Buscando un inicio en la historia del fútbol argentino de ese estilo que se conoce como menottismo, hay que remontarse a los finales de la década del 20 del siglo pasado y principios del 30. Podemos elegir entre varios equipos a alguno que nos sirva de ejemplo. Y me parece que el Estudiantes de La Plata de entonces, conocido como “los profesores” es, tal vez, el que mejor representa el comienzo de la formación del gusto de la mayoría de los argentinos.

“Era una maravilla ver jugar a ese equipo”, dijo Ernesto Sábato que se hizo hincha de Estudiantes, según su propia confesión, en sus tiempos de estudiante en la Universidad de La Plata. Dijo también que disfrutó mucho con el juego de “Nolo” Ferreira y “de aquél equipo extraordinario”.

Y digo que tal vez sea el mejor representante de nuestro gusto futbolístico, porque curiosamente ese equipo no fue campeón. Lauri, Scopelli, Zozaya, Ferreira y Guaita fueron segundos en 1930, terceros en 1931 y sextos al año siguiente. O sea no se lo elogia ni se lo recuerda por los títulos logrados sino por su juego exquisito. Es cierto también que su máxima figura, Ferreira, declaró tiempo después que no fueron campeones “exclusivamente por los árbitros”. Aunque ese detalle no altera la admiración ni el respeto por lo bien que jugaban.

Hay una anécdota que cuenta Lauri de un partido donde Ferreira le dio una pelota y Lauri avanzó, gambeteó a un rival, tiró y pegó en el palo. Ferreira se le acercó y le dijo: “esa pelota era mía”. Lauri, sorprendido, le respondió: “pero Manuel… pegó en el palo”. “Aunque Ud. Hubiera hecho el gol”, le dijo Ferreira, “esa pelota debió pasármela a mí”. Es decir, la esencia del menottismo. La esencia del fútbol argentino, que busca la perfección de la jugada antes que el resultado de esa jugada. Lo que debe ser, más importante que el éxito conseguido de cualquier modo.

Otros equipos menottistas históricos

El repaso tiene que ser obligatoriamente rápido porque son muchos tomando como punto de partida la década del 20. Huracán del 28 del goleador Guillermo Stábile y el autor del primer gol olímpico Cesáreo Onzari, el San Lorenzo que ganó el primer campeonato profesional, y el expreso, como llamaban a Gimnasia de La Plata en ese mismo campeonato del 33, que aunque no fue campeón quedó en el recuerdo también por su buen juego, donde jugaba Minella, una de las principales figuras históricas del fútbol argentino.

El Boca de Cherro en el 34 cuando apareció “el pibe de oro”, Ernesto Lazatti. Un 5 de Ingeniero White (puerto de Bahía Blanca) de juego elegante y efectivo, y donde Francisco Varallo llenó las redes de goles.

En el 36 River incorpora a uno de los mejores delanteros de nuestra historia: Bernabé Ferreira.También jugaban Peucelle, Moreno, Pedernera, precursores de La Máquina.

El Independiente del 38 de Erico, Sastre y De la Mata. La Máquina de River del 41 al 46. El San Lorenzo de Farro, Pontoni y Martino.

Lanús del 56, el de Daponte, Guidi y Nazionale, un subcampeón con más gloria que muchos campeones.

Como la lista es muy extensa. Avanzo hasta el San Lorenzo de Tim en el 68 con Telch, Albrech, Pedro González, Veglio, Cocco… Y llegó al Huracán del 73, un poema con camiseta blanca: Brindisi, Babington, Larrosa, Russo, Carrascosa y un genio que jugaba como vivió, a pura inspiración para inventar el fútbol una vez más: René Houseman.

Hay muchos otros ya más cercanos, pero solo quise señalar algunos que en los principios, fueron formando nuestro gusto y nuestro conocimiento.

Jugadores típicos de "la nuestra"

Inevitablemente tengo que mencionar unos pocos y prescindir de muchos. De otro modo necesitaría un libro entero y no un prólogo.

Y lo haré según vayan apareciendo en mi memoria, no cronológicamente. Y hablaré de los más trascendentes, dejando de lado a aquellos no tan conocidos pero igualmente importantes.

El Trinche Carlovich, rosarino, de Central Córdoba, puede catalogarse como el símbolo de lo que quiero decir cuando hablo del menottismo. Uno de los ídolos más respetados y queridos de una ciudad que engendró centenares de cracks, solo porque jugaba tan pero tan bien, que a nadie le importó que no haya ganado nada y que apenas si jugó 1 o 2 partidos en primera división. Todo lo contrario del resultadismo excluyente y una bofetada en plena insensibilidad de los que afirman que lo único que vale es ganar.

Federico Sacchi y Alfredo Pérez, dos defensores con la sutileza y la exquisitez de los mejores delanteros. Y si hablo de ese tipo de defensores no puedo olvidarme de “Lucho” Sosa y de Silvio Marzolini. Moreno, para muchos el mejor de nuestra historia. Perdernera el que, según Peucelle, hacía funcionar “La Máquina”, el “chueco” García que una vez venía arrastrando los pies después de un golazo “para que no me copien la jugada”, Loustau que “ventilaba” en el medio y le sobraba para generar jugadas de gol a pura calidad. Ángel Rojas, la habilidad y la picardía del potrero, Mario Kempes que hacía de todo y además era goleador; por supuesto Alfredo Di Stéfano un jugador extraordinario de toda la cancha que hacía simple lo más difícil, Ramos Delgado un crack con todas las letras, José Nazionale que según los periodistas de entonces jugaba con galera y bastón, Maschio, Angelillo y Sívori, enormes en Lima en el 57, y gigantes en los equipos que jugaron.

