Desde París

Por una vez, la Unión Europea se ve confrontada a un problema migratorio que no atañe ya la migración Sur-Norte sino Norte-Norte. La activación del Brexit en Gran Bretaña deja entre telones el destino de unas cinco millones de personas: los más de tres millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los cerca de dos millones de británicos que residen en los países de la Unión Europea. Este es el capítulo más delicado de la negociación entre Londres y Bruselas y, también, el más ignorado por los brexistas que con un empeño de iletrados sacaron a su país del grupo de los 27 luego de 43 años de integración. Londres y la UE dejaron la suerte de estos 5 millones de personas en la cuerda floja. La primera ministra británica, Theresa May, se negó a garantizar de forma “unilateral” la permanencia de los derechos de los inmigrantes europeos. Ambas partes prometieron responsabilidad y reciprocidad para tratar este tema, pero no avanzaron en el. La retórica proveniente de la capital británica es de una ambigüedad peligrosa. La migración europea en la isla y la británica en el continente es el conflicto por excelencia que ha quedado solapado bajo el impacto del Brexit. Sin embargo, su dimensión es tal que cuatro diarios europeos, The Guardian, Le Monde, La Vanguardia y La Gazeta Wyborcza, publicaron esta semana un editorial conjunto en el cual “llaman a la realización de un acuerdo entre Londres y los 27 a fin de garantizar los derechos de esas cinco millones de personas”. 

Atrapados en el Brexit dentro y fuera del Reino Unido, los trabajadores europeos serán objeto de un chantaje permanente hasta que, en 2019, la negociación global llegue a su fin… si es que se termina realmente y el Brexit entra en vigencia. Británicos y europeos continentales tienen dos años a partir de ahora para diseñar una solución. De aquí a entonces, más de cinco millones de personas vivirán en la incertidumbre en lo que toca no sólo el derecho legal de residencia o de trabajo, sino, sobre todo, la jubilación, la cobertura del desempleo o los dispositivos de protección social. Los expertos estiman que las reglas comunitarias se mantendrán vigentes hasta que se firmen nuevos acuerdos bilaterales. Pero ese compás de espera tendrá consecuencias inmediatas para los expatriados británicos o los del bloque europeo. Sus existencias administrativas y sus proyecciones humanas estarán condicionadas por la negociación. Ante la incertidumbre, las empresas británicas limitarán los contratos con los europeos y estos con los británicos. Nadie sabe exactamente qué ocurrirá. Algunos mastodontes financieros como JPMorgan ya anunciaron que contemplaban trasladar miles de empleados europeos que residen ahora en la isla al continente, donde sus derechos no están “entre paréntesis”. Un total de 300 mil franceses vive en el Reino Unido y 170 mil británicos en Francia (320 mil en España, 249 mil en Irlanda, 100 mil en Alemania). La complicación se sitúa más que nada con relación a otros países de la UE, a la vez menos fuertes que Francia o España y con un flujo migratorio más denso que los de París o Madrid. Es el caso de Polonia. En agosto de 2016, The Times publicó las cifras oficiales de la migración polaca en Gran Bretaña. En los 11 años de la pertenencia de Polonia a la UE, 831.000 polacos se fueron a vivir a Gran Bretaña. La cifra sobrepasa incluso la de los migrantes de origen indio (795.000). Los polacos fueron, además, uno de los argumentos más utilizados por los brexistas para justificar la urgencia de la salida del Reino Unido cómo método para controlar la migración europea. La xenofobia blanca contra los blancos europeos fue determinante en la victoria de los brexistas. Los europeos instalados en  Reino Unido son el 4 por ciento de la población,  que equivale a la mitad de los migrantes.

La deuda que Reino Unido tiene con la Unión europea, unos 60 mil millones de euros, y la cuestión de los británicos que viven en Europa y la de los europeos en la isla constituyen hoy las dos claves de la negociación. La primera es un tema financiero, la segunda, por su volumen y su carácter humano, no escapará al chantaje en los los próximos dos años. “El genio euroescéptico salió de la lámpara y no volverá a ella”, sentenció en su momento Nigel Farage (UKIP), el euroxenófobo que llevó al Brexit sobre sus espaldas. Los genios, como se sabe, se parecen en algo al demonio:son incontrolables. De él y de la racionalidad oportunista de británicos y europeos continentales depende la gestión de un nuevo paradigma del siglo XXI: la migración Norte-Norte. 

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