“Los pañuelos no se rinden“, dijeron las Madres, que jamás se rindieron. Osvaldo tampoco se rinde.

A las Madres las acaban de insultar, una vez más, cuando embadurnaron de pintura su emblema más justo, el más solidario, el símbolo de la lucha por la Justicia y la Memoria, sus pañuelos. Esos pañuelos que representan la lucha por la dignidad de una sociedad entera, esos que son la bandera identificatoria de los que se comprometieron en la lucha contra el olvido, la impunidad, la injusticia, la tergiversación de la historia, el silencio, y por la verdad, el castigo, la justicia social, la solidaridad.

Las acaban de amenazar queriendo tachar los pañuelos, que es como decirles, las vamos a borrar de la historia.



A Osvaldo lo acaban de insultar. En otro acto de vandalismo de aquellos anónimos que no jamás la cara, arrancaron de cuajo una placa colocada bajo su busto, en el monumento con el que los vecinos de Concepción del Uruguay decidieron rendirle homenaje a su trayectoria ética en búsqueda de la verdad en nuestra historia, tantas veces ocultada por aquellos que saben por qué la quisieron ocultar.

Hicieron añicos la placa que llevaba una cita de Osvaldo: “Trabajar el sueño fundamental: un mundo con abejas y pan, sin hambre y sin balas”. Una sueño, una utopía, un presagio que parece ser insoportable para aquellos que prefieren el odio, la violencia, la injusticia, la desigualdad, el poder individual antes que la fuerza solidaria.

Como pacifista a ultranza, socialista libertario que jamás se cansó de buscar la verdad, un inclaudicable defensor del poder de la palabra y la ética política, a Osvaldo era lo único que le faltaba: lo encarcelaron, lo amenazaron las tres AAA, lo censuraron, le quemaron los libros y prohibieron sus películas, lo echaron del país, lo exiliaron. Y ahora, año y medio después de su muerte, quieren hacer callar y romper los homenajes que le hace el pueblo.

¿Será acaso una reaccción a que en las últimas semanas se retomó la idea fundamental de su campaña para desmonumentar al general Roca? ¿A que nuestra sociedad se replanteara la necesidad de mantener los monumentos de héroe a quien fue el responsable del genocidio a los pueblos originarios en la llamada Campaña al Desierto? Aquel que al final la invasión y destrucción sentenció: “la ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha sido por fin destruida. (...) dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”.

El impulsaba “una propuesta de profundo sentido ético, terminar con el endiosamiento del genocidio y proponer a que se quiten los monumentos a la persona de Roca, se reemplace su nombrea todas las calles que lo ostentan en nuestras ciudades”.

En pocos años, más de una veintena de calles, plazas y escuelas erradicaron el nombre del general matador de indios. El no proponía destrozar el monumento que está emplazado a pocos metros de la Casa Rosada, sino que se lo llevaran, como símbolo y advertencia, a la estancia La Larga, en la pampa bonarense, propiedad de los descendientes de Roca.

En la inauguración del busto a Osvaldo en la Plazoleta de los Derechos Humanos de Concepción del Uruguay dijimos: “Osvaldo está acá, en esta plaza, pero no se va a quedar quieto. Se bajará del monumento, saldrá a curiosear, va a querer ver, hablar con los vecinos, preguntar y escuchar, agarrará su maleta llena de libros y empezará a recorrer las calles y los arrios, va a dar clases de Historia y de Etica, va a organizar debates, alertará a los que luchan, y será muy incómdo a los poderosos”. Parece que es cierto.