Evangelina Botta estaba detenida en la cárcel de Villa Las Rosas de Salta. Su familia le mandó una encomienda, en 1976, que llegó devuelta porque –fue el argumento que dieron allá– la destinataria había quedado en libertad. "Eso sonó extraño y justo nos llamó la mamá de Rodolfo Usinger, a la que le habían dicho que había muerto en un enfrentamiento. Viajé con mi hermano a Salta y ahí nos dijeron que mi hermana se había escapado. Fue un simulacro muy grande lo que hicieron. Uno lee el expediente judicial, se da cuenta que fue un simulacro. Mi hermana y una chica llamada Georgina Dros figuran como prófugas. Todos dijeron que había sido un enfrentamiento", rememora Enrique Botta, el hermano menor de una de las tres personas de Rosario que fueron fusiladas en la masacre de Palomitas. 

Evangelina, Rodolfo y Amarú Luque fueron asesinades en ese falso traslado autorizado por el juez Ricardo Lona. Decían que los llevaban desde Salta a Córdoba, pero a cuarenta kilómetros montaron el simulacro de enfrentamiento y mataron a once presos políticos. En diciembre de 2010, el Juzgado Federal Nº 2 de Salta condenó a prisión perpetua a Carlos Alberto Mulhall, Miguel Raúl Gentil y Hugo César Espeche por este crimen, pero falta juzgar a la mayor parte de los ejecutores. Hoy se cumplen 44 años y habrá un acto virtual organizado por la Mesa de Derechos Humanos Salta

Los efectos del terrorismo de Estado persisten a través del tiempo. Emiliano Nicolay es el hijo de Evangelina. "La última vez que la vi a mi mamá fue en la cárcel, me llevaron mis abuelos. Tenía cinco años, estuve un año sin verla casi, desde el secuestro de mi padre, en 1975, hasta que me pusieron a salvo a mí y me recuperan mis abuelos, que me llevaron tres o cuatro veces desde Rosario a Salta a verla. Fueron encuentros ásperos. Me quería quedar ahí con ella y le costó mucho convencerme. Tuvo que usar artilugios de psicóloga", cuenta ahora, y recuerda "perfectamente" a sus compañeros de la regional Hijos Salta, que también iban a visitar a sus padres presos, luego asesinados. Emiliano vive en Granadero Baigorria. "Me costó volver a Salta, volví por primera vez en 1999. No me animaba. Ahora, una vez que lo hice, me encontré de nuevo con todos estos compañeros maravillosos que tengo en Salta, con los que comparto militancia", cuenta sobre su pertenencia a la regional Salta de Hijos. 

Emiliano levanta la memoria de su madre, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). "Los compañeros de Palomitas administran trascendentalmente el poder, no desde el palacio, sino desde el ministerio de bambú, en permanencia y siempre bajo ciencia material de la magna constitución dialéctica del pueblo. Así entonces, Ella, en la luz de la bandera con estrella y utopía, siendo memoria ejerciéndose a sí misma, en cada nuevo amanecer del humanismo, vive. Y en las regiones más profundas de su ancestralidad, desde las raíces de la vida, y entre los primeros rayos de la dignidad, el sexto día de julio, desde Palomitas, en su virtud abanderada, se pone a cantar", escribió Emiliano sobre el aniversario de hoy. Para él, Palomitas fue una continuidad del ensayo de la masacre de Trelew, que durante la última dictadura cívico-militar y eclesiástica se convirtió en una práctica sistemática. 

También víctimas de esa masacre, Amarú Luque y Rodolfo Usinger pertenecían a Montoneros. Amarú era también psicóloga. Se casaron en la cárcel, para poder estar juntos. Esa historia de amor, Paula Jozami, la sobrina de Amarú –nacida al año siguiente del asesinato– la supo por la familia de Rodolfito, como todavía le dicen. Los dos estaban presos desde 1975. "Me gusta recordar que ellos apostaban a la vida, a un pueblo feliz, yo creo que por eso es importante recordar y seguir pensando que la apuesta era por un mundo mejor. Más allá de que los pudiera llevar a que los asesinaran, la apuesta siempre era a la vida, y había una conducta ante eso, que tiene que ver con ir a laburar a los barrios, pensar en las capacitaciones, ser solidarios con el otro", cuenta Paula sobre esa tía cuya historia fue reconstruyendo de a retazos. Sabía que su abuela, Ana María Zeno de Luque y su mamá, Berenice, se entristecían demasiado al hablar de Amarú. Entonces, Paula preguntaba por otro lado. Estudió psicología, como Amarú, y a los 19 años escribió. "Ella que no está, ella con su trajecito de color Caqui, ella a la que amo pero no conocí, ella la que luchó junto a mí cuando sólo tenía 0, ella que luchó para cambiar la historia. Tengo 19, quiero cambiar la historia que ella quiso cambiar (esa historia del "no pensar")". 

44 años después, el hermano de Evangelina, Enrique Botta, rememora que "fue todo muy terrible, una perversidad. Cómo se van a escapar dos chicas solas, atadas y ante una custodia de 20 militares. Recién en el año 2010, después de tantos años, les dieron cadena perpetua a los tres responsables. Mulhall, que era el principal, murió, y los otros tienen prisión domiciliaria. El juez Lona siguió en la función hasta la presidencia de Néstor Kirchner, que le aceptó la renuncia". Ahora, el exjuez enfrenta un juicio por su responsabilidad en la masacre. Fueron años de mentiras, silencio, espera y dolor. "Es un diálogo de sordos, vos preguntás dónde está el cuerpo, porque los hijos, los nietos, quieren tener un lugar adonde llevar una flor. Y te decían 'espérenla'. Fui a Salta muchos años, pero cuando mis sobrinos fueron más grandes, empezaron a ir ellos. Me hace mal rememorar todo eso y ver la hipocresía y la perversidad de esa gente". 

Hoy, a las 17, habrá un acto para decir "presente" por cada una de esas personas asesinadas: Botta, Usinger, Luque, Benjamín Leonardo Ávila, Celia Leonard de Ávila, Georgina Graciela Droz, María del Carmen Alonso de Fernández, Roberto Luis Oglietti, Pablo Eliseo Outes, José Victorio Povolo y Alberto Simón Savransky. El recordatorio que se alza donde ocurrió la masacre es un mojón de aquellas militancias, aquellas convicciones. De esas vidas que hoy siguen presentes en quienes las amaron.