Más que en los delicados jardines del Museo Noguchi de Queens, según imaginaría Nicanor Aráoz (Buenos Aires, 1981), la puesta en escena escultórica y sonora que presenta en estos días en el Museo de Arte Moderno bajo el título de “Sueño sólido”, parece haberse inspirado en otra atracción turística de Nueva York: el parque de diversiones de Coney Island. Es decir, el modelo no habría que buscarlo tanto en la elegante energía contenida de la genealogía zen, sino más bien en el desenfadado despliegue de energía electromecánica que ofrecen las monstruosas atracciones del célebre parque temático que aún hoy se propone como módico entretenimiento para el turismo retro.

La exposición, con curaduría de Lucrecia Palacios, se divide en cuatro zonas o grupos: 1) una enorme rueda de la fortuna/flor, con treinta y seis figuras antropomórficas que ofician de usuarios/pétalos; 2) dos grandes formas helicoidales como tornados; 3) una rockola rodeada por un escultura transparente, inflable, con forma de dragón, en diagonal compositiva con una pasarela sobre la que hay una moto con ropa ad hoc; vestimenta de guerrero japonés y pequeñas esculturas y 4) un bosque de cadenas encolumnadas cuyos eslabones son luces de neón.

Lo más llamativo de las atracciones que presenta Nicanor Aráoz es la escala y la energía que se desprende de esas enormes piezas que condensan las formas congeladas de los tornados o la idea de un “ciclón” (denominación de otro de los juegos principales de Coney Island): fuerzas naturales evocadas en grandes formas de plástico, violáceas y rojizas. El otro