El domingo 2 de agosto de 2012, a las siete y media de la tarde o las ocho de la noche, se inauguró la exposición antológica de Raúl Gómez, artista muy querido por sus pares, conocido como el Negro Gómez, en el hoy Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. A exactos 8 años, anteayer, se apagó su vida de 59 años que era un solo fuego con el arte. 

Había nacido en la ciudad de Santa Fe en 1961, en una casa grande llena de hermanos y de la presencia de una madre, Prima Andrada, a la que nunca pudo retratar, y a partir de cuya muerte en 2010 empezó a jugar con la pintura abstracta. Hasta entonces, como la define el artista e historiador del arte local Arnoldo Gualino, su obra plástica era "una aproximación neo-figurativa". Es decir, estaba centrada en la figura (figura humana, y más precisamente, en la figura femenina) y reescribía diversas versiones modernas de lo figurativo, que iban desde el barroco español hasta la Nueva Figuración, pasando por la intensidad gestual de Carlos Alonso y Luis Scafati, que comparten el vigor de su trazo.

Más allá de esas obvias influencias (que no le restaban originalidad en lo más mínimo), tenía una forma de representar que era única. Al pintar o dibujar un personaje, o pintar y dibujar un personaje, de alguna manera le infundía una mirada, una personalidad y una presencia. El Negro Gómez no copiaba gente; creaba seres. Lo recuerdo trabajando en uno de los caballetes de la Facultad, con una seguridad en su oficio y un entusiasmo propios del artista profesional que ya era entonces. Horacio Vargas lo rememoraba ayer de la mítica revista Risario. Gualino menciona que también colaboró en la revista Fierro, en la publicación brasileña Animal y en Rosario/12. Antes de cumplir 30 años, el Negro tuvo una muestra individual en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino.

Y en la década del '90 hizo varias exposiciones en la galería Krass, siempre acompañado por su pareja de entonces, la actriz rosarina Berta Krasniasky. A fines del siglo pasado, cuando en medio de una crisis causada por un neoliberalismo feroz y merced a una insidiosa operación de prensa la ciudad de Rosario pasó a ser cuna de los "comegatos", Raúl Gómez expuso en Krass una de sus series más perfectas y tremendas, entre el horror y la belleza: niñas y niños consumidos por el hambre, parte humanos y parte felinos, como preguntando: ¿quién devora a quién? Me contó que esas pinturas estaban inspiradas en una canción de Chico Buarque, "Barrio de la Cruz": "Hay novedades en el barrio de la Cruz/ que los niños sólo se alimentan de luz. / Alucinados van virando hacia el azul... electrizados/ cruzan cielos sin dormir/ en la carretera/ asumen formas mil".

Las ficciones pictóricas del Negro oscilaban entre la precisión anatómica naturalista, la belleza clásica y la sugerencia de lo maravilloso. Diríase, un (¿sur?) realismo mágico. El carácter de aparición de sus figuras me llevó a obsesionarme con dos de sus obras: el mural que pintó para la Casa del Tango, y uno de los raros desnudos masculinos y assemblages que realizó, inspirado en un sobreviviente del conflicto de las Islas Malvinas. Incluía, pegado, un morral de cartero encontrado junto a la Aduana. Los colores irradiaban una melancolía inefable. Se la pedí prestada y un gato que tenía, también llamado El Negro, se dedicó inexplicablemente a atacar la obra con sus garras. El autor vino a rescatarla con su compañera, Verónica. Se la llevaron en moto, quizás la misma que cayó junto con él en la avenida Travesía, en esa extraña tarde cuya luna roja bermellón él no llegó a ver subir ni a pintar. 

En mi recuerdo el Negro sonríe siempre con una boca más ancha que su cara, y a su lado está Verónica con una sonrisa solar. Fue un artista pleno que amaba la vida, fue un mago del color y de las formas que trajo al día la luz de sus sueños. Todavía espera al público una obra suya en pastel y pintura, " La sutileza de existir", que integra la colectiva "La", en la Bolsa de Comercio. Así lo despide un colega suyo, uno de los expositores: "Has vivido una hermosa vida de artista".