"¿Cuánto tiempo más de paranoia y soledad?". 

Serú Girán

 

El oído duele. Duele de tanto escuchar un tango por teléfono que hubiera sido mejor no. No recuerda si tiró las gotas de la otitis del gato. Y si no las tiró, están en la otra casa, a dos cuadras que teme caminar. Teme las miradas. Teme las palabras. Teme todo lo humano. Del gato quedan unos huesitos y unos pelos que el jardinero tocó la semana pasada entre la tierra. Todo ha quedado así ahora. Disuelto en la oscuridad. A lo mejor nunca existió lo que recuerda. No tiene pruebas de que haya existido lo que recuerda. 

No tiene pruebas de que las intenciones de las personas que le escriben por chat sean sinceras. A lo mejor es todo una pantalla, un montaje, un carnaval de máscaras falsas detrás de cuya amabilidad fingida se ocultan las burlas. No hay modo de saberlo. Es como si un gigantesco cáncer hubiera roído todo. Similar al fuego que arrasa las islas, el odio corroe la sociedad y la destroza. Antes también, pero nos sonreíamos. La sonrisa es el clásico gesto humano de mostrar los dientes para indicar que no vamos a morder. Es la mueca que ha mantenido unida y viva a nuestra especie. Ha desaparecido tapada por los tapabocas y si bien es imposible demostrarlo, allá afuera la sociedad estalla. Ya no se sabe si queda algo del afecto que ella recuerda, si esas demostraciones fueron sinceras o falsas, si estaban actuando, si sólo había desprecio y búsqueda de ventajas.

¿Acaso importa? Cuando el dolor de oído se lo permite, duerme y sueña. A veces vienen en sueños unos espíritus buenos. No creía en los espíritus ni en los sueños pero les cree ahora, porque es una manera de sentirse acompañada al menos por fuera de las horas de vigilia, que transcurren en el más espeso y desolado terror; no a la muerte, porque la muerte sería una liberación. Terror a que se prolongue demasiado esta espera de una salida, la que sea. La muerte o el viaje de ida, el exilio. Al cuerpo se le había prometido un viaje, y están desde hace meses todas las fronteras cerradas, y por eso ahora el cuerpo inventa formas de autodestruirse: baja las defensas, ataca su propio sistema inmunológico, con la esperanza de sacar el alma de acá a como dé lugar; sacarla de esta prisión que es la ciudad desierta surcada de miradas llenas de odio, burla y silencio. O que por lo menos dan esa sensación. Sin la sonrisa es muy difícil saber. Mejor no ver.   

No sabe quién queda, no sabe con quién se puede contar. Ni siquiera sabe si alguna vez hubo alguien. Siente una soledad tan absoluta que ella misma tampoco existe. Es aire, es éter, es vacío. Lo que más teme es que el resto de la vida vaya a ser así, y vaya a ser largo. Igual necesita tiempo para ordenar los papeles, dejar ordenado el archivo, poder legarlo a alguien de la familia. Las fronteras van a tener que abrirse pronto. Cuesta vivir con esta sensación de haberlo perdido todo y haber vuelto a perderlo todo. No es lógico eso. Se pierde todo de una vez. Si en esta nada también hay un todo por perderse, va a saberse cuando ya sea tarde y esté todo perdido. Para volver a perder lo que queda.

La historia del que le hablaba por teléfono es un tango. Pasó por su vida una mujer que fue un festival de destrucción, como el fuego que quema las islas. Hay personas ígneas. Pasan arrasando. Hacen estragos. La mujer destructora continuó su obra silenciosa con ella. ¿Serán todas así? No hay cómo saberlo. ¿Por qué aferrarse a la peor versión? Eso que tiene miedo es eso mismo que no quiere morir, por eso fabrica el escenario más pesimista posible. Para que nadie vuelva a equivocarse. Desde hace varios días el oído se empeña en morir. No quiere escuchar más. Ella quiere escribir oído y pone "odio".

Cuando el dolor afloja, sueña pesadillas con mujeres burlonas que se ríen de su furia. Las mujeres burlonas de la pesadilla trabajan en un museo adonde ella ha enviado un texto. Al otro día de escuchar el cuento tanguero del teléfono, recibe el texto y piensa que esa pesadilla es real. Que estuvo ahí en el museo del sueño, en el museo donde transcurría el sueño, al que había enviado un texto en el sueño y también en la vigilia.

No entiende cómo hacen. ¿Cómo hacen para fingir? Es un arte y es imposible saber, por su misma naturaleza, cuántos lo dominan y ejercen. Fingían compasión y eso la dejaba tranquila. Ya no está tranquila. Ya no les cree. Ya no le cree a nadie. La poca confianza que todavía tenía en los ejemplares de su propia especie ha desaparecido por completo. Antes de destruir al del tango en el teléfono, la mujer destructora destruyó a otra gente. El estrago es el mismo: profunda paranoia, una radical falta de fe en otro ser humano. A su paso la destructora siembra locura. Después acusa a sus víctimas de haber estado locas siempre. No hay modo de que no le crean eso porque ahora lo están. Antes no lo estaban pero la memoria es frágil, el fuego destruye todas las especies, el humo ahoga, y los tapabocas tapan las sonrisas que nos hubieran salvado de esta gran desconfianza.

Que abran las fronteras pronto, eso solo pide. No en una oración porque está escrito, en la ordenanza municipal: "Se prohíben las actividades religiosas individuales". Así que no reza, por las dudas. Entre vecinos se oye todo. Hay uno que va y viene en el garage de al lado. Habla por teléfono a los gritos. Ya no le molesta, es la única voz humana que suena en presencia y en tiempo real. Esta mañana el del vozarrón intentaba torpemente consolar a una madre que había perdido a un hijo. Los nombres de los personajes del drama eran los mismos que los del otro vecindario, el que quedó a dos cuadras. ¿Se habrá muerto el pibe del 10? Tiene que ir a regar las plantas. a darle de comer a la gata, pero teme. Teme que existan los fantasmas. Pero más miedo le da que no existan.   

"¿Cuánto tiempo más de paranoia y soledad? / Despertar aquí es como herirse con la propia destrucción. / ¿Qué es lo que hay que hacer para evitar enloquecer? / No pensar qué se es o qué se ha sido/ y no volverlo a pensar/ jamás".  

https://www.youtube.com/watch?v=pgHJJj50SQg