Mario estaba siempre de buen humor. El humor, cuando es del bueno, siempre es sinónimo de inteligencia, y conservarlo es tener una clara consideración por el prójimo: los demás no tienen por qué hacerse cargo de las angustias y sinsabores que la existencia le depara a cada cual. Es que precisamente esa inteligencia puesta alegre y apasionadamente al servicio del prójimo es lo que definió su vida. Cuando instaló su pequeña fábrica de cerveza artesanal, lo hizo para poder dedicarse a la política con libertad: vivir para la política y no de la política fue su propósito y su logro. No por un altruismo ingenuo, sino por la profunda convicción de que nadie se salva solo, de que nadie se realiza si no es en el seno de una comunidad que se realiza. Esa libertad le permitió ser muy crítico de todos los gobiernos. Desde los inicios de su vida pública como asesor en la cámara de Diputados allá por 1985, lo hemos visto criticar públicamente y con convicción a los gobiernos de Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde, Nestor, Cristina, Macri… Siempre a partir de lo que él entendía como la defensa de los intereses del pueblo y de la Nación. Siempre en el marco de la democracia y las instituciones. Siempre vindicando la política. Siempre dialogando, demostrando en la práctica que es posible dialogar con quienes piensan distinto y es necesario no dialogar sólo con quienes piensan igual. ¡Cuántas veces nos mandaba documentos para que opinemos, sabiendo que ibamos a estar en contra! Leía con real atención e interés todas las críticas, muchas veces las asumía y siempre te dejaba pensando.

Es cierto que la política se hace con gente corriente y Mario, por su capacidad intelectual y su integridad moral no era un tipo corriente. No es realista pretender que toda la dirigencia tenga su estatura. Sin embargo, en tiempos en que no faltan dirigentes que en lugar de vivir para la política viven de la política, dando lugar a que los grupos de poder concentrado los usen como excusa para denigrar esa noble actividad, es inevitable recordar que esa distinción surge de la sociología europea entre las grandes guerras del siglo XX. El descrédito de los políticos llevó entonces al desencanto de los pueblos con la política y con la democracia y llegaron los atroces totalitarismos. Las épocas son distintas y la historia no se repite o, en todo caso, lo hace primero como tragedia y después como farsa, pero los riesgos son similares. Mario tenía esto muy en claro. Por eso, en nuestra última conversación privada, preparando una entrevista para transmitir desde la Universidad de San Isidro, le pregunté si quería hablar de sus temas recurrentes: la moneda PAR, la economía social o algo por el estilo. Pero él, consciente de que quizá fuera su última entrevista, me pidió enfáticamente que, en lugar de eso, hablemos de política en un nivel más general, más profundo, y nos dejó allí una lección magistral de sabiduría política avalada por su ejemplo de vida. En esa entrevista, Mario arranca hablando de la importancia de pensar el futuro asumiendo los errores del pasado y termina cómo y por qué es posible e incluso necesario construir un mundo más justo, donde el dinero no sea el que gobierne, advirtiendo que la realidad es superior a la idea y que la unidad es superior al conflicto. Mario asumió siempre que la política encierra una tensión irresoluble contenida ya en la duplicidad de su etimología: es pólemos, conflicto, pero es también polis, unidad, convivencia armónica. Y porque vivió para la política peleó todas las peleas, sin rehuir jamás ninguna y, a la vez, trabajó por construir y organizar la comunidad, en cuyo seno, como dicen las palabras finales de ese texto que Mario conocía de memoria: “sentimos, experimentamos que somos eternos”.