Sigmund Freud fue el hombre que puso en jaque el reinado de la razón como ordenadora del mundo que había impuesto la Modernidad, para plantear la idea de que los seres humanos no dominan todos sus actos de manera consciente. A esta premisa se la conoce como la tercera herida narcisista. Las dos primeras las constituyeron los descubrimientos de Copérnico y Charles Darwin. Uno por señalar que el hombre no era del centro del Universo. Y el otro por considerar que el ser humano es un animal más en la cadena del mundo natural. Algunos de los principales descubrimientos del padre del psicoanálisis, entrelazados con su vida, son analizados por el cineasta francés David Teboul en el documental Sigmund Freud, un judío sin dios (Sigmund Freud, un juif sans dieu), que se puede ver en el foco de cine francés del Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires (Fidba). El documental –que contiene imágenes de archivo inéditas hasta ahora-, forma parte del ciclo de la reconocida productora Les films d´Ici, fundada por Richard Copans, productor del film junto a Anne Cohen-Solal.

El film se inicia con la infancia de Freud, quien con sólo 4 años llegó a instalarse con su familia en Viena, proveniente del interior de Austria. En la capital de ese país europeo completó toda su escolaridad. Vivió por aquel entonces de manera precaria, aunque su padre lo alentó a seguir con sus deseos e intenciones. Por entonces no soñaba con ser médico sino que le preocupaba la condición humana. A los 7 años comenzó a leer la Biblia, a la que consideró, ya de adulto, como “un libro fundador”. La Torá familiar lo llevó a interesarse por la historia de Atenas y Roma y por la cultura pagana. En su juventud se convirtió, como él mismo decía, en un “gusano de libros” por su amor a la lectura, al que lo definió como “bibliofilia”.

El documental se estructura, a lo largo de poco más de 90 minutos, con la narración de las cartas personales entre Freud (leídas por el actor francés Mathieu Amalric) y una de sus hijas, Anna Freud (leídas por Isabelle Huppert), quien luego fue psicoanalista. Pero no sólo se vale de estas relaciones epistolares sino también de las cartas entre Freud -que era médico neurólogo- y otro médico, Wilhelm Fliess, que se convirtió en su amigo y confidente. Fliess se dedicaba a los problemas orgánicos mientras que Freud ya pensaba en los problemas psíquicos. El film también enfoca en otras relaciones epistolares con Carl Gustav Jung, y Marie Bonaparte, sobrina bisnieta de Napoleón Bonaparte (sus cartas son leídas por Catherine Deneuve). Luego de ser paciente de Freud, ella fue psicoanalista y tuvo un rol clave para que Freud se trasladara a Londres con el ascenso del nazismo.

Un mérito del director de este documental, que combina lo histórico y lo familiar con algunos de los principales conceptos de la teoría psicoanalítica, es que la parte teórica está explicada de un modo abierto para que pueda ser comprendida por cualquier espectador. No hace falta ser psicoanalista para entender la arquitectura conceptual que se desarrolla en relación al psicoanálisis. Así se puede entender, por ejemplo, cómo un joven Freud, que quiso saber el secreto que tenían las clases del neurólogo francés Jean-Martin Charcot, pasó un periodo de prácticas en la Salpétriêre, se reunió con Charcot e, incluso, consiguió los derechos de traducir al alemán algunos de sus trabajos. Sin embargo, con el tiempo, Freud tomó distancia de Charcot (que fundaba su clínica en la mirada) y pasó a darles la espalda a sus pacientes y privilegiar la palabra y la escucha. “Se le había fijado la idea de un trauma sexual infantil para explicar las enfermedades”, le cuestionaban a Freud por uno de sus principales descubrimientos: que la sexualidad está desde nacimiento del ser humano. Hay que aclarar que Freud entendía la sexualidad como la búsqueda de ganancia de placer; es decir, de una manera integral, donde la genitalidad es una fase más que se suma con los años. Por eso, podía hablar de sexualidad en el bebé a partir del famoso chupeteo.

El film también se detiene en una de las obras cumbre del gran psicoanalista austríaco: La interpretación de los sueños. Según Freud, los sueños eran “la vía real” para conocer el inconsciente y los elementos del sueño revelaban la profundidad de la psiquis. Se suele decir que este libro inauguró el siglo XX: se publicó en 1900, y en él Freud relataba su propia vida onírica. También elaboró teóricamente lo que él mismo denominó el “aparato psíquico”, formado por la conciencia, el preconsciente y por lo más secreto que es revelado en los sueños: el inconsciente. Su trabajo sobre los sueños le permitió plantear el principio de la cura psicoanalítica: la asociación libre, que busca sustraerse del control de la conciencia para permitir que lleguen libremente y sin censura las ideas, los recuerdos y las imágenes.

Otra relación muy famosa fue la de Freud con el médico psiquiatra y ensayista suizo Carl Gustav Jung, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis. En 1908 prepararon juntos el Primer Congreso Internacional de Psicoanálisis en Salzburgo. Sin embargo, la relación luego se resquebrajó porque Jung le reprochaba a Freud que privilegiaba exclusivamente las causas sexuales en la formación de las neurosis y las psicosis.

Fue en 1905 cuando Freud publicó Tres ensayos sobre teoría sexual, donde desplegó el concepto de sexualidad infantil, entre otros. Su aparato conceptual en torno a la vida sexual desde el nacimiento le valió la condena de los círculos médicos de Viena. Pero Freud no dio marcha atrás con la idea de que el infante no se satisface con otra persona sino con su propio cuerpo, y que su actitud es autoerótica.

En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial y Freud observó que los soldados que venían del frente de batalla estaban traumatizados, sufrían de angustias nocturnas y de depresión. Freud estudió, entonces, las denominadas neurosis de guerra. Con el ascenso del nazismo, se exilió en Londres. No corrieron la misma suerte cuatro de sus hermanas, que fueron asesinadas en campos de concentración nazis. Algo que Freud escribió en 1915, en De guerra y muerte, -y que el documental recupera- funciona como preludio intuitivo del mundo siniestro que se avecinaba con el ascenso de Adolf Hitler y de una Viena doblegada por los nazis: “Recordamos la antigua sentencia si vis pacem, para bellum. Si quieres conservar la paz, prepárate para la guerra. Sería de actualidad modificarlo así: si vis vitam, para morten. Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”.

*Sigmund Freud, un juif sans dieu, de David Teboul, está disponible hasta el 30 de septiembre en https://www.fidba.org/2020