La vacuna rusa, que según se estima llegará a Argentina entre diciembre y enero, atraviesa los ensayos clínicos en Fase III y está siendo evaluada en 40 mil voluntarios. Lo que queda claro, y el mismo gobierno local se ha encargado de apuntarlo, es que hasta que no esté culminada esa etapa de pruebas ningún ciudadano podrá inmunizarse. El segundo aspecto que no puede dejar de mencionarse es que, tal y como han afirmado desde la cartera de Salud, no han cesado las negociaciones con otros laboratorios y farmacéuticas. De hecho, en poco tiempo, el país comenzará a producir --a través de mAbxience, de Grupo Insud-- la variante de AstraZeneca (Reino Unido), continúan las pruebas de Pfizer (EE.UU.) y BioNTech (Alemania) en el Hospital Militar de CABA, las de Sinopharm (China) en los centros Vacunar coordinadas desde la Fundación Huésped y las de Johnson & Johnson (EE.UU.) que ya inició el reclutamiento de voluntarios en territorio nacional.

El tercer punto es que, quizás como ninguna otra, Sputnik V ha sido de las fórmulas vacunales más denostadas. Para el investigador del Conicet Martín Baña, una de las claves principales para comprender la difamación debe hallarse en la historia. “Existe una larga tradición de desconfianza y de desvalorización occidental respecto de Rusia. Se puede rastrear en el siglo XVIII, el XIX y ni hablar del XX con el comunismo. Siempre fue vista como un otro cultural; es cierto, no era China ni India, aunque para el imaginario de Occidente jamás dejó de ser percibida como un otro que encarnaba todos los aspectos negativos habidos y por haber. Siempre existió una mirada de recelo sobre los aportes que podían provenir desde Rusia. Como si fuera un acto reflejo: frente a todo lo que viene desde allí, primero la desconfianza”, sostiene Baña.

Gamaleya: un centro con experiencia

Sputnik V emplea partículas creadas a partir de adenovirus, un patógeno que comúnmente causa resfriado humano. El virus fue modificado con el objetivo de llevar los genes de la proteína (Spike, “S”) que recubre al Sars CoV-2 y opera como puerta de ingreso a las células del cuerpo. De esta manera, una vez dentro del organismo, si bien no tiene la capacidad de replicarse, genera los anticuerpos y lo prepara frente a una futura infección. Ese es --detalles más, detalles menos-- el modo en que funciona la variante rusa desarrollada en la actualidad por el Centro Nacional Gamaleya de Epidemiología y Microbiología.

Pero la institución no se inauguró hace unos meses, ni emergió como fruto de la pandemia. Por el contrario, “es un centro creado en 1891. Se llama de ese modo por (Nikolái) Gamaleya, un científico muy destacado en el área y pionero en el desarrollo de vacunas. Desde este espacio, han diseñado múltiples vacunas; quizás la más reciente es la que se hizo para combatir el ébola, que utiliza vectores adenovirales, muy similar a la que se prueba en el presente contra la covid-19”, dice Daniela Hozbor, bioquímica e investigadora principal del Conicet en el Instituto de Biotecnología y Biología Molecular de La Plata. E insiste con el ejemplo del ébola. “La última que fabricaron atravesó de manera muy exitosa los ensayos en Fase III y desde el centro recibieron una patente internacional. También tuvieron experiencia con soluciones para el MERS. Creo que podemos decir que tienen trayectoria en esto, que no son unos improvisados”.

Esa experiencia previa con plataformas similares, en efecto, les vino de maravillas para desarrollar Sputnik V al galope. En muchos casos, suelen explicar los investigadores domésticos que se desempeñan en el campo de la “ciencia básica”, resulta muy difícil identificar la aplicación inmediata de un desarrollo determinado. Esta premisa se aplica de manera singular para el Centro Gamaleya y su propuesta de profilaxis para la covid. Cuando los científicos y científicas pusieron a punto sus vacunas para combatir al Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS, detectado por primera vez en 2012, en Arabia Saudita y transmitido a partir de camellos y dromedarios) por un lado y el ébola (que causó la epidemia en el continente africano en 2017) por otro, no se imaginaban que en 2020 esa trayectoria acumulada les serviría para crear una tecnología capaz de combatir a la pandemia, ocasionada por el nuevo coronavirus.

Por supuesto, mientras trataban de hallar una respuesta frente al MERS o el ébola no tenían idea de que en 2020 se propagaría un virus de la manera en que lo hizo el Sars CoV-2. “En su propuesta actual, presentan un esquema de dos dosis con dos adenovirus. Sus ensayos previos en Fase I y II fueron buenos, pero con solo 76 voluntarios. Ello les permitió dar inicio a la III en agosto, en la que esperan probar su candidata en 40 mil individuos. En ese momento se completarían sus estudios de seguridad y de eficacia para combatir al Sars CoV-2”, sostiene Hozbor. Ningún ciudadano local se inoculará previo a contar con los resultados de la Fase III. Pasará con la de AstraZeneca, con la de Pfizer, con Sinopharm. También con Sputnik V.

