El libro de Vanina Escales sobre Salvadora Medina Onrubia se destaca por dos razones muy evidentes. En primer lugar, porque recorta y rescata la figura de una mujer que por sí sola merecía una atención equivalente si se tratara de pensar la literatura, el periodismo, el feminismo, el teatro argentino de la primera mitad del siglo XX, pero que sin embargo permaneció durante mucho tiempo a la sombra del mítico Natalio Botana, el dueño del diario Crítica. En segundo lugar, porque Escales ofrece un trabajo de escritura que rompe los moldes de la biografía intelectual, la reseña o acaso el periodismo novelado, para sugerir un tipo de crónica de calidad, enriquecida, sazonada, sensible y ácida a la vez. De manera que tenemos en esta edición de ¡Arroja la bomba! una aproximación sobresaliente en forma y contenido a una de las figuras claves del feminismo anarco y, por qué no, del feminismo argentino.

En los últimos años, las nuevas generaciones de escritoras, periodistas, referentes y militantes nos han enseñado y señalado muchos destiempos, extravíos y errancias en materia de género, patriarcado, poder, competencias y relaciones de pareja. Hasta que, quizás, terminamos de rendirnos a los nuevos puntos de vista cuando nuestras propias hijas, glitter en el rostro, pañuelo verde mediante gritándonos en la cara, nos lo plantan a la cara sin más vueltas. Sin embargo, lo que ha venido robusteciendo algo de un modo que termina de poner en cuestión la biblioteca misma que usamos, es tanto el activismo político y el ensayo intelectual, como los ladrillos que se fueron derribando o reemplazando en las paredes y laberintos de la Historia pensada, documentada e imaginada. ¿Por qué? Porque no solo se combate en el presente y con las fuerzas que actúan en lo institucional, en lo doméstico y en lo público, sino que al intervenir en las figuras de la historia contemporánea se rehace el fondo cultural, se obliga a pensar nuevamente las tramas clásicas de nuestro devenir, y acaso de este modo, se produce cambios de mayor robustez y sentido.

Escales nos ofrece una crónica biográfica, un libro documental, que está lleno de información, entrevistas a familiares y amigas, ideas, autores, tramas culturales y militantes, pero que nunca abandona el ritmo, el guión del mejor documental audiovisual, el modo combativo de levantar la mano y poner el acento donde corresponde, y más que nada iluminar y regalarnos a Salvadora Medina Onrubia. Poeta, periodista, dramaturga, anarquista, fue la primera autora en la literatura argentina en escribir cuentos lesbianos y aborteros, y financió las fugas de Simón Radowitzky del penal de Ushuaia. Fue compañera y amiga, sorora diría Escales, de Emma Barrandeguy y América Scarfó, quienes fueron entrevistadas por la autora para el libro. Aparece, como se dice aquí, en roles secundarios de biografías ajenas: esposa de Botana, abuela de Copi, amiga de Alfonsina Storni y de Severino Di Giovanni. Organizado en cinco capítulos, el libro ofrece una reconstrucción sobre los acercamientos de Medina Onrubia al periodismo y al teatro, a los anarquistas, los vínculos que la familia y los afectos entrelazan y a veces complican. Además, esta edición trae generosamente una segunda parte con el libro inédito de Salvadora de título Mil claveles colorados, y una serie de artículos seleccionados.

En un pasaje, Escales define: “el anarquismo a Salvadora le permitió ejercer su desenfado, desatar su insolencia, despreciar la obsecuencia, sellarse la frente con orgullo de anormal, poder maldecir los sueños cortos y reírse de los sirvientes funcionales”. En todos los aspectos, la fraternidad, la solidaridad, el empeño político aparecen como construcciones de la más absoluta vivencia y vida cotidiana. No están precedidas de un ideologismo ni de metas a cumplir o roles que desenvolver en el firmamento revolucionario. Es hacer girar la rueda del propio tiempo, con las herramientas a mano, quizás haciendo valer contactos y fortuna personal para socorrer a quien lo necesita, quizás recrear el ámbito intelectual, la armonía de la noche donde permitir el encuentro con amigas, la risa, el sufrimiento, el hombro que sostiene una lágrima. Ser mujer y anarquista, como una revuelta interior que es doble porque es frente al sistema social pero también frente al hombre, se resume en aquel lema de la investigadora francesa Maxine Molyneux: “ni dios, ni patrón, ni marido”. Porque la humillación de la servidumbre, advierte Escales, seguía cuando llegaban a sus casas. Y porque una de las virtudes del anarquismo es haber planteado tempranamente que lo privado es político. Estas reflexiones, que atraviesan el libro -en el análisis de las obras de teatro, en los escritos periodísticos, en la propia vida de Salvadora-, invitan una vez a repensar la cultura anarquista en la Argentina de la que tanto se ha hablado y de lo poco que conocen las nuevas generaciones. Feminismo, veganismo o alimentación saludable, cuidado del suelo y del medio ambiente, relaciones afectivas abiertas y respetuosas del deseo del otro, dinero para vivir y no vivir para el dinero. Una suma de valor que Castoriadis agruparía como la paideia necesaria para la revolución, y no al revés. No hay sociedad nueva sin la creación de un modo de vida que nos haga mejores bajo este cielo, en esta tierra. Por ejemplo, en el rescate de la amistad entre Medina Onrubia y Storni como valor social en sí mismo, con la que Escales clava su propia y bella lanza: “Salvadora y Alfonsina tuvieron ese tipo de amistad en la cual la otra es, primero, una confirmación de lo que nosotras mismas somos, testigos mutuas, memorias en espejo. Las dos fueron hijas de la naciente clase media, con madres maestras. Ellas, también normalistas, rubia una, pelirroja la otra, y ambas con niñitos que les colgaban de un brazo; y del otro, la cartera, no un marido”. 

Salvadora Medina Onrubia es una mujer hermosa, en la que dolor, cariño y rebeldía pueden conjugarse en una kriptonita porteña y feroz. El cambio en la moda, los vestidos vaporosos, las polleras cortas, esa modernidad periférica aparece en su dramaturgia poniendo carmesí y rubor a una erótica barrial. Todas las obras de teatro de Salvadora fueron estrenadas en teatros comerciales y ella estuvo presente largo tiempo con sus columnas periodísticas. Escales señala que Salvadora y Alfonsina compartieron una escena literaria definida más bien por su lugar de no pertenencia: “no eran de Boedo, no eran de Florida, ni lo serían de Sur. “Escribir sobre Salvadora es hacer un tratado sobre la soledad de las mujeres indóciles”, dice la autora de este notable libro, ágil y templado.