Así es, señores mediadores. Ejercí una violencia sibilina y trapera contra él. Fui violento, cobarde e injusto. Hice algo ilegal, deleznable, reprochable, indefendible desde todo punto de vista: ético, político, humano.

Me comporté como una bestia. Una sucia bestia que no se privó de lo escatológico, lo fecal. Me comporté como una mala persona.

No, por favor, esperen, señores mediadores. Quiero terminar la idea. Me comporté así, y esto es lo que quiero decir y dejar bien claro, porque lo decidí. Hubo deseo del más profundo y genuino, además.

Lo que hice, lo que hago, es lo que soy.

Y todo mi ser está puesto en eso que hice, y en la forma en que lo hice. O sea: el hacer cosas como esas construyen lo que uno llama su ser.

Estaba él allí, en una manifestación fantasmal, parodia de vodevil de guiñol, no sé, estaba allí en esa vergüenza sin nombre de los que se dan con no sé qué y no convidan, se dan para tener semejantes delirios de kermese de cartón.

Lo ramplón de la furia ñoña, o la tabula rasa del requesón, o. Lo sin nombre, digamos, y lo vi allí, con el enojo botón de la sombra de una abulia en vinagres.

El lavado té que la gorra policial, mala ubre, ofrece como mínima exudación cuando la ordeña y apaña un alcahuete.

Estaba él allí, lo chirle, el talco, el moho, un acting de un dadaísmo botón que genera carantoñas de la acritud.

Allí, en la pequeña manifestación a favor de la propiedad privada y contra el regreso del comunismo. Él estaba allí, enojado y tenso, con gesto torvo.

Estaba allí con su cartel en defensa de la propiedad privada. Pero no la suya propia, sino la de aquellos que de la suya se apropian.

Defendían a los que los vejan y los ralean, a los muy alegres que con los dineros y neuronas de los indignados manifestantes hacen festín, orgías de donas esnifadas, el suave clericó alcalino de la propiedad privada, la sinapsis atarantada, atorada en el seco ducto de la gritería que empasta la televisión.

Estaba allí, y sostenía la Stars-Spangled frente al monumental falo. El duro mármol, estólido y milico, sintonizaba (y producía un chirrido muy agudo) con los rostros de los que integraban esa estantigua o velatorio masivo o el ofusco hosco de todo lo que grita gritado.

Sí, le dije eso, antes de atacarlo le dije que las banderas de EE.UU. se queman en las manifestaciones. Siempre.

Y después vino el fuego y el ataque. Pero lo que quiero decir, lo que deseo dejar bien aclarado es que, como toda subjetividad, la mía se construye en relación con otras, en diálogo, en discusión y tensión con otras subjetividades.

Lo que uno es, creo yo, señores mediadores, se construye con, por, y a partir de la otredad. No veo, con todo respeto, cómo podría funcionar la mediación en este caso.

Yo soy y quiero ser eso que hice. Soy, y no quiero dejar de ser, y además sería imposible, soy una mierda, una mala persona con relación a él y a los que actúan como él.

Mi propio ser se construyó a partir de ejercer violencias e injusticias, a partir de ser asqueroso con relación a esa forma específica de la otredad que él me ofrece.

Es más: esa parte de mi ser es la más estable, la más firme y más propia de mí, porque se construyó en relación con, y gracias al diálogo con ciertas formas de la otredad que me han resultado fundamentales.

No veo cómo se podría mediar sobre la constitución de mi subjetividad, que ya es una mediación mediada por el diálogo con la otredad. Soy eso que estalla y llena de fuego y golpea y estampa heces sobre quien levanta ciertos letreros y ciertas cosas dice. Esa es la otredad que me constituye.

Esa breve baba nazi. Soy el que limpia y ensucia esa cochambre y no veo qué mediación puede mediar en ese diálogo profundo, existencial, entre mi ser y ese otro que me constituye, y que por lo tanto forma parte de mí.