Era 1941. Aún en la Argentina, la música popular y nacional no tenía el prestigio ni la atención que recibiría algunos años después, cuando el peronismo propuso darle mayor difusión en medios, escuelas e instituciones públicas. Entonces, Carlos Guastavino era un silencioso pero firme militante de ese patriotismo musical. Tenía 31 años –había nacido en 1912, en Santa Fe— y acababa de componer tres piezas para piano solo que corrían en sentido celeste y blanco: “Bailecito”, “Gato” y “Tierra linda”. Claro que gravitó aquello, pero fue otra la pieza que por sí misma marcó un hito en la corriente que intentaba sopesar el insistente influjo de cierto “universalismo” elitista. Se llamaba “Pueblito, mi pueblo”. 

Su impronta bucólica estaba profundamente hermanada a la música de raíz argentina. Su letra, un poema de Francisco Silva, era sencilla pero de alguna manera anticipaba el sentir nostálgico de aquellos migrantes internos que empezaban a poblar la Buenos Aires industrial de entonces, como fue el caso del mismo Guastavino. Decía: “Pueblito, mi pueblo / Extraño tus tardes / Querido pueblito / No puedo olvidarte / Cuanta nostalgia ceñida / Tengo en el alma esta tarde / Ay... si pudiera otra vez / Bajo tus sauces soñar”. Su música, en tanto, sonaba a tanta delicadeza criolla que el mismísimo Eduardo Falú decidió grabarla –instrumental— en 1967, plena era del llamado “boom” del folklore. Y más de treinta años después, en 1999, Juán Falú y Liliana Herrero hicieron lo propio –pero cantable— entre las catorce piezas que pueblan el disco Recuerdos de provincia.

Todo ello para decir que este jueves 29 de octubre se cumplen veinte años de la muerte de su creador. El reservado, comprometido y prolífico músico murió a los 82 años en la misma provincia que nació, dejando detrás una extensa y pendular obra que lo ubica como un compositor inusual. Como una especie de eslabón perdido entre lo académico y lo popular. O entre lo nacional, que, claro, defendió con fortaleza y pasión, y cierto toque de mundo paradójicamente detectable el mismo año que “Pueblito, mi pueblo”. En rigor, también fue en 1941 cuando metió música a un poema que Rafael Alberti había compuesto dos años antes en París, y que lo había impregnado de luz. Tal fue “Se equivocó la paloma”, otra de las más populares entre las trescientas cincuenta obras que el hombre compuso. Y tal fue la que entrecruzó mundos a partir de la hermosa apropiación que de ella hizo Joan Manuel Serrat, a quien seguramente no se le habrá escapado la admiración que tenía Guastavino por las músicas de su tierra.

Así, de atrás para adelante, y de adelante para atrás, se puede pasear por la vida musical de este hombre alguna vez ninguneado por cierta “intelligentzia” vanguardista que lo tildaba de “vulgar” pero largamente defendido por quienes creían y creen de veras que las fronteras entre lo académico y lo popular eran y son cada vez más difusas. Al punto es rescatado el romántico Guastavino que hoy, ya sin las polémicas de antaño, es considerado uno de los compositores de música argentina más representativos del mundo. No es difícil comprobarlo. Más allá de lo dicho, surgieron piezas que marcaron infancias y adolescencias de más de una generación. Sobresale en este repertorio, por caso, la “Canción del estudiante”, que durante los años más felices del siglo XX (1946-1955, claro), impregnó imaginarios infantojuveniles, mientras Guastavino brillaba como concertista de piano.

Otro mojón alto en el devenir del santafesino fue el sólido vínculo –directo o indirecto- que cultivó con grandes exponentes de la música de raíz argentina que explotó en la década del sesenta. Al del más importante que fue con Falú –sumar aquí la obra Jeromita Linares- se le añaden los que tuvo con León Benarós, sobre todo al colocarle una melodía exacta a la popular y muy versionada zamba “La Tempranera”, además de compartir obras sobre flores y pájaros. Con Mercedes Sosa y Hamlet Lima Quintana, intérprete ella, letrista él, de la milonga “Hermano”, grabada en el disco Canciones populares, de 1967. O con Atahualpa Yupanqui, que le puso letra a otras de las músicas de Guastavino que integran tal disco: “El forastero”. Alianzas y vínculos que, como no podía ser de otra forma, lo sumergieron en cierto ostracismo a partir del golpe cívico-militar. Fue poco lo que pudo hacer por entonces. No mucho más que la obra guitarrística “Sonata N° 1”.

En este raid zigzagueante y muy prolífico por la vida de Guastavino, también se detectan haceres imposibles de soslayar. Que también le puso música a poemas de la chilena Gabriela Mistral como “Rocío”, es uno. Que fue formado por Athos Palma, e influido por grandes como Alberto Williams y el santiagueño Manuel Gómez Carrillo -e hizo honor a ello- es otro. Que sus composiciones fueron muy importantes para la materia "Música" en los colegios, especialmente durante los dos primeros gobiernos peronistas, un tercero. Y que, en ese andarivel, estrenó su obra para piano “El romance de Santa Fe”, durante un concierto gratuito llevado a cabo en el Teatro Colón el 18 de julio de 1954, para cumplir con la cuota de ejecución de música argentina en conciertos públicos exigida por entonces, agrega hitos a la lista. Igual que sus visitas a la Unión Soviética y China mediando los cincuenta, o esas partituras publicadas por las editoriales Lagos y Ricordi, que se transformaron en semillas que germinaron en las músicas de miles.