Un niño de diez años manipula una linterna destartalada en medio de un descampado. Al grito de ¡anbessa! comienza a imitar los movimientos y rugidos de un león. En casa lo esperan su madre y un amigo, deseoso de salir a jugar por los alrededores. La choza muestra claras señales de improvisación, pero parece fuerte y resistente a las inclemencias del tiempo. En el horizonte, detrás de la vivienda y a una distancia de varios cientos de metros, se alza un complejo de edificios del tipo monoblock, de construcción reciente. El chico se llama Asalif y tanto él como su madre fueron expulsados tiempo atrás de las tierras que habitaban, ese mismo sitio donde ahora se erigen los “condominios”, como suelen llamar a esas construcciones idénticas en forma, altura y color. El lugar es Adís Abeba, capital de Etiopía. Más precisamente, una franja de su conurbano, donde la modernidad edilicia convive con rasgos del reciente pasado rural. La película (ver crítica aparte) es Anbessa, “león” en idioma amárico, primer largometraje dirigido en solitario por la documentalista italoamericana (nacida y criada en los Estados Unidos, radicada desde hace poco en Italia) Mo Scarpelli.

En parte ensayo etnográfico, en parte retrato íntimo de la vida cotidiana de un chico que parece a punto de dejar atrás la infancia, Anbessa tuvo su estreno mundial el año pasado en el Festival de Berlín, iniciando un recorrido por eventos especializados como los festivales Idfa y Hot Docs. A partir de esta semana se puede ver en la plataforma Mubi. Antes de comenzar a filmar la película, la directora trabajó durante dos años y medio en Etiopía produciendo videos y fotorreportajes y, además de dirigir un cortometraje con la modelo y activista etíope-americana Gelila Bekele, fue la co-realizadora, junto a Alexandria Bombach, del documental Frame by Frame, rodado en Afganistán y centrado en el trabajo de cuatro fotoperiodistas. Por su intenso trabajo para organizaciones con sede física en Etiopía, Mo Scarpelli visitó el país varias veces, con estadías de hasta seis meses. Fue durante ese período cuando la idea de realizar un largometraje documental comenzó a tomar forma. “Durante ese tiempo me fui dando cuenta de las cosas que afectaban la vida de los habitantes de Etiopía, un lugar que siempre se ha resistido a las fuerzas y sistemas externos”, afirma la realizadora desde Roma, en comunicación exclusiva con Página/12. “La cultura y la comida, por ejemplo, es muy específica del lugar y han sido protegidas por los etíopes. Es muy diferente a otros países de la región”.

Scarpelli recuerda haber visto por primera, en el año 2015, “esas enormes estructuras que comenzaron a aparecer en la ciudad de Adís Abeba. Millas y millas de condominios, muy parecido a los que pueden verse en Francia o aquí en Roma, varios de ellos construidos por empresas extranjeras. Son realmente feos, hay que decirlo, y quería saber qué pensaba la gente de la zona acerca de esos desarrollos inmobiliarios. En un primer momento, la idea que tenía sobre la película estaba más cerca del ensayo con muchos personajes. De hecho, comencé a filmar a la gente que había sido desplazada de sus hogares por el comienzo de las construcciones. Pero en cierto momento surgió la idea de tener un protagonista que, de una u otra forma, organizara todos esos relatos”. Lejos del documental tradicional, sin voces en off que expliquen y describan las circunstancias sociales y políticas, Anbessa encuentra en Asalif a un testigo de los cambios que operan en su entorno, sin correrse nunca de su punto de vista. La mirada de un niño inquieto, algo travieso e inteligente. Muy inteligente: su cartoneo por la zona de los edificios en busca de aparatos electrónicos tirados a la basura –en particular, teléfonos y radios– son la materia prima de los más ingeniosos juguetes,

-¿Cómo conoció a su protagonista y cuándo decidió que la película debía estar centrada en su vida?

-La primera vez que vi a Asalif fue en circunstancias muy graciosas. Estábamos allí, en la zona de los condominios, fumando un cigarrillo a la espera de que llegara más gente para entrevistar, cuando de la nada apareció este chico. Empezó a dar vueltas alrededor nuestro, rugiendo como un león. Me llamó mucho la atención y me dio ternura, aunque todo era un poco raro. El traductor le preguntó qué ocurría y el chico comenzó a contar sus historias. Al consultarle dónde vivía, respondió que él era como un pájaro, que vivía en el cielo y que no necesitaba una casa. En realidad, tanto él como su madre habían sido relocalizados y vivían en una choza cercana. En ese momento tenía apenas ocho años, era muy joven, pero parecía tener una suerte de alma vieja, muy mayor. Pensé que ese chico podía ser el conductor de la película que estábamos buscando, pero casi de inmediato me di cuenta de que la historia tenía que estar centrada exclusivamente en él, como si se tratara de un relato de crecimiento. Porque todo ese universo fantástico que había sabido crear en su mente estaba indudablemente a punto de desvanecerse, al chocar con las responsabilidades que tenía con su madre. Al mismo tiempo, lo interesante era que Asalif vive en dos lugares: el área vieja y rural, por un lado, y la tierra nueva, que visita diariamente en busca de elementos con los cuales elaborar sus inventos. Asalif es una suerte de vínculo entre esos dos mundos. Había muchos temas interesantes para explorar, mucho más que si hubiéramos simplemente entrevistado a un grupo de adultos para que hablara respecto de la situación. Lo bueno de haber planteado previamente otro tipo de película fue que conocí a mucha gente. A mitad de camino del rodaje, cuya parte central duró unos seis meses, los desplazamientos generados por las construcciones de edificios terminaron en revueltas y disturbios. Eso derivó en un estado de emergencia que hizo que la filmación fuera más dificultosa, pero al conocer a la comunidad pude continuar trabajando. Más de una vez me escondieron en una casa cuando llegaba la policía.

