La semana pasada la poeta Liliana Ancalao fue agredida cuando leía un poema en su idioma original, mapuzungun. Un grupo de violentos se metieron al encuentro virtual para interrumpir su lectura e insultarla, y el evento tuvo que ser suspendido. Los mensajes de solidaridad para con la poeta aparecieron pronto en las redes y, en estos días difíciles y sensibles en los que discutimos la propiedad privada y el derecho a la tierra para todas y todos, la imagen de Ancalao y su poesía circularon fuertemente. Nos sumamos en el repudio al racismo, y en el abrazo a la autora.

Es un hecho lamentable y desagradable al extremo el que pone, en este caso, el rostro y las letras de Ancalao a circular masivamente por las redes, y eso me hace pensar que la mirada centralista de la cultura insiste en abonar algunas periferias. ¿Qué circuitos son los autorizados para legitimar y admitir? Es una pregunta de larga data, anclada en el binomio civilización/barbarie que tanto ha socavado nuestra cultura pero del que no parece haber escapatoria. Ancalao es considerada una de las voces más importantes de la poesía argentina contemporánea, sin embargo, no es común leer u oír sus textos en espacios que no sean los comprometidos con la reivindicación de los pueblos originarios. ¿Por qué no figura, como otras, otros, otres, a la cabeza de las huestes literarias? ¿Por qué no comparte espacio con las voces conocidas y publicitadas en el mundo editorial? No hago estas preguntas con un dedo acusador sino como una invitación a pensar cuál es el mapa cultural que estamos construyendo.

El campo editorial ha demostrado, en algunos aspectos, signos de apertura e inclusión. Es así, por ejemplo, cómo hoy celebramos que el reconocimiento y la circulación de títulos literarios incluya un gran número de autoras mujeres o de otros géneros. No obstante, es necesario ampliar, extender esa apertura. No creo que haya revolución feminista posible sin una mirada interseccional. Si no aceptamos, por ejemplo, que las mujeres escriban sólo en circuitos destinados a la literatura femenina, tampoco naturalicemos que una voz como la de Ancalao circule mayoritaria y casi exclusivamente en espacios específicos de difusión de literatura originaria. Recorro los últimos festivales en la agenda literaria local y encuentro hermosas entrevistas en idioma extranjero a autoras extranjeras. Parecería también que leemos y escuchamos a autoras afrodescendientes sólo si han pasado por el filtro de las universidades inglesas o norteamericanas, o del mercado europeo. Es imprescindible construir nuevos patrones de legitimación, poner en diálogo estas voces de una a una. Saben de esto las editoriales que publicaron a Ancalao: El Suri Porfiado, Libros de la Marisma; y otras, como Espacio Hudson, de Chubut, que vienen dando esa batalla.

No es el centro o la periferia. Es el diálogo. Revisar el centralismo cultural para luchar contra el racismo. Es imprescindible. Es acá y ahora.