Estados Unidos deberá agradecerle algo muy importante a su deporte este martes: el haberle recordado, con fiereza y sostenidamente, que estas serán unas elecciones en las que no podrán votar ni George Floyd ni Breonna Taylor. Si los análisis políticos que inundan los medios por estas horas coinciden en que el grito del #BlackLivesMatter es un cimbronazo vivo que dejará su huella en el resultado político de este martes, hay algo más que nadie podrá negar: que fue el deporte -mediante reclamos colectivos y también de sus figuras más populares y destacadas- una de sus plataformas más fuertes, por fuera de la furiosa lucha que se dio en las calles de cada uno de los 50 estados.

Naomi Osaka, ex número uno del mundo, fue la gran estrella de un US Open que se jugó en simultáneo al estallido contra la desigualdad estructural estadounidense. Pero la japonesa no será recordada únicamente por haberlo ganado, sino por haber aparecido en sus siete presentaciones con un barbijo distinto, cada uno con una inscripción diferente: en el lugar correspondiente a su boca, en letras blancas sobre fondo negro, fueron apareciendo nombres de personas afroamericanas asesinadas a manos del racismo policial. Antes y después de tomar el grip, Naomi le daba su voz a quienes ya no la tenían más.

Si las políticas del presidente Donald Trump ya venían provocando el rechazo abierto de muchas figuras del deporte, el movimiento del #BlackLives Matters sumó más adherentes desde este ámbito. Destacados talentos se volcaron a visibilizar la lucha, motivados por la necesidad de un cambio, claro, pero seguramente también por el desprecio y la indiferencia que el mandatario ha mostrado hacia el urgente reclamo.

El deporte tiró la primera piedra

Vale recordar, además, que el deporte tiene su parte fundacional en esta ola que sacudió a Estados Unidos con tanta fuerza como la pandemia: para quienes no lo recuerden, Colin Kaepernick fue el primero en hincarse ante el himno nacional para exigir que a los negros y a las negras la policía los dejara de asesinar. Lo hizo en 2016, cuando jugaba en los San Francisco 49ers de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL) y cuando el presidente de Estados Unidos aún era Barack Obama. Si el arma del deportista es su cuerpo, el quarterback se valió del suyo para denunciar la naturalización de ese racismo que acababa de matar a Alton Sterling y Philando Castile y absolvía judicialmente a la policía por la muerte de Freddie Gray.

Kaepernick se agachó y apoyó su rodilla en el suelo mientras sonaba el himno de Estados Unidos, con el resto del estadio entero de pie, antes de un juego ante los Green Bay Packers por la pretemporada. “No voy a ponerme de pie para mostrar orgullo por una bandera de un país que oprime a los negros y a las personas de color -explicó después, con palabras-. Para mí, esto es más grande que el fútbol y sería egoísta de mi parte mirar hacia otro lado. Hay cadáveres en la calle y personas que se salen con la suya”.

Incluso el entonces presidente Barack Obama valoró el gesto de Kaepernick. En cambio, para Donald Trump, aquella imagen se volvió casi como una propuesta de guerra, una afrenta. Y cuando Eric Reid, otro jugador de fútbol americano, se arrodilló ante el himno ya durante su presidencia, en 2017, él soñó con ser el dueño de la NFL. “Saquen a ese hijo de puta del campo ahora mismo. Afuera. ¡Está despedido!”, deseó Trump, sin saber que sus palabras provocarían más conciencia, más solidaridad y más espíritu de denuncia colectiva.

El básquet no fue ninguna “burbuja”

En medio de ese grito que unió masivamente a los astros deportivos ante el desprecio de Trump, el básquet tomó la posta del fútbol americano. Desde la voz de sus figuras y desde la propia parafernalia de su show, se convirtió en el escenario desde donde el deporte hizo su denuncia más visible y colectiva. Ni hablar en este último año, cuando ni siquiera los estragos de la pandemia -el coronavirus al que Trump desestimó- evitaron las multitudinarias movilizaciones populares que exigieron un punto final a la violencia racial. Que las figuras de la NBA y la WNBA estuvieran en una burbuja sanitaria no les impidió acompañar y visibilizar esa furia colectiva. Más bien todo lo contrario: no sólo se arrodillaron en cada juego y se inventaron camisetas con slogans de la lucha en las calles; también suspendieron el show cuando la policía le disparó siete veces a otro afroamericano, Jacob Blake, por la espalda y delante de sus hijos.

Varias de sus estrellas, además, apuntaron directamente contra la gestión del desagradable magnate. “Si Trump solicitara un trabajo con cualquier empresa en los Estados Unidos, Recursos Humanos negaría su contratación. 26 acusaciones de agresión sexual, 6 quiebras, numerosas demandas, innumerables cargos de racismo que se remontan a décadas. Sin embargo, ¿no tenemos ningún problema en contratarlo para ser presidente? ¡Piensen en eso antes de votar!”, escribió hace unos días Steve Kerr, entrenador de Golden State, acostumbrado a alzarse estos años en contra de sus políticas.

La palabra del popular Lebron James, que este año conquistó su cuarto anillo de la NBA, fue de las que mayor eco tuvo, con fuertes y celebrados repudios a la violencia contra los afroamericanos. La estrella de Los Angeles Lakers -que sinceró en las redes su voto a Joe Biden- no sólo visibilizó con su voz y su liderazgo: también promueve el cambio con acciones concretas. Es uno de los creadores de la organización More than a vote (“Más que un voto”), “una coalición de atletas y artistas negros que usamos nuestra influencia para educar, energizar y proteger a los votantes negros”, contó según sus propias palabras.

