El presidente Mauricio Macri, es re sabido, le erró feo cuando Mirtha Legrand le preguntó sobre el importe de la jubilación mínima. Respondió que son algo más de 9000 pesos, lo que significaría un incremento virtual del orden del cincuenta por ciento. Le advirtieron de la metida de pata, hizo un rictus de bronca e insistió.

Tal vez esté tan contento con “la reparación histórica” porque cree en lo que no existe.

Cualquiera puede equivocarse alguna vez. Seamos piadosos: Macri no es el primer dirigente que lo hace. La historia recuerda que el ex presidente francés Valery Giscard D’Estaing una vez se chispoteó en una entrevista más exigente cuando le preguntaron el valor del billete del metro, que en París es algo así como el centro del Universo.

El ex ministro Domingo Cavallo encarnó una versión local cuando era candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma, en un reportaje que le hizo la periodista Romina Calderaro en PáginaI12 (www.pagina12.com.ar/2000/00-02/00-02-13/pag09.htm).

La colega le inquirió el valor del pasaje de subte. “Super Mingo” replicó “sesenta centavos”… eran setenta y cinco. El hombre trató de maquillar su error pero ya era tarde.

Es lugar común entre dirigentes y funcionarios quejarse porque al editarlos se “los saca de contexto”. La dificultad de Macri (que atañe también a la mayoría de sus colaboradores) es inversa. Se defiende cuando monologa (aunque puede “caer” en actos fallidos). Cuando emite metáforas sobre la lluvia o las mareas de inversiones o proverbios de autoayuda. Pero naufraga si se lo coloca en contexto. Los datos mortifican, los hechos incomodan, las multitudes exasperan. Los rictus que se vieron en la cena con Legrand son un síntoma de un problema mayor, cada vez más notorio. No escuchar a quien le señala los errores-mentiras y reiterarlos masticando bronca viene en combo. La visibilidad es un problema cuando se toca de oído, en tantos temas,  casi todo el tiempo.