“Cuando empezó la pandemia éramos gente canchera, a partir del 13 de marzo nos convertimos en gente en situación de riesgo, abuelas o jubiladas”. Así resumió una lectora de este diario un malestar que acecha a quienes pasan la barrera de los ¿sesenti? La llegada del coronavirus a nuestras vidas puso en evidencia entre tantas otras cosas, el desprecio por la vejez que la sociedad no solo avala sino pregona. Una consultora analizó el fenómeno de la brecha entre la percepción que el mercado, el Estado y la sociedad toda tienen de las personas mayores y lo que ellas sienten. “Las propagandas te muestran abuelas o abuelos que no entienden nada de la computadora, o siempre con pañales, cremas para dentaduras…no es para gente como yo, yo no soy así”, dice uno de los entrevistados. Las preguntas nos asaltan: ¿Qué es ser viejo? ¿Cuándo se llega a serlo? ¿Cuál es nuestro problema con la edad?

Los motivos por los que la edad y sus signos asustan son muchos y complejos. En abril, Horacio Rodríguez Larreta propuso encerrar a los viejos para “protegerlos” de la pandemia mostrando su desconocimiento por los hijos del baby boom. La socióloga Alcira Argumedo recordó entonces “que los mayores de 70 fuimos los jóvenes de los 60”. La investigación "Boomers. Derribando mitos”, desarrollada por la consultora Ipsos Argentina, buscó conocer a esta generación que representa el 19% de la población del país (nacieron entre el 1944 y el 1964, que tienen hoy entre 55 y 75 años) y encontró que existe una mirada de triple descalificación para les boomers:

1. Las generaciones más jóvenes los tildan de viejos obsoletos frente a las nuevas tecnologías.

2. Para el Estado son vistos como una carga impositiva.

3. Para las publicidades y marcas, como viejos desactualizados, fuera del sistema, que no consumen ni gastan.

Hay distorsión y olvido generalizado hacia las personas mayores. Las marcas lo llevan al extremo: “Es especialmente estigmatizante porque refuerzan atributos descalificantes que obturan la comunicación. Se les habla de salud y seguros de vida como si no estuvieran activos y con ganas de seguir disfrutando, y se los ridiculiza como sujetos analógicos que no saben prender una computadora o hacer una compra online. Incluso con buenas intenciones se ha intentado resignificarlos, exagerando algunos rasgos o conductas asociadas a la juventud (tatuajes, vestimenta, acciones intrépidas) que no los representan genuinamente”, explicó a Página/12, Ludmila Botta, directora de Proyectos de Ipsos. Según la investigación, la comunicación que está dirigida hacia ellos en realidad representa a la generación que viene después.

Así como los 30 de hace unas décadas no son los mismos que ahora, algo similar pasa con los de 60 o 70. Las personas de esta franja etaria están lejos de considerarse “población de riesgo”, como han sido llamadas en estos meses. “Que me digan población de riesgo por mi edad me hace sentir discriminada, como que me pusieron un sello que dice: inservible”, contó una mujer en la investigación de Ipsos. Según el estudio, el 54 % de estas personas usan redes sociales y a un 58% le interesa estar al día con la tecnología, aunque signifique hacer un esfuerzo. Como dijo una señora comentando la nota “Mostrar la belleza de las mujeres reales” , cuando a la mañana me levanto con mis 70 años a cuestas me digo como se decía mi madre a sus 80: ¡¡¡Vamos que estamos vivas!!! ¡Me baño, me pinto y me quedo en casa! porque ahora milito en las redes convencida de que vamos a salir”.

Según explicó la socióloga Paula Freitor, directora Cualitativa de Ipsos, esta generación está atravesada por las transformaciones en el mercado laboral y el feminismo: “El primero de los ejes afecta fundamentalmente a los varones, que enfrentan con inseguridad los cambios en el mundo del trabajo afectando su rol histórico como proveedor material en el hogar. En el mismo sentido, el feminismo los encuentra incómodos empujándolos a cuestionar la forma y el contenido de muchas de sus conductas dentro y fuera de su casa. Por su parte, las mujeres han llegado a este momento de su vida habiendo cumplido gran parte de las exigencias sociales que las mandataron. Este momento las encuentra con la libertad de organizar el tiempo y el gasto de su dinero, vinculado especialmente con su deseo, su disfrute”. En esa línea opinó Anika, de casi 60 también en este diario: “es fantástico seguir creciendo y permitirse cosas que las estructuras de la 'juventud' (20-30) te impedían o te encorsetaban. Estar sola y disponer de lo cotidiano es un desafío entre el deber ser y lo que tengo ganas”.

