El cuarto propio, la voz propia y una cadena de metáforas pensando las identidades en términos de propiedad. Qué significa construir y alzar una voz genuina es la pregunta que atraviesa este texto y de ella se desprenden otras, entre las que subrayo: ¿Es posible?

El lenguaje es un hecho social y sus modos y formas dan cuenta de quiénes somos, dónde vivimos y hasta cómo nos vestimos. En ese carácter, es el resultado de fuerzas en pugna en disputa por la hegemonía. Pero nada es para siempre, así que la hegemonía del hecho social que es el lenguaje cambia con el tiempo y la coyuntura. Mucho cambia. Pero mucho también queda.

Dentro de la diversidad implícita en toda postura ideológica y política, me animo a una grieta analítica para decir: quienes estamos a favor de la ampliación de derechos intentamos mirar siempre más allá de nuestro sector. El tema es cómo. Si nuestras voces, aún siendo disidentes ante el status quo, responden a una expresión hegemónica dentro del campo de lucha, ¿cómo garantizar estar yendo más allá de lo inmediato?

Una breve anécdota. Hace poco más de dos años, una tardecita helada de julio, en El Bolsón, en una charla sobre literatura, el coordinador del encuentro me preguntó si escribiría una novela en lenguaje inclusivo. Aunque era noche temprana, hacía ya un par de horas que estaba muy oscuro, y el frío patagónico apretaba. No obstante una veintena de personas se había acercado a la Casa del Bicentenario a hablar de literatura. En algunos casos, venían de cerca, del casco urbano, pero había cuatro o cinco mujeres que habían bajado del cerro, que se habían llegado desde el Mallín Ahogado, tal vez en colectivo, tal vez a dedo, para participar. Una de ellas levantó la mano para preguntar qué era el lenguaje inclusivo. Le expliqué con entusiasmo el gesto político del lenguaje de nombrar a todas, todos y todes, le hablé de la e, la x y la @. La compañera me miraba extrañada. ¿Qué voces, pensaba yo mientras defendía los nuevos modos del lenguaje, traía ella desde el corazón del Mallín? ¿Cómo se nombra en el cerro, en sus laderas y valles? ¿Qué lenguaje gesta la unión entre duendes, deidades mapuches y mezquitas que conviven entre amancays y reinas mora? Pero lo más importante, ¿Quién da cuenta de esa voz?

Esa noche la señora del Mallín volvió a su tierra sabiendo del lenguaje inclusivo. Yo volví a la mía (tierra llana y conglomerada que supo pensarse a sí misma como crisol de razas y culturas bajo el manto de la colonización) con la certeza de que mi inclusivo estaba incompleto. Ahora bien, ¿es posible, me sigo preguntando, pensar un lenguaje que rompa su propia hegemonía? ¿Es efectivo para la lucha que damos en el marco de la amplitud de derechos? ¿Es posible dar paso a la palabra desde una perspectiva feminista, antirracista, anticolonial, interseccional?

Pensar al lenguaje como arma. Elegir cómo decirnos. Que el lenguaje nos nombre a todes, me emociona. Torcer los modos cerosos de una institución que se encierra sobre sus propios privilegios, me da valor en el cotidiano. A esa certeza le sumo la necesidad de levantar la voz en estado de pregunta, tratando siempre de escuchar para llegar más lejos.

*Escritora y docente en nivel secundario y formación continua.