Ningunos improvisados

“Rusia no es un país que recién se lanza a experimentar, por el contrario, cuenta con una larga historia, no solamente en el desarrollo de vacunas sino también en su sistema científico y tecnológico en general. Ha realizado aportes notables al mundo; por citar solo dos campos bien conocidos por todos: uno es el programa espacial y otro, el relacionado a la energía atómica”, plantea Martín Baña, investigador del Conicet y especialista en historia rusa. Sin embargo, para rastrear las primeras huellas de las aspiraciones por incursionar en el mundo grande del conocimiento, hay que remontarse todavía unas décadas más hacia atrás, al modernismo bolchevique. “Los bolcheviques no solo creían que había que construir una sociedad nueva, justa y democrática; también confiaban en la construcción de una sociedad moderna. Se observa muy bien de la mano de personajes como Aleksandr Bogdanov, que proponía generar transfusiones de sangre colectivas para alargar la vida, como práctica de rejuvenecimiento y para, de alguna manera, colectivizar la salud de la población”, ilustra Baña.

Con el sistema soviético, esas ideas --a veces locas, otras más reales aunque desarticuladas--, no sin matices ni tensiones, se aunaron bajo el ala de la creación de un sistema científico robusto. “Pronto, a lo largo del siglo XX, se generó una estructura científico-tecnológica con la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, con más de 250 institutos especializados en diferentes áreas temáticas. Los principales avances se producían en biología y en ciencias naturales. Rusia hereda este sistema, con lo cual, me parece bien resaltar que no es una improvisación lo que hoy se está haciendo con la vacuna”, narra el experto. Más tarde, continúa con su relato mientras recurre a más ejemplos vinculados al campo específico de las vacunas.

“Hay una contra la Influenza que se desarrolla en 1930 a través de las investigaciones de Anatoly Smorodintsev. También hay una participación muy significativa de varios rusos en otra para combatir el cólera. Si bien la terminaron de diseñar en el Instituto Luis Pasteur de Francia, los primeros avances fueron en tierra rusa. El aporte sustancial, en este caso, fue de Waldemar Haffkine que colaboró con llyá Mechnikov, investigador que recibió el Nobel de Medicina”, dice. Siguiendo con este razonamiento, completa entusiasmado: “Además, están las contribuciones a la vacuna contra la polio. Es un caso muy curioso porque Estados Unidos había desarrollado una vacuna a través de Jonas Salk y Albert Sabin quería probar la propia. No obstante, en EE.UU., en principio creyeron que no tenía sentido habiendo otra. De esta situación se enteraron dos investigadores, un matrimonio muy reconocido en tierras soviéticas, Mijaíl Chumakov y Marina Voroshilova. Enseguida viajaron a Norteamérica para ver de qué se trataba”.

La historia, luego, es más conocida: Sabin viajó a Moscú en 1956 para conocer el Instituto de Investigación para la Poliomielitis que coordinaba el matrimonio. Dos años más tarde, Chumakov y Voroshilova prepararon una fórmula que, primero, se autosuministraron como muestra de confianza y luego inocularon a sus propios hijos. Algo similar a lo que hizo Vladimir Putin con la Sputnik V en agosto cuando fue aprobada. “Fue Voroshilova quien advirtió que con esa vacuna, sus hijos --además-- no se enfermaban de otros virus, como por ejemplo la gripe. Un dato de color es cómo consiguieron saltearse la burocracia soviética y convencer de inocular a toda la población con una sustancia cuyo origen había partido de Estados Unidos en plena Guerra Fría”, narra Baña. “Chumakov agarró un teléfono que no era monitoreado desde el Kremlin para comunicarse directamente con Anastas Mikoyán, una especie de ministro de Salud (no existía ese cargo) en esa época. Al demostrarle que funcionaba, rápidamente ordenó la aplicación masiva de su fórmula contra la polio”. A partir de los estudios sobre la polio, desde Rusia se vieron empujados a democratizar el acceso a otras vacunas en el ámbito internacional. “Serán los soviéticos quienes en 1958 propondrán a la OMS una campaña para el combate de la viruela. La URSS fue la que más vacunas donó para que en 1980 sea finalmente erradicada”, comenta.

Una cuestión de confianza

Carla Vizzotti, la secretaria de Acceso a la Salud, fue quien cerró el acuerdo del otro lado del Atlántico para que Argentina pudiera adquirir 25 millones de dosis de Sputnik V. La funcionaria, de amplia experiencia en el área, aseguró hacia principios de la semana pasada: “Tenemos una ley de vacunas que dice que la vacunación es gratuita y obligatoria” pero frente a la pandemia de coronavirus sobre todo “necesitamos construir confianza”. Por eso “preferimos brindar información” y “la primera instancia (para aplicarla) no va a ser la obligatoriedad”.