El slogan de su iniciativa (“El cambio no se hace mirando desde el margen”) remite justamente a ese vínculo entrañable del deportista con el fanático, a quien ahora Lebron le hace notar su papel político protagónico. Según una nota publicada en el portal Fast Company, el colectivo liderado por James invirtió en reclutar a más de 40.000 trabajadores electorales y lanzó una línea de productos con el 100% de los ingresos destinados al Comité de Abogados de Derechos Civiles Bajo Derecho, que lucha para que todos los votantes tengan la misma oportunidad de votar.

De Rapinoe al NASCAR: ni silencio ni banderas

El fútbol, un escalón debajo en las mediciones de popularidad, tuvo en Megan Rapinoe a su voz más crítica de las políticas del gobierno. La futbolista, que hasta con humor llegó a ofrecerse como compañera de boleta de Biden para estas elecciones, no dudó a la hora de cuestionar a Trump. Emblema de la exitosa selección estadounidense -otra que en 2016 se arrodilló durante el himno-, Rapinoe también recordó su misoginia. “Somos todo lo que ama -le dijo tras el Mundial de Francia a The Guardian-, con la excepción de que somos mujeres poderosas y fuertes”.

Desde el golf, quien alzó su voz fue Cameron Champ, uno de los cuatro únicos jugadores de descendencia negra que integran el PGA Tour: con reflexiones críticas y utilizando una zapatilla blanca y otra negra en sus actuaciones, este nieto de un afroamericano que nació y se crió en el Sur fue quien puso sobre el tradicionalmente silencioso green la lucha contra el racismo.

El béisbol, por su parte, se dio el lujo de tener un vocero estrella, por su excelencia deportiva y por su humildad. Mookie Betts, la figura de estos Angeles Dodgers flamantes campeones de la Liga Mundial, también plantó su rodilla en la tierra mientras sonaba el himno. El ex Medias Rojas había dicho que nunca lo haría, por respeto a su padre veterano de Vietnam, pero la ola del deporte lo hizo reflexionar. “No fui educado sobre esto -dijo, sobre su cambio de perspectiva-. Esa es mi culpa. Necesito que me eduquen sobre la situación. Sé que mi papá sirvió y nunca le faltaré el respeto a la bandera, pero también tiene que haber un cambio en el mundo, y arrodillarse no tiene nada que ver con quienes sirvieron a nuestro país”.

La era de la pandemia será recordada también como aquella en la que el NASCAR prohibió la bandera confederada en sus carreras, dejando atrás un símbolo de la esclavitud que aún persistía en sus pistas. Será un legado que deberle a William Darrell Bubba Wallace, el único piloto negro que compite en las mejores series de la tradicional categoría estadounidense de automovilismo. Su activismo enseguida molestó a Trump, quien no dudó en lanzarle sus ofensivas tuiteras. Y aunque los compañeros del deportista salieron en su defensa, el propio Wallace mostró su grandeza reivindicando el “amor sobre el odio, todos los días. Incluso cuando es odio del presidente de Estados Unidos. El amor gana”.

El deporte también es político

Entre Trump y varios deportistas de su país, ya parece haber algo personal. En parte, porque él no duda en atacarlos cuando lo critican o denuncian injusticias sufridas por las minorías, o acompañan sus luchas. Aunque la principal razón pareciera ser que ellos y ellas le recuerdan, ante su objeción sobre “la politización del deporte”, que lo personal es político. Que antes que deportistas, son personas. Y que bienvenida la fama al servicio de la humanidad.

“Toda la gente que me decía que ‘mantuviera la política fuera del deporte’, realmente me inspiró a ganar. Será mejor que crean que intentaré estar en su televisor el mayor tiempo posible”, dijo este año Naomi Osaka. Y su premisa parece conducirlos a la mayoría.

Trump fue uno de esos. Dijo que dejaría de ver aquellas ligas donde las denuncias irrumpieran en los terrenos de juego. ¿Resultado? El POTUS, como se le dice en USA al presidente, se quedó sin nada por ver. Pero esa no fue la única consecuencia, ni la más grave para él. Su ensañamiento con el deporte “politizado” le resultó contraproducente: cuesta recordar otros tiempos históricos en Estados Unidos donde todos los deportes se levantaran al unísono, como sucedió este 2020.

El candidato del partido republicano inició el ataque al deporte ya por aquel 2017 que inició su mandato, el día de aquel insulto a Eric Reid y a sus compañeros de San Francisco 49ers por arrodillarse y protestar en un partido de fútbol americano. “Si los fanáticos de la NFL se niegan a ir a los juegos hasta que los jugadores dejen de faltarle el respeto a nuestra Bandera y País (sic), verán que el cambio se produce rápidamente. ¡Despedido o suspendido!”, arrojó, siempre detrás del pajarito de tuiter y de la investidura presidencial.

¿Será que el deporte, durante esta previa electoral y también ahora, a horas de las elecciones que definirán si sigue o no en la Casa Blanca, le devuelve con su misma moneda? Es que casi parecería decirle eso, el deporte, al pueblo estadounidense que vibra siempre en sus tribunas: que está en su poder, ahora, decidir si Donald Trump sigue o llegó la hora de hacer un cambio.