¿Cómo enfrentar las políticas adoptadas por el Gobierno Nacional para proteger a la población y evitar la expansión del virus? No es fácil, porque el más elemental sentido común lleva a seguir las prescripciones en interés de defender la propia vida y la de los allegados. Más aún cuando estas recomendaciones emanan de una calificado Comité de Expertos y son reiteradas cada quince días por el Presidente con un semblante cada vez menos descansado pero fiel a su estilo coloquial. Además, la entrega abnegada de los trabajadores de la salud naturalmente estimula una actitud de solidaridad.

Ante la evidencia de que es imprescindible el aislamiento social y la creciente intervención del Estado para enfrentar la pandemia y también para evitar que se profundice la recesión y allegar asistencia a los sectores más vulnerables, la oposición más dura tiene que patear el tablero y recurrir a las grandes palabras. Libertad es tal vez la más importante, aunque haya sido tantas veces bastardeada en la historia argentina. La libertad puede considerarse como un valor supremo, al punto que en su defensa se justifica hasta perder la vida. Sin embargo, en este caso la referencia parece inadecuada, porque si bien es cierto que quienes violan el aislamiento corren un serio riesgo, difícilmente los acompañe el redoble de tambores: su actitud tiene menos que ver con el heroísmo que con la irresponsabilidad y la falta de compromiso social.

Esa misma invocación a la libertad se reviste otras veces de un lenguaje intelectual y se referencia en algunos autores ilustres. Así se señalan los peligros autoritarios que conlleva la tendencia normalizadora del sistema de salud u otros relacionan las medidas de control que ha impuesto la pandemia con la creciente intromisión de estados y corporaciones en la intimidad de los individuos y los riesgos de avanzar hacia verdaderos estados de excepción. En otro contexto pueden ser discusiones interesantes, pero no tienen mucho que ver con una realidad que aunque justificaría medidas más severas, el gobierno está enfrentando con una notable moderación y buscando el más amplio consenso.

Cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial y algunos se preocupaban por lo que imaginaban como una expansión notable de la izquierda, Friedrich Von Hayek, economista de la escuela austríaca, el antecedente más radicalizado del neoliberalismo, publicó su obra Camino de Servidumbre. El blanco principal de Hayek no era el comunismo sino la más moderada propuesta de nacionalización de la salud pública que defendía el laborismo inglés. Hayek no ignoraba las diferencias entre laboristas y bolcheviques, pero consideraba que sólo eran de grado. Tanto confiaba el economista austríaco en el principio del libre mercado que creía que quienes se apartaran de él desembocarían, necesariamente, en el colectivismo, como si no hubiese retorno para quienes se internan en el camino del mal. No usó este lenguaje más propio de la religión pero pudo haberlo hecho. El neoliberalismo, por momentos discurso complejo y sofisticado, se propaga como un dogma y genera entre sus fieles un culto cuasi religioso.

La referencia puede aplicarse para tratar otra de las muletillas del discurso opositor, la que compara la situación argentina con la de Venezuela. Ambas son tan distintas, que en muchos casos resulta evidente la mala fe. Pero algunos fanáticos deben creer como Hayek que quien ingresa en el mal camino está condenado inevitablemente a seguir por él. Cuatro años de macrismo llevan al ridículo esta forma de razonar pero, sin embargo, setenta años de antiperonismo han mostrado la irreductibilidad de esta forma de pensar.

Probablemente, a esta altura de la lectura ya muchos lectores estén irritados ante lo que aparece como una ingenuidad poco creíble, como si el autor de la nota no supiera que hay un sector de gente, afortunadamente no tan numeroso, que protestará contra cualquier cosa que haga un gobierno popular. Algunos lo hacen en defensa de sus privilegios, otros porque creen que bajo el manto del interés público el peronismo puede alentar los propósitos más siniestros: algo que para ellos es evidente aunque el público populista y choripanero no alcance a vislumbrarlo.

La ingenuidad no es tal porque la argumentación sirve para poner en evidencia que no sólo los llamados anticuarentena son una minoría sino que no tienen muchas posibilidades de crecer. La derecha enfrenta hoy sentimientos muy arraigados en la comunidad y no le resultará fácil avanzar frente a una sociedad que mayoritariamente reconoce que el gobierno actúa en defensa de la vida y el interés general.