Otro discurso que circuló en relación a la pandemia fue que morirán los que tengan que morir. El que tiene edad de morir siempre es otro. Como dice Simone de Beauvoir en Una muerte muy dulce: “Tristeza y exilio de los ancianos, la mayoría ni piensa que ha llegado a esa edad. Y yo también, refiriéndome a mi madre he utilizado esa fórmula. No comprendía que se pudiera llorar con sinceridad a un pariente, a un abuelo de setenta años”. En esta frase escrita en la década del sesenta vemos no solo cómo se alargó la esperanza de vida - en Argentina estaba en los 67 años y actualmente supera los 76 - sino que era usual hablar de “abuelos” para referirse a personas mayores. Nada de abuelita, podrían retrucar hoy. Y menos que menos “abuelita simpática” como suelen nombrarlas en algunos medios. La escritora Doris Lessing ya nos advirtió de la falacia de llamar a las mujeres mayores abuelas, en su relato sobre la relación erótico amorosa cruzada entre dos señoras y los hijos de ambas, que se llama justamente “Las abuelas”.

“Tengo casi 70 y me parece que nunca me sentí tan linda como ahora, antes tendría la piel tersa pero ahora me siento real con mis arrugas a cuesta”, comentó Graciela, también lectora de Página/12. Hablamos ya del problema de asociar belleza solo a la juventud a raíz del photoshop monstruoso que le aplicó la revista Gente a Cecilia Roth. La pregunta (¿sesentis?) es porque el desprecio hacia las mujeres parece empezar de mucho antes que hacia los varones viejos. Hay un síntoma evidente. Las mujeres todavía ocultan su edad. Por muchos años eso fue visto como una señal de coquetería femenina y rebatido por quienes dicen “mejor decir la edad y que te digan que no pareces de tanto”. Las dos son trampas de las que nos es difícil salir. ¿Qué pasa con las viejas en la era de la revolución de las hijas? ¿Y qué hacemos con las de cuarenta/cincuenta, las llamaremos viejas, como sugieren las revistas que photoshopean, la industria audiovisual, la industria de la moda y largos etc?

Hace unos años, la revista mexicana Malvestida hablaba de una tendencia mundial a contratar modelos mayores. Que Zara hubiera elegido modelos entre 40 y 53 años para anunciar su ropa femenina, era un notición; lo que muestra a su vez que la “tendencia”, si es que eso existía, era muy incipiente. En la campaña Timeless de Zara una modelo de 40 años explicaba que “envejecer te da más confianza en ti misma” (¡40!). Mango incluso incorporó a mujeres mayores no en una campaña especial sino entre la diversidad de sus modelos. Lo que pareciera un poco más sensato y llama la atención sobre todo lo que hay que cambiar aún para que la edad sea un aspecto más de nuestra identidad y no el excluyente.

“Me niego a ser una vieja pelleja” disparó Rebeca Rus en un artículo en el que se sumerge sobre estos asuntos: “¿de verdad hay que conformarse con la idea de que las personas mayores no pueden ser ni interesantes ni atractivas? No y no.” Allí rescata algunas firmas como la inglesa The Old Ladies Rebellion, que se define como marca "fashion for pensioners", que apuesta a una “elegancia radical” adaptándose a sus clientas. Siguiendo con las agujas en los pajares, otra es la señora Park Makrye, una mujer coreana de 70 años que comparte su vida a través de las redes sociales. Su nieta la impulsó a hacerlo como un ejercicio para prevenir la demencia por Alzheimer.

Margi, otra lectora, contó que siempre le pareció una tontería clasificar a las personas por su edad: “Cuando era adolescente, tenía amigas y amigos de edad más alta que la de mi madre. Yo aprendía cosas.” También comentó que no le cree mucho al reloj, simplemente, vive.

Mientras tanto, la nieta de la señora Park aprendió que su abuela es “como nosotros”: “Le gusta viajar, comer cosas ricas y tomar lindas fotos”. Parece que lo que hay que entender es tan complejo y tan sencillo como eso.