“Este mundo de rocío, podrá ser de rocío, y sin embargo, y sin embargo...”

                                                                                                              Haiku de Kobayashi Issa

El pensamiento hegemónico propaga ideologías presuntamente originales que solo repiten el mismo guion: el relato de unos pocos iluminados que impera sobre el resto de la humanidad.

Homo-deus es la nueva versión mediática de la supremacía racial.

La superioridad ya no obedece a otros dioses ni a la genética.

Ahora es tecnológica, pero cumple con todas las reglas.

Otorga méritos suficientes a los dueños de los recursos globales para crear un mundo poshumano a su imagen y semejanza; justifica privilegios de dominio y control global con descalificaciones a sus víctimas (por clase, cultura, color, franja etaria, país, género) y utiliza argumentos que ignoran todas las lecciones de la historia y, hasta de la prehistoria.

Sobran las demostraciones para quienes se ven al espejo como Superman y actúan como dinosaurios; los cuales, a pesar de sus dos “cerebros” --uno en la cabeza y otro en la cola-- perecieron sin percibir las atronadoras advertencias de la naturaleza.

Covid-19 es la contrametáfora del Homo Deus.

Sin siquiera el mínimo aleteo de una mariposa.

Tan insignificante que, para reconocerlo, exige microscopio.

Tan letal que cierra las vías respiratorias y daña al corazón.

Apenas un virus que despierta ante décadas de agresiones humanas al planeta y manifiesta a la naturaleza como un delicado sistema.

Un escenario donde cada minúsculo organismo interactúa e influye sobre el conjunto y dice, con palabras de Deleuze, que “son organismos los que mueren, no la vida”.

Por cierto, el idioma de la naturaleza no usa Twitter ni Facebook.

La Madre Tierra --alias Pachamama, Eretz, Gaia-- se comunica con lengua de formas y colores, texturas y sonidos.

La Vida se expresa como una sinfonía.

Susurra en el aire y dialoga entre las montañas como eco.

Protesta con huracanes, tornados y terremotos.

Duela a las ballenas muertas, cruje en el glaciar y aúlla en la quema de bosques, campos y espesuras.

Hermosa y terrible, grita por ayuda y, al mismo tiempo, invita a que se reflexione acerca de los vínculos entre la aspiración vital y las aspiraciones éticas.

La mayoría de las culturas sostienen sabidurías similares a “Elegirás la vida” y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Algunas, incluso, cuyo amor al prójimo se extiende a la hierba y a las estrellas.

Sin embargo, el valor de la vida suele ocultarse bajo el peso de los problemas de la existencia cotidiana y, en la vorágine de los días, tampoco es sencillo reconocer los alcances éticos de cada acción.

Muchas personas se autocuestionan e intentan reparar o corrigen sus errores y renuncios.

Otras habitan subculturas donde la naturaleza solo existe como herramienta y convocan, especialmente en “tiempos de cólera”, a demasiados seres confundidos a ensoñar la posesión de todos los territorios, incluidos los de la razón, la verdad y la justicia; sobre discursos con “coronita” que explicarían todas sus devastaciones.

Quizás por eso la humanidad aún no registró los últimos correos urgentes de la Madre Tierra: el SARS en 2002, la gripe aviar de 2005, la gripe porcina en 2009, el MERS en 2012, el Ébola en 2014.

Por cierto, exige cierta sensibilidad advertir que no existen bastantes ONGs, basureros ecológicos ni rescates aislados de especies para resolver sus heridas.

Tampoco es fácil, mientras quienes sustentan un modelo depredador del planeta repiten sin pausa que los 8500 niños que mueren por día de hambre en el mundo comerían si las bolsas de valores trabajaran a pleno.

No es fácil enfrentar los miedos que producen los cambios humanos profundos.

A diferencia de los cambios comerciales y, en especial, cuando la naturaleza toma la palabra, sus significados se imponen a la conciencia.

Aceptarlos requiere reflexión y cierta sensibilidad.

Para Franco Berardi, “la atrofia de la sensibilidad implica una atrofia de la empatía, que es la capacidad de sentir-con, de sentir al otro como prolongación de mi existencia y de mi cuerpo” y que es la base de la solidaridad.

Entonces, ¿cómo se evita que países y corporaciones con el poder de detener el cambio climático y la crueldad sobre los seres vivos, incluidos los de la propia especie, continúen afilando herramientas financieras y tecnológicas para coproducir distopías y falsas antinomias economía/salud?

Daniel Goldman distingue al “poder” sustantivo --un ente consumado-- del verbo.

El verbo poder se conjuga a través del tiempo y crece en comunidad.

Prospera aún más cuando se une a otros verbos: hacer, pensar, decir, amar, crear, abrazar... elegir.

Elegir cuidado y calidad para todas las formas de vida es trabajo personal y colectivo.

Se puede usar el poder de la tecnología para acceder a bienes y experiencias internacionales y también para desarrollar diseños nacionales de alto valor agregado, multiplicar trabajos, incrementar ingreso de divisas, comunicarnos.

Se puede comunicar para incrementar la comprensión mutua y los encuentros.

 

Se puede crear encuentros donde la escucha, la confianza mutua y el debate honesto -- herramientas ajenas al homo-deus-- ofrecen excelentes oportunidades para cimentar consensos democráticos y, eludiendo dependencias con quienes deshonran a la Vida; construir un mundo mejor.