En la biblioteca de su casa el encierro pandémico la sobrepasa de creatividad. Ana Granato conserva los tesoros de ese mundo que alguna vez llevó a escena. Las muñecas diminutas de Pizarniketas y su talante surrealista agitado por una forma política que une el feminismo con la poesía.

Allí la actriz y dramaturga comparte la lectura de Amor y anarquía de Laura Fernández Cordero y lo que podría devenir en una reseña crítica se convierte en una performarce. Su modo de acercar las partes estalladas del libro que le resuenan en el cuerpo o de elaborar una entrevista a partir de la voz de la autora en off que parece salir de un teléfono de juguete, hacen del pensamiento una materia audaz y veloz, tan rápida como esa palabra que da cuenta de una consideración astuta sobre la letra escrita.

Después la reflexión, suerte de destreza ensayística que Granato convierte en actuación, va a rondar sobre variados episodios de censuras literarias y teatrales que se sucedieron en el último tiempo. Allí El aleph engordado de Pablo Katchadjian se vio atrapado en un código tan borgeano como la sentencia beckettiana que canceló la participación de actrices en una puesta porteña de Esperando a Godot. Una realidad infantilizada que une a Granato con Witold Gombrowicz.

Ana se pega en la cara papeles que tienen impresa una palabra, recurso didáctico para cada secuencia estructurada a partir de un libro. “Pandemónica y poetante” es una manera de leer que no soporta la quietud, una crítica literaria y teórica entendida como una acción que involucra un estado anímico y que necesita de esos diálogos con la China (su muñeca minúscula) para hacer de la lectura algo tan íntimo como colectivo, un movimiento poetizante que atraviesa la pantalla.

La prohibición del libro Migré de Liliana Viola se convierte en Granato en destreza actoral para pensar cómo hablar, contar o narrar suprimiendo los cuerpos. Allí su galería de objetos, esa llave pequeña que usa para cerrarse la boca, o el modo en que se desplaza frente a los planos acotados y frenéticos, le sirven para desmenuzar un trabajo de investigación y análisis en cuatro minutos. La síntesis de Granato para capturar lo esencial y ,a partir de allí, desplegar una versión, una variante literaria y dramatúrgica que destripa los textos mientras se los apropia, lleva a imaginar que la lectura puede ser también otra variante de lo espectacular.

En un impulso, Granato va de ese cuerpo, de esa sexualidad de la que no debía hablarse, a los nuevos protocolos teatrales donde solo podrán besarse o concretar escenas de proximidad física lxs convivientes. Allí ella descubre un nuevo puritanismo que le sirve para la sátira. Los dibujos de bocas le ayudan a señalar que un beso puede ser político. Las formas de amar de la ficción que no toleran lo explícito, se conjugan con una realidad trasladada a la escena dramática como obligación pero también como la maquinaria de múltiples fantasías. El universo indiscreto que hace del beso público un compromiso cotidiano.

Los procedimientos se sustentan en una noción de artefacto que propicia un diálogo de los objetos con la figura de Ana. Ella logra esquivar la ilustración porque, de algún modo, la acepta, la integra casi como una estrategia graciosa de su exposición.

En la labor de las copistas alcanza Granato cierta culminación. Esas mujeres que transcribían los grandes textos de los célebres escritores (aquí hay que detenerse a informar que Sofía Tolstói transcribió siete versiones enteras de La Guerra y la Paz) hacen de la tarea desmerecida de la copia la verdadera autoría. En ese trazo oculto funda Granato su ejercicio crítico y performático. Antiacadémico y tan mordaz como la suma de palabras ilustradas

Pandemónica y poetante puede verse en el canal de youtube de Ana Granato