Desnucamos colmos. Innegable: este es un país entretenido; para algunos, divertidísimo. En un par de semanas asistimos a episodios inquietantes, pornográficos, espeluznantes. En un par de días serán olvidados. Entre ellos: la sublevación de la bonaerense, la desopilante exhibición mamaria de un diputado de la Nación, la golpiza despiadada a trabajadores y trabajadoras de la salud, la quema de barbijos protagonizada por ¿valientes? seres humanos incompatibles con la solidaridad. Mientras sucede el aquelarre, millones de desesperados se retuercen de frío y de hambre, amasijados por la analfabetización.

Así es: desnucamos colmos, y nuestra leve democracia apenas si gatea. Pero es usada a rajacincha. Usada como condón por quienes la pasaron macanudo en los años cuando se violaban las vidas y las muertes y de yapa se afanaban criaturas arrancadas de la placenta. Muchos de aquellos que la pasaron macanudo después de 1976, la siguieron pasando macanudo después de 1983. Son aquellos que a la democracia la usan. Se adueñaron de palabras que no merecen: república, libertad, por ejemplo. Nada menos liberal que el cínico (neo)liberalismo.

Estamos en peligro; aunque cumplimos años de edad nunca dejamos de estar en peligro. La siembra de antipolítica es incesante, como la soja. Hablando de siembra: la paranoia se ha convertido en ideología. A esa ideología le da igual democracia que dictadura.

¿Dónde estamos parados? Los argentinos, por generaciones, fuimos criados en la certeza de que somos “los mejores del mundo”. Las calamidades nos bajaron del caballo; un caballo que era de calesita. Y ahí empezamos a flagelarnos diciendo que éramos “los peores del mundo”. Eso tampoco era cierto: a continuación encontramos consuelo diciendo que éramos el país “más inexplicable del mundo”. Joder: siempre “los más”.

Más atinado que preguntarnos: “¿dónde estamos parados?”, sería preguntarnos: “¿Estamos parados?” Impacientes y desmemoriados, andamos a las corridas. Miramos la punta del dedo y no lo que el dedo señala: Momento de detenernos, antes que se nos traspapelen, en dos episodios muy relacionados: la alevosa provocación de la policía bonaerense que sitió la quinta presidencial y el show de las tetas ofrecido por Juancito Ameri en plena sesión de la Cámara de Diputados. Lo de la bonaerense es peor que grave: peligroso por contagioso. Observemos lo que pasa en Ecuador con Rafael Correa, en Bolivia con Evo Morales, en Brasil con Lula. Todos, espantosos ejemplos de la democracia usada como condón.

Pero ojo al piojo: lo más grave de la rebelión policíaca fue la vergonzosa pasividad de la dirigencia política. Demasiadas horas se nos pasaron hasta que, con asquerosa tibieza –tanto como para salvar las apariencias–, empezaron a asomar los mensajes de solidaridad con el gobierno constitucional. Esta lentitud y tibieza da, por lo menos, asco. Demuestra que nuestra democracia sigue en peligro; nunca dejó de estarlo.

Un ejemplo: si a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestras parejas alguien los intenta agredir y secuestrar, ¿cuántas horas tardamos en reaccionar? Ni horas ni minutos: nos despabilamos sobre el pucho. Con la democracia acorralada debiera suceder(nos) igual. ¿Hasta cuándo vamos a franelear con el mezquino y perverso “rédito político”?

En estos tiempos donde se suma deuda externa, buitredad, aniquilación de la industria, más la pandemia, la impaciencia se vuelve (re)accionaria; y la lentitud, la indiferencia activa, se convierten en formas de alevoso golpismo. No les importa perder la vergüenza, porque nacieron a la vida malparidos. Todo acontece con, por decirlo dulcemente, el paraguas impune de los medios de (des)comunicación. El prefijo des alude a lo descompuesto. Lo descompuesto huele a podrido, huele a lo que es.

Pasemos al episodio protagonizado por el señor Juan Ameri. En una novela de Osvaldo Soriano o de Alberto Laiseca hubiera sonado a realismo delirante. Pero he aquí que la realidá nos enmudece. Viendo las imágenes del diputado abocado a hacer una mamografía uno advierte que el varón manipula a su chica como quien muestra un sourvenir, una osita de peluche. Digamos que el wifi le salió por la culata. ¡Qué pedazo de pelotudo!

Pienso que este masculino merece castigo: no tortura no látigo no gas pimienta no picana porque, ante todo, uno está contra la violencia y contra la pena de muerte. Pero, no lo niego: sin ánimo de hacer leña del árbol caído, considero que el diputado se hizo acreedor a una flor de patada en el culo.

Sin caer en la distracción de la mera anécdota, observemos que el episodio de las tetas tiene su costado positivo: si se lo compara con la sublevación descarada de la bonarense, podemos apreciar que se resolvió con una velocidad ejemplar. Esa velocidad justamente es la que faltó para condenar públicamente a los policías que rodearon la residencia de Olivos. En apenas seis horas el diputado era renunciado; el presidente de la Cámara y el presidente del bloque y la casi totalidad de los legisladores oficialistas y de la oposición condenaron sin titubeos. Lo novedoso es que esta vez, por fin, no se incurrió en la usual complicidad corporativa.

A propósito de complicidad corporativa: ¿qué espera Juntos por el Cambio para sancionar al senador Esteban Bullrich? Camuflarse por una gigantografía de cartón, para asistir a las sesiones del Senado zoom mediante, es una estafa, es mofarse de la democracia. Sugerencia: ustedes, integrantes de Juntos por el Cambio, ustedes que son tan desesperadamente “republicanos” deben sancionar por tiempo indeterminado al alto Bullrich. Alto por estatura basquetbolística, mas no por estatura moral. ¡Rájenlo de una vez! Nunca es tarde para desagraviar a la democracia. Salvo que aspiren a una democracia de cartón. Háganlo por la mentada república que nos parió.

Posdata

Esta vez resultó cierto que no hay mal que por bien no venga: tras el monicaco Juan Ameri surgió el inmediato reemplazo por Alcira Figueroa, antropóloga sensible a las políticas sociales y a los derechos humanos. Esta vez la democracia fue defendida y desagraviada frente a los embates de la antipolítica que vuelve a enarbolar el contagiante y funesto “que se vayan todos”.

Ojo al piojo: seguimos estando en la cornisa. Yo tú él nosotros vosotros y ellos afrontamos una ardua pulseada. El momento más difícil y peligroso de la pulseada es cuando nos creemos que la vamos ganando. Preparémonos: la pulseada va a ser eterna, tengamos en cuenta que empezó con los abuelos de Eva y de Adán. No les hagamos el juego a los republicanos de cartón. El desaliento es un lujo que no nos podemos dar. Durmamos con un ojo abierto, y el otro también. La democracia es un prodigioso insomnio.

 

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