Recuerdo que la copié en una hoja cuadriculada, para después pegarla con engrudo sobre una cartulina de color azul. La guía para descripción de animales domésticos era como una fórmula matemática por la cual se obtenía como resultado la composición, tema "Mi perro", por ejemplo. Ubicación en espacio y tiempo era el primer punto, lo seguía una descripción minuciosa de su cuerpo comenzando siempre por la cabeza. En el tercer paso se describían virtudes, en el siguiente defectos y se terminaba con una reflexión final, con signos de admiración incluidos. Aparentemente era fácil componer, sólo se complicaba la receta al llegar al punto número tres, enumerar las virtudes. ¿La belleza, era una virtud? Mi perra Lail, era linda y buena para mí, ¿cómo separarme de mi subjetividad? Si bien la señorita Zunilda decía que era necesario pensar antes de escribir, había un sentimiento que condicionaba mi pensamiento. Cachito Iriarte hizo un comentario desde su inocencia filosa para referirse al tema: "la única Virtud que conozco es la panadería de calle Constitución". No llegué a entender la explicación de la maestra cuando nombró a Aristóteles y su "punto medio entre dos errores", junto con ejemplos de justicia, bondad, prudencia, que difícilmente eran aplicables en los irracionales. 

Silvia López era alumna de séptimo grado de mi escuela y si bien nos movíamos en los mismos ámbitos, siempre la sentí inalcanzable. Tenía un perro salchicha de nombre Leal que sacaba a pasear todas las tardes, también tenía un hermano, conocido en el barrio como “el enfermito", a quien nunca se lo veía en la calle. Sabíamos de su existencia por los rumores de la gente, el rostro adusto del padre y el silencio de la madre mientras hacía las compras. Tomando como excusa a su mascota, una mañana, durante un recreo largo, me animé a hablarle. Su inteligente respuesta no hizo más que elevar su belleza y mi admiración por su sensibilidad y el modo con el que me habló: “A mí me gustan los gatos, sabés... son más independientes, el hombre es capaz de crear monstruos con tal que le sirvan para sus propios proyectos. Esta raza la inventaron para que sus ejemplares se pudieran meter en las cuevas de las comadrejas, me dan mucha pena. En realidad, Leal es de mi hermano, él no puede pronunciar muchas palabras, lo llama con un sonido parecido a esa virtud, de allí que lleva ese nombre". 

Los López eran dueños de una disquería situada en calle Cafferata. Buscar vinilos entre las bateas era lo más parecido a perderme en una biblioteca popular. Una tarde vi todo sin ver nada. Tal vez la voz de Nino Bravo cantando “Noelia" desde el parlante situado sobre el umbral del negocio, hizo silenciosa mi entrada al lugar. Dos miradas entrelazadas al igual que las manos del vendedor de discos con el de una mujer que no era su esposa se separaron al compás de una tos nerviosa al percatarse de mi presencia. Una especie de culpa del inoportuno me obligó a no volver a dicho local hasta el día en que el Negro Garrido me pasó a buscar para la inauguración de algo inédito, una unidad básica. El sitio estaba irreconocible, pintado en su interior de azul y blanco con dos cuadros enormes de Evita y de Perón colgados sobre la misma pared en la que se leía el nombre del comité político "17 de Octubre día de la Lealtad". Llenaba el espacio el sonido amplificado de un sólo disco, una marcha tan famosa como prohibida. Aquella noche vi llorar a muchos adultos conocidos de la zona cuando proyectaron una película de un tal Pino Solanas filmada en Puerta de Hierro, los escuché hablar indignados de cosas tan ocultas como impensadas. Para la presentación de dicho documental hablaron desde la pasión el señor López y la compañera Noe, mujer a quien reconocí inmediatamente. 

Al final de la fiesta hice estallar todas las preguntas en mi casa. "¿Por qué el Día de la Lealtad era el 17 de octubre? ¿Qué es la lealtad, una virtud? ¿Se adquiere? ¿Qué es el amor?" Mi padre habló desde su memoria: "Perón había sido leal con los obreros durante su gestión, cuando cae preso, los descamisados le pagaron con la misma moneda". Mi madre acostumbraba a contestarme desde el corazón. Me dijo: "Existen dos tipos de lealtades, hijo... una se puede construir a base de inteligencia y voluntad; el amor es otra cosa, nadie lo construye, sucede. Los cuerpos suelen traicionarse, las almas, jamás". Me guardé para el final una pregunta amarga: “Si ustedes me dicen que tengo que decir siempre la verdad, ¿por qué me ocultaron los bombardeos en Plaza de Mayo?". Cuando mi padre se quedaba mudo, su compañera hablaba por él. Me abrazó llorando y me dijo: "Perdonanos, hay cosas que sentimos que era mejor no decírtelas por ahora... no quisimos prenderte fuego en los pies". 

Aquel verano esperé en vano a la paseadora del perro cautivo. Tampoco me crucé con su madre en la panadería, una niebla de silencio cubrió su casa para siempre. Toda mi vida tuve perros fieles como mi sombra. El día que enterré a "Cumpa" me juré no pasar más por dicho sufrimiento. El regalo de un nieto rompe con cualquier promesa. El último 17 de octubre, su perra tuvo cría. Me contaron que Juan Facundo eligió el más grande de la camada, le ató una cinta roja en el cuello y dijo: “Éste es para el abuelo". No tuve que pensar el nombre de quien, posiblemente, me sobreviva. En ese caso, él tendrá que padecer el desamparo. Los años me enseñaron a usar signos de interrogación, dilemas, dudas. El cachorro con su llana alegría me devolvió cierto grado de inocencia junto a la necesidad de usar signos de admiración en mi reflexión". ¡Qué lindo y bueno es mi perro Leal!”.

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