En este momento, la confianza resulta clave. Pero para ser justos, la realidad es que los humanos nunca se hacen muchas preguntas respecto del origen de las vacunas que finalmente se aplican. De hecho, difícilmente, a menos que quien se inocule sea un/a especialista en el campo, conocerá de dónde proviene cada una de las que conforman el calendario obligatorio. La misma ignorancia se replica respecto de otros medicamentos y tratamientos que toda la ciudadanía se realiza a diario sin dudar mucho.

En el presente, el escepticismo brota, tal vez, de la velocidad con la que se ha desatado todo. La fabricación de una vacuna suele demorarse entre 10 o 15 años, y a veces mucho más. Hoy en día, es tal la necesidad mundial de contar con una barrera que proteja a la ciudadanía del coronavirus, que los laboratorios del planeta han concentrado sus esfuerzos como nunca antes. En apenas ocho meses, ya son más de una decena los grupos que realizan la Fase III de sus ensayos clínicos con voluntarios humanos y ponen a prueba sus diferentes técnicas.

Precisamente, aquello que genera temor o cierta desconfianza de algunos grupos de personas es la velocidad con la que debió realizarse todo el procedimiento que tradicionalmente se demora y hoy parece resolverse en menos de un año. El interrogante que se abre, entonces, es ¿por qué esas diferencias en los lapsos entre lo que sucede usualmente y lo que pasa en esta situación? Al respecto, Hozbor hilvana una hipótesis. “Los desarrollos en esta ocasión no tardaron tanto porque ya contábamos previamente con vacunas para otros coronavirus muy similares al actual. De este modo, había experiencia. El conocimiento que se genera en una instancia previa no se pierde ni se reemplaza, se va acumulando. Sin ir más lejos, los rusos utilizaron una plataforma vacunal muy parecida a la que habían empleado para MERS”, detalla.

El otro escollo que suele obstaculizar a la producción de vacunas y fue eliminado para la covid son las trabas burocráticas. “Para el coronavirus, las sinergias son tremendas. Desde un inicio se eliminaron todas las barreras que usualmente hay. El contexto aceleró las cosas, estamos en una emergencia sanitaria de una magnitud incomparable”, remarca Hozbor. No obstante, la necesidad no debe causar ceguera. Bajo este punto de vista, aclara: “Con o sin pandemia, a todas las vacunas se les piden los mismos requisitos; eso no cambia. Los entes reguladores en cada país analizan con mucha rigurosidad todos los parámetros de calidad y deben cumplirlos”.

La ciencia es un asunto de geopolítica y en 2020 eso quedó más expuesto que nunca. “Siempre hubo una cuestión de posicionamiento político con la ciencia. No podemos dejar de verlo, las controversias estuvieron y estarán presentes entre las naciones que compiten. Hay intereses de todos lados. Pero, bueno, en definitiva, vengan de donde vengan, produzca quien las produzca, las vacunas deben ser seguras y efectivas. De lo contrario, no generan confianza y no se utilizan”, reflexiona Hozbor. Desde su juicio, el poder mediático --que también, claro, tiene poder de lobby-- politiza por demás y fomenta “falsos debates para crear grietas en temas sobre los que no deberían generarse”. Así, apunta: “No está bueno porque las vacunas son insumos que deben llegar a todos y a todas. El proceso de vacunación no hay que mirarlo desde una perspectiva individual sino colectiva: es un acto solidario en sí mismo porque al inmunizarnos también protegemos a aquellos que no lo hacen. De hecho, cuanto mayor sea la cobertura, más alcance tiene ese efecto solidario. La población debería quedarse tranquila. De las tecnologías que nos rodean, ninguna atraviesa tantos controles y evaluaciones, es única”.

¿Y cómo se construye la confianza? A través del diálogo, de una comunicación efectiva y afectiva, que incluya la razón, pero también la emoción. ¿La razón? Hasta el momento, más allá de las voces disidentes de parte de la academia, la variante rusa ha atravesado de manera adecuada --del mismo modo en que lo hicieron las otras-- las Fases I y II y sus resultados (es segura y genera inmunidad robusta) fueron publicados en The Lancet, una prestigiosa revista británica. Con lo cual, lo cierto es que habrá que esperar. No hay motivos para desconfiar especialmente de esta fórmula en particular. Será aprobada y distribuida a la población cuando haya concluido la Fase III con buenos resultados. ¿La emoción? Las vacunas son las tecnologías con mayor éxito a lo largo de la historia. Han salvado miles de vidas, pero actúan en silencio. A diferencia de los medicamentos que sabemos cuándo nos curan, con ellas ni nos enteramos. Heroínas anónimas, eso son.

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