El primer libro de la cuentista norteamericana Deborah Eisenberg en publicarse en español, cautiva desde su inicio. Una escritura cercana e inteligente que nos hace seguir las circunstancias de sus personajes como si se tratara de amigos instantáneos. El relato inicial se abre así: “Hace mucho tiempo –bueno, no tanto tiempo en verdad, solo un par de años atrás, pero bastante antes de que consiguiera apenas entrever algunos de los engranajes y poleas y palancas que dragan el futuro desde lo más profundo del núcleo terrestre y lo traen hasta la superficie— yo solía ir a un montón de fiestas.” ¿Y qué fue lo que pasó? ¿Por qué dejó de ir? ¿Qué ocurrió con ese futuro que se hizo presente en la vida de esta narradora, probablemente con menos novedades y felicidad que el que auguraba cuando era apenas una imagen vislumbrada, lejanamente, en su imaginación? ¿Cómo eran esas fiestas? O en todo caso, ¿Qué relación hay entre las fiestas, el futuro y el movimiento por el cual las promesas dejan de ser tales en la vida de alguien? Apenas un párrafo de Deborah Eisenberg ya nos produce este aluvión de preguntas existenciales, pero para nuestra fortuna no se trata de una escritura que va a colocarnos y luego abandonarnos en ese estado de perplejidad; sus relatos avanzan hacia certidumbres, o tal vez mayores interrogantes, nos llevan de la mano mientras se van complejizando y abriendo diferentes posibilidades hacia su interior.

Taj Mahal es la presentación de esta autora mítica en el panorama del cuento estadounidense, que tiene o tuvo entre sus fans –según nos informan en la contratapa– a Lorrie Moore, John Updike y George Saunders. Eisenberg es también profesora de escritura en la Universidad de Columbia y actriz. La edición estuvo en manos de la editorial cordobesa Chai, especializada en traducciones de narrativa contemporánea de todo el mundo y ha sido traducida por Federico Falco. Todo listo para zambullirse en estos seis cuentos de cierta extensión, que transcurren en esta época y que tienen como voz narradora --en la mayoría de los casos—a distintas mujeres en la mediana edad. Aunque no siempre: hay también relatos narrados por hombres, niños, niñas, una joven paciente psiquiátrica, un médico y así. En un mismo cuento, tal como ocurre en “La capacidad de combinar”, el relato es llevado por un joven algo atribulado que acaba de romper relaciones con su padre millonario; luego por su novia, una inteligentísima chica que decide dejar todo e irse a trabajar a la selva, donde se contagia una extraña fiebre que la tiene delirando durante semanas; y luego por una anciana vecina a quien ambos visitan para ayudarla con sus tareas. Cada una de las voces nos muestra un fragmento de ese mundo compartido, la carnadura de unas experiencias que si bien atraviesan los tres, parecen siempre tener un núcleo incomunicable.

Algo notable de estos cuentos es lo imprevisible de su forma. Lejana a la tradicional noción de cuento magistral, en el que todo encaja como un mecanismo de relojería, va avanzando imparablemente hacia la noche y cada detalle cifrando una subtrama mayor. Taj Majal plantea un procedimiento en el que las derivas de los hechos no responden a una circularidad, ni a una linealidad, ni a ninguna clase de simetría que se precie. Un golpe de timón puede sacar del centro al personaje con que había comenzado el relato y remplazarlo por otro, hasta entonces marginal, pero siempre –esto es indefectible—más agudo y que hasta puede incorporar y burlarse de lo que habíamos leído hasta entonces. No hay un solo punto de vista, ni una única verdad, sino pequeños destellos de lucidez melancólica que iluminan una foto más grande y cuyos límites se escapan, como el futuro.

En distintos momentos de su recorrido, la autora indaga sobre el lenguaje, su origen antropológico y lo califica como la “única gracia” que poseemos como género humano, nuestro sistema operativo, escribe. Pero también pone a personajes a dudar de él y su capacidad de captura “El lenguaje se desarrolló como una manera de hacernos creer a nosotros mismos que entendemos las cosas.” Siempre hay un fondo de incomprensión, de tristeza, la constatación de que somos limitados y a la vez, a través de las palabras – en el pensamiento, las conversaciones y también en la literatura—lo seguimos intentando.

Otra cuestión recurrente en los relatos de Deborah Eisenberg es el paso del tiempo. En varios relatos, elipsis vertiginosas nos hacen ver el modo en que algunos personajes recuerdan episodios anteriormente narrados y cómo afectaron los años a la constitución de una opinión sobre estos hechos. Pueden revalorizarlos, desmentirlos o mitificarlos hasta un punto sospechoso. En “Taj Mahal”, el cuento que le da título al libro, una biografía escrita por el nieto de un mítico director de cine, donde todo el círculo de artistas que lo rodeaba es retratado sin piedad, es la excusa para que se alternen los recuerdos de viejos actores y también de la hija de una de ellos, ya fallecida. Es, como todos los personajes de Eisenberg una mujer frágil y querible, que piensa sobre su vida, a la vez que la ve plasmada en un libro de (casi) ficción. Las quejas sobre las incongruencias del relato, hacen pensar en cómo grabamos los hechos en nuestra memoria. “¿Pueden creer – dice un anciano actor en el cuento -- que todo eso terminó siendo un en aquel entonces? En ese momento yo más o menos pensaba que todo era ahora.”

En el último relato, alguien atraviesa el océano por primera vez, para descubrir una parte de su historia familiar que ignoraba. Así, con narraciones de gente que recién conoce, llegan piezas de un rompecabezas perdido, que le permiten pensar su propia experiencia y su futuro. En todos estos cuentos arborecentes e impredecibles, Eisenberg nos dice que la literatura puede parecerse a las extrañas formas que toma la vida y que las personas pueden ser los libros más interesantes que vayamos a leer.