Ante la muerte de Pino Solanas en París, no podemos dejar de evocar a César Vallejo y su poema “Piedra negra sobre una piedra blanca”:

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París y no me corro

Tal vez un jueves, como es hoy de otoño.

(…)

La nostalgia por la patria lejana, el exilio, el desencanto, cierta melancolía que el abismo de lo inexplicable provoca y los fantasmas del pasado presagian el desenlace definitivo, éstos son los sentimientos y deseos que aparecen en la obra cinematográfica de Pino Solanas, acompañados siempre por la cadencia existencial y gris del tango: El exilio de Gardel (Tangos) de 1985 y Sur (1988). 

Claro que en su filmografía se inscriben también de modo contundente la denuncia y la lucha, como en esos films magníficos: La hora de los Hornos (1968), Los hijos de Fierro (1975), Memoria del saqueo (2004), La dignidad de los nadies (2005), que ponen de manifiesto la explotación, la pobreza y la exclusión provocadas por las clases privilegiadas. Si se puede hablar de una “geografía mítica” en Borges, en Perón y en el tango, esa “geografía mítica” es constitutiva de la visión de Solanas sobre el país y el mundo.

El sur y el norte para Borges, Perón y Pino Solanas

Morir en París, como César Vallejo. Y pensamos en aquella geografía mítica de Borges: el norte y el sur, a la que Pino cantó en el tango “Vuelvo al sur” con música de Astor Piazzolla, “volver” en el sentido de retorno al paraíso perdido, al edén del primer amor… a la piedra del principio y el fin, al lugar definitivo: ¿la muerte? Pero en las coordenadas terrestres que son simbólicas y pragmáticas (no las del espíritu donde no existen el antes, el después, el ahora, ni el arriba, ni el abajo, ni el norte ni el sur) nuestro gran artista comprometido fue a encontrarse con su destino final en el norte.

Recordamos entonces que el sur se plantea en la cosmovisión borgeana con cualidades negativas, explicadas, por un antiguo imaginario criollo y, también, por un movimiento inverso, ese sur representa el encanto y la reliquia del pasado. Las quintas y casonas, las pulperías gauchas que se pierden en la llanura conmueven al poeta Borges de la juventud y atraen de un modo fascinante al narrador de la madurez que no cesa de nombrarlas, aunque también a menudo evoca el norte, ese Palermo de la infancia, lugar de fantasmas y sombras como la sombra de Muraña. 

Palermo, norte de la ciudad, será con el paso del tiempo y desde otros lugares de la producción borgeana, también símbolo del sur, pues visto desde la cultura europea que reverencia el autor de Fervor de Buenos Aires, ese ámbito de guapos, tango y guitarra, pertenece indiscutiblemente al sur, con su rostro abigarrado, mestizo y enigmático, lo que corrobora la relatividad de los puntos cardinales, como señala el escritor y filólogo cubano Luis Toledo Sande en su libro Más que lenguaje (2008).

La marca negativa y tanática del sur, lleva a Borges a concebir las muertes violentas, “sudamericanas”, como la de Laprida, en el “Poema conjetural”, unidas al destino en un país como la Argentina, un país del sur. Fantasea con su muerte que ocurrirá en Buenos Aires y con su tumba que, asegura en más de una ocasión, estará en el cementerio porteño de la Recoleta. Esos fantasmas-o fantasías- lo llevarán, en 1986, a dirigirse al norte, a la Suiza que conoció en la niñez y adolescencia, a esa Suiza serena y de plácido orden, para morir y cumplir e incumplir paradójicamente el vaticinio de su escritura.

En cambio, Juan Domingo Perón amaba el sur, la Patagonia, pues hacia allí había partido en su niñez, ya que su padre, Mario Tomás Perón, se había trasladado con toda la familia a Río Gallegos. Juan Domingo evoca la caravana de carretas que los llevó a la Patagonia, junto a su hermano Avelino y a su madre, recuerda las araucarias, las violetas amarillas, la ceremonia del mate, el viento, los amaneceres gélidos, los mapuches, la nieve, los perros y los baqueanos, gauchos amigos y callados que los guiaron por esos desiertos.

Borges huirá del sur, de ese fantasma que lo atrae y repele, ese fantasma dual que sostiene toda su obra, y que encierra la cifra de lo real en el sentido de Lacan, esto es, aquello que precede y sucede al lenguaje, el goce definitivo, aquello que no puede ponerse en palabras. Ese lugar es temido y añorado por Borges, de ese lugar surgen sus sueños y sus textos, y de ese lugar escapa como Edipo para abrazar al Amo absoluto, en un lugar claro y cartesiano, un lugar que desdice su destino de hombre sudamericano.

Perón, en cambio, el 21 de junio de 1973, atraviesa el Ecuador, en una travesía del norte al sur, que lo devuelve a Buenos Aires, a la pampa, al suelo querido, al suelo de la madre india y los antepasados criollos.

Pino Solanas torna al sur, el lugar del amor, de la buena gente y la dignidad en su célebre tango “Vuelvo al sur”. Aborda la nostalgia, los sueños y el recuerdo a través del arte, sobre todo en el film El exilio de Gardel, porque los argentinos “desterrados” en París nunca se irán de su patria. Y hoy, en este 2020 tan extraño, vuelve a esa París del exilio y, como César Vallejo, por un misterioso designio, encuentra allí “la letra que faltaba, la perfecta forma que supo Dios desde el principio”.

(*) Premio Casa de las Américas de Cuba, Novela, 1993.