencia liviana y florcitas como para que nada, ni si quiera el sex appeal, parezca mucho) y sin dejar de mostrarse. 

Juliana Awada empezó a mostrarse y ser mostrada durante el último tramo de la campaña electoral y el primer año de la presidencia de Cambiemos. Su presencia en comedores escolares o actos protocolares se toma como una nobleza nativa sin corona, pero con un charme digno de Hola! En algún momento se especuló con su candidatura en las elecciones legislativas de este año. Pero, más allá de las encuestas, a Juliana no le calza bien la función, sino la foto y la apología de cuidar al hombre que cuida a los argentinos. 

Macri la muestra y se muestra enamorado, como el varón devoto por quien ostenta: “La hechicera los mató a todos. La querían robar. La rompió...”, dijo el Presidente de la Nación en relación al viaje oficial a España en donde las revistas de personajes mostraban un duelo de la reina Letizia y de Juliana por ser la más flaca, elegante y bien vestida. 

Juliana usa zapatos hasta en su huerta de la que saca lo que proclama cocinar, compra pescado en el Barrio Chino (o eso muestra en fotos casuales de vecinos que buscan ofertas como ella) y tiene gallinas en la quinta presidencial. No habla más de su trabajo como diseñadora (en la marca Awada) pero sí de su rol materno y como esposa dedicada, no solo en dar órdenes o posar sino también en cocinar como un tributo a poner las manos en la masa para esperar al varón ejecutivo que llega cansado y quiere olor de hogar aún en el lugar donde se cocinan políticas públicas. Por ejemplo, sacar el Plan Qunita, para erradicar la mortalidad infantil en las casas donde el colecho no es una elección, sino un amontonamiento por falta de infraestructura y los bebés pueden sufrir muerte súbita por falta de espacio propio. 

Awada, en cambio, defendió el colecho presidencial y contó que Antonia duerme en la cama matrimonial como una de esas anécdotas que levantan una fiesta donde se pasaron momentos incómodos. 

–Ella dice que va a dormir con nosotros hasta los 30. Duerme del lado de Mauricio porque patea y se mueve mucho. Dormimos todos abrazados, hacemos el trencito del amor –comandó Awada en un país en el que, todavía, las mujeres no pueden ser conductoras de trenes, pero los vagones del amor quieren a una mujer dispuesta a sonreír y no mostrar tensiones.