EL DESPERTAR DE LAS HORMIGAS - 6 PUNTOS

Costa Rica, 2019

Dirección y guion: Antonella Sudassasi

Duración: 94 minutos

Intérpretes: Daniela Valenciano, Leynar Gómez, Isabella Moscoso, Adriana Álvarez

Estreno en www.figafilms.com

La canción es conocida, pero sigue tan vigente como en la historia entera de la civilización occidental. Él no se ocupa del cuidado de los niños ni de las cosas de la casa. Ella debe sumarle esas dos tareas a su empleo, como si esa asimetría fuera producto de la naturaleza. La realizadora costarricense Antonella Sudassasi trata en detalle esta forma de semiesclavitud naturalizada en El despertar de las hormigas, nominada al premio Goya 2019 en la categoría Mejor Película Iberoamericana. Lo hace con el suficiente tino como para no incurrir en subrayados.

En la secuencia inicial Isabel (Daniela Valenciano) está terminando de hacer una torta, su suegra le recrimina que no le salió lo suficientemente alta y su marido Alcides (Leynar Gómez) le encaja a un bebé para que lo tenga en brazos, mientras ella intenta ponerle la crema a la torta. Allí está todo. Los noventa minutos restantes son el despliegue de esa situación, con Isabel ocupándose de la comida, de servir la mesa, de ir a buscar a sus dos hijas a la escuela y de trabajar como modista para ganar unos pesos que van a parar a la economía familiar, pero no a su bolsillo. Habituada a no rebelarse, Isabel responde a esta desposesión haciendo cosas a escondidas. Se guarda lo que gana (lo que le pasa el marido no le alcanza ni para comprar una bombita de luz), averigua el precio del alquiler de un local que le serviría para trabajar fuera de casa, compra pastillas anticonceptivas para no tener el hijo que el marido reclama.

El gran acierto de Sudassasi es no hacer del marido un monstruo, ni de Isabel una plañidera. Alcides no es violento ni abusivo, incluso es amable y cariñoso. El problema lo excede: lleva en sí un mandato cultural que hace que deje en manos de su esposa lo que la sociedad determina que una esposa debe hacer, sin tener en cuenta siquiera sus orgasmos. El machismo se transmite de generación en generación: en una reunión, el padre pide a su hija mayor que se ocupe de llenar los vasos, como si esa tarea le estuviera adjudicada por default. El cuidado por el cabello aparece como signo de la condición femenina, tal vez de la única posesión. Isabel enseña a su hija cómo hacer una trenza, la hija mayor peina a la menor, los compañeros de escuela pegan chicles al cabello de una de ellas, Isabel sueña que pierde el pelo, la madre les da la idea de recortarlos. Isabel y su hija mayor descubren el deseo sexual al mismo tiempo.

La realizadora intercala dos fantasías y un sueño de la protagonista. Una de las fantasías es redundante: Isabel imagina destrozar la torta, después de que su expresión denotara claramente la molestia por las intrusiones ajenas. La otra fantasía se decanta con naturalidad, cuando durante un baile Isabel se imagina sexy y deseante. El sueño es misterioso: Isabel encuentra un mechón de pelo bajo la almohada. Podría observársele a El despertar de las hormigas que más allá de su corrección formal y narrativa, de lo loable de su enfoque, la historia que desarrolla no va más allá de la que tantas madres contemporáneas experimentan a diario. En el haber debe computarse un final que en lugar de insistir en la remanida fábula de la larva que se vuelve mariposa queda abierto en un signo de rebeldía, tal vez el primero de otros por venir.