-Anbessa es un documental en sentido estricto, pero está atravesado por una serie de secuencias que podrían describirse como oníricas. O bien fábulas representadas por el propio Asalif.

-La vida de Asalif es muy interesante y única, pero al mismo tiempo es un chico que va a la escuela todos los días. Decidimos no filmarlo allí sino concentrarnos en sus actividades en la casa y alrededores. Nos interesaba más seguirlo en las aventuras personales, como cuando sale en busca de aparatos electrónicos. Hay algo visceral en ese enfrentamiento, entre el choque entre el mundo viejo, que su madre se empeña en proteger, y la vida moderna que se le ofrece a los ojos. O en esas historias que la madre le cuenta y que él intenta relacionar con la vida cotidiana. Las escenas de ensueño o de fábula surgieron como una colaboración entre Asalif y yo. Él usa los cuentos para hacer su vida más interesante; no sólo para pasar el tiempo, sino para enriquecer su vida. En un primer momento intentamos hacer algo cercano a la ficción, pero eso no salió bien porque tendía a sobreactuar. En cambio, optamos por seguir sus historias y acompañarlo con la cámara, recreando libremente los relatos sobre la hiena que acecha en el bosque. De alguna manera, filmamos sus sueños de manera documental.

-¿Por qué eligió el título Anbessa y optó por no traducirlo al inglés o al italiano?

-El anbessa es un tipo específico de león y en Etiopía los leones son un símbolo de la fuerza y la confianza. También suelen usar el término cuando una persona demostró coraje o ha sido un buen líder de un grupo de gente. También, por ejemplo, si a un chico le fue bien en un examen le dicen ¡anbessa!, algo parecido a nuestro “bien hecho” o “bravo”. La película se llama así por todo eso: la importancia del león en Etiopía, las fantasías de Asalif, el hecho de que él mismo posee algunas de las características del líder, el deseo de proteger a la gente de cosas que no conoce. Hay algo de soledad en esa idea y también en Asalif, quien de alguna manera se transforma en un anbessa para poder ser más fuerte y resistente. En cuanto a la peluca que usa en ciertos momentos, eso fue algo absolutamente improvisado por Asalif. Es gracioso porque veníamos siguiendo el motivo del león y las hienas y en un momento Asalif sacó esa peluca quién sabe de dónde.

-Hay algo interesante en la forma en la cual se mezcla el cristianismo (la religión oficial de Etiopía) y cierto animismo ligado en particular a los animales.

-En Etiopía el cristianismo es muy particular. La iglesia etíope es diferente a otras ramas del cristianismo, aunque la base es la misma, desde luego. Está muy ligada a la Iglesia ortodoxa copta de Egipto. Las implicaciones morales del cristianismo son muy fuertes en Etiopía, pero es interesante porque los animales entran en juego: panteras, leones. Ese sentido de los animales como si fueran humanos está muy presente en la comunidad de Asalif. Ellos pueden ayudarte, también elijen si les gustas o no. La moral que les llega a los chicos está ligada al concepto de que la religión reconforta, pero también suele dar algo de miedo. Si cometes un pecado la hiena te va a comer, y cosas por el estilo. Y el hecho de que la iglesia que se ve en el film esté tan cerca del bosque también es algo fuerte. Hasta yo pude sentirlo.

-¿Fue difícil ganarse la confianza de los adultos que aparecen en el film?

-Esa es una cuestión muy importante para mí. No puedo imponerme a la gente. Necesito que las personas confíen en mí, aunque estén solamente en el fondo del cuadro durante algunos instantes. No me gusta filmar a alguien pensando que es un ejemplo de tal o cual cosa o un arquetipo de determinado universo. Muchas veces, ante un equipo de cine documental, la gente teme que lo metan en una caja, que lo etiqueten de manera simplista. Cuando hago una película siento que tengo que explorar cosas por mí misma, estar con los personajes y no llegar a conclusiones rápidas. Siempre hay una representación de algún tipo, pero es importante respetar. Es común que las personas te pregunten “qué es lo que harás, qué vas a decir de mí”. Mi respuesta suele ser “no lo sé”, mientras sigo haciendo preguntas y pasando el tiempo con ellos. Creo que siendo honesta se logra que haya confianza, que no piensen que intento sacar algo de ellos o probar una teoría. Es una colaboración y el resultado es extraño y bello al mismo tiempo, porque cuando llega el momento de apagar la cámara siento que la relación continúa.