Labruna y el Beto Menéndez, jugadores modernos de toda la vida. Pipo Rossi un 5 patrón y con imán, para mandar por clase y por personalidad. La clase inolvidable de Ermindo Onega.

Tucho Méndez, Vicente De la Mata, Antonio Sastre (que jugó en todos los puestos), Arsenio Erico un paraguayo que encadiló al mundo del fútbol, Bochini talento puro, el Beto Alonso elegante y burlón, el “loco” Gatti digno sucesor del grandísimo Amadeo y el pato Fillol para completar el trio más mentado, Coco Rossi el rey del caño y de la filosofía quemera, los “locos” Corbatta y Bernao, cuando los wines generaban jugadas de gol y alegrías, como “el negro” Ortiz o Bertoni y la “bruja” Verón otro gambeteador para llegar al gol desde el asombro.

Pontoni un maestro de los 9 “científicos” (como se decía entonces) que participaban del juego y hacía goles, Ernesto Grillo, que con su fútbol “atorrante”, los domingos vistía al barrio de fiesta y lo llevaba a los estadios y para terminar (hace rato que quiero cortar y no puedo) uno de las más grandes no solo de Argentina, también de la historia mundial (junto con Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Messi) Diego Maradona, que fue lo que todos soñamos alguna vez: ser Maradona. Quedan tantos por mencionar que me parece (y es) injusto, aunque comprendo que sería imposible.

Entrenadores pre-menottistas

Es posible que Carlos Peucelle haya sido el primero. Decía que el jugador está antes que cualquier táctica y que lo físico no puede superar al talento. Solo voy a citar una de sus frases que lo definen: “siempre para adelante juegan los que no saben jugar y piden que se juegue (desde la tribuna) los que nunca jugaron al fútbol. La pelota debe retroceder, sí, algunas veces, para poder avanzar más profundamente”.

Adolfo Pedernera. Respeto por el hombre antes que jugador, por la pelota, por el juego y desprecio por la trampa y el antifútbol.

Renato Cesarini. De los primeros en introducir conceptos para definir y aclarar lo que vemos del juego, para entenderlo mejor.

Angel Tulio Zoff. “la pelota es lo más antiguo que conozco y lo más importante del fútbol”. Una clarísima declaración de intenciones.

El “Gitano” Juarez. Profundo conocedor del juego, junto con una firmeza indestructible de cómo se debe jugar. Una relación de amistoso respeto con los jugadores, y una claridad deslumbrante para el análisis del juego y de los jugadores.

José Yudica. Incomprensiblemente olvidado a pesar de ser uno de los entrenadores más comprometidos con el buen juego y que lo demostró en todos los equipos que entrenó. Ejemplo, además, de rectitud y de honestidad con la profesión.

También en este rubro hay más entrenadores que pueden considerarse dentro de esta línea, pero quise destacar los que me parecen los de mayor significación.

¿Qué hizo Menotti?

Recibió y valoró toda esa herencia como un patrimonio riquísimo que había que proteger y aprovechar, porque es nada más y nada menos que nuestra identidad futbolística. Es nuestra manera de ver, entender y disfrutar del fútbol. Supo ser un ilustre portador de todo el conocimiento que nos brinda el aprendizaje de nuestra historia y se comprometió a serle leal hasta las últimas consecuencias. Jugó en un momento difícil para defender ese sentimiento. Después del mundial del 58, donde la selección argentina tuvo una muy mala participación, la corriente dominante en el fútbol recomendó cambiar esos valores por otros que privilegiaban lo físico ante el talento, la especulación al atrevimiento y destacó al resultado como lo único importante. Ya desde entonces Menotti se rebeló contra lo que consideró un atropello a nuestra cultura futbolística.

Como entrenador profundizó sus conocimientos del juego y rescató la alegría frente al sacrificio del que hablaba la corriente en boga.

Huracán del 73 fue su primera y gran obra. Un equipo que tuvo un presente cargado de historia y que por eso mismo fue y sigue siendo moderno. Consiguió que medio país lo siguiera con entusiasmo y compartiera con la hinchada quemera la alegría del primer campeonato profesional.

Sus primeras declaraciones tras la consagración resultaron un claro mensaje: “Quiero este fútbol para mi país”, dijo, “estamos capacitados para jugar de este modo que nos hace tan felices”.

Fue y continúa siendo un radical del buen juego, de nuestro estilo. Tuvo la incomparable virtud de ponerle nombre y apellido a nuestro histórico sentimiento colectivo. De organizarlo, disciplinarlo y devolverle la confianza para, siendo como somos, competir de igual a igual contra cualquier equipo del mundo.

Por eso digo que el menottismo nació mucho antes que Menotti, pero tenía que aparecer un futbolista de su capacidad, inteligencia y sensibilidad para sentirnos orgullosos de ser como somos y de tener un estilo y una historia que nos enriquece y permite que 3 de los 5 jugadores considerados los mejores de la historia universal, sean argentinos: Di Stéfano, Maradona y Messi. Y algo más importante todavía: encontramos en el menottismo una fabulosa excusa para ser felices. 

*Prólogo del libro Bilardo-Menotti, ed. Planeta, 2020.