Tall Juan acababa de editar Atlántico, su mejor trabajo hasta la fecha, cuando el mundo entero empezó a temblar como un cobayo. Puntualmente en Nueva York, donde reside desde hace más de ocho años, la tensión por el avance vertiginoso de la covid-19 ante la estúpida y displicente mirada de Trump se vio interferida por el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis, en un giro que volvió a sacar a la gente a la calle para manifestarse contra el racismo enquistado en Estados Unidos hace siglos.

“Con todo lo que está pasando, por ahora no me interesa más nada que estar presente en este momento en las calles”, avisa Juan Zaballa por teléfono, con el ánimo algo apagado, dos días después de participar de una marcha que reunió a 5000 personas avanzando por el puente de Brooklyn rumbo a Manhattan. Dice que, dentro de todo este panorama revuelto, su disco le queda lejano y no son momentos para pensar en su música. “Es una locura que estemos pidiendo igualdad de color. Hemos sido muy pasivos, y es buen momento para dejar el miedo de lado. Uno piensa que eso no pasa más pero está pasando todo el tiempo. Nunca dejó de pasar y no nos dimos cuenta.”

Que la siempre ascendente historia de Tall Juan haya quedado en pausa para apoyar el padecimiento de los afroamericanos en la tierra de las oportunidades no resulta un movimiento impredecible abordado desde el tamiz de su último álbum. Zaballa lleva años de propulsar su música por el mundo con grandes dosis de efectividad punki y sensibilidad beatle a través de un disco (Olden Goldies) y varios EPs junto a aliados como Juan Wauters o Mac DeMarco, con quien convivió y grabó en su casa compartida de Far Rockaway, Queens.

Ahora, Atlántico resulta un disco desprejuicidado y multicolor, escrito como de espaldas al imperio para conectar con sus raíces latinas a través de una pluralidad de géneros (reggae, cumbia, bossa), gran parte proveniente del continente africano.


El tango y la cuestión afroargentina

“Después de estar unos años acá empecé a ver Latinoamérica de otra manera. Cuando estaba en Argentina me decías Juan Luis Guerra y te decía 'tomatelá', pero desde acá puedo apreciar la música de él y de cualquiera. Empecé a interesarme por el arte de distintas personas sin pensar en el género, pensando más en la cultura y en lo que significa para cada país cada música”, dice Juan, que vivió toda su vida en Padua y de chico era amante del punk rock e iba a ver a bandas como Fun People y Loquero.

“Cuando pienso en Argentina, pienso mucho en el tango y lo he escuchado mucho. Después empecé a investigar un poco de dónde viene y salió de los africanos que eran esclavos en Argentina, aunque uno piensa que nunca los hubo allá. La influencia de la comunidad africana en la música latina es reconocida en todos lados menos en Argentina, donde directamente se borró de los libros de historia. Ahora nadie piensa en un africano cuando piensa en tango, sino en el europeo tocando bandoneón.”

“Las canciones del disco tienen muchos ritmos que tienen influencia de África”, suma Juan. “Con todo lo que está pasando, me siento como demasiado involucrado, necesito hacerme cargo de estas influencias y defender las cosas que les hemos negado a los afroamericanos, a los afroargentinos”, dice Juan, que propulsado por esa necesidad decidió invertir buena parte de su dinero ganado en restaurantes para grabar Atlántico.

Aunque en NY tenía armada su propia banda, convocó al tecladista Sebastian Volco –amigo desde hace muchos años y compañero en su paso por Fantasmagoria–, al baterista Fernando Samalea –a quien había conocido tocando en la banda de María Eva Albistur– y al ingeniero de sonido Max Scenna, para lograr definir un clima familiar alrededor de su disco más ambicioso. “Invertí en el disco y le pagué pasajes a mis amigos que quería que toquen”, dice Juan. “Ya tenía una banda con amigos de acá pero necesitaba cerrar un capítulo haciendo esto con todos argentinos.”

#QuedateEnCasa como Tall Juan, quien desde Nueva York se cuestiona sus privilegios | Foto: Cecilia Salas

Celebración y movilización

Atlántico resuena como un disco celebratorio, luminoso y estimulante, dedicado 100% al amor. Tall Juan se desenvuelve como un romántico apasionado, flameando su admiración por Joey Ramone, Caetano Veloso y Johnathan Richman en tracks de una honestidad pulcra y contagiosa. La samba Rocío, la bossa de Atlántico, el reggae El mar y la genial Los chicos, una oda beat con aroma a rock nacional, resultan pequeños manifiestos de amor y deseo que se despegan como en 3D de sus trabajos anteriores.

Esa frescura latina del disco resultó un giro renovador y estimulante para Tall Juan, aunque la coyuntura lo haya obligado a poner un freno momentáneo. “¿Qué voy a andar promocionando? ¿Una canción de amor? No tiene sentido para mí ahora. Es muy loco cómo cambió mi universo, totalmente, y no sé qué hacer, la verdad. Hay otras cosas de las que hablar ahora”, dice Juan, que ya empieza a planear en su cabeza un próximo movimiento, esta vez más enfocado en otros asuntos.

“Ya me están dando ganas de escribir canciones nuevas. Cuando era chico escuchaba mucho La Polla Records, y he vuelto a escuchar esos discos ahora y están buenísimos. Las letras me hacen querer salir a protestar y expresarme. Ahora me siento realmente inspirado para poder hacer canciones que hablen un poco más de política de alguna manera. Siento que quiero conectar un poco más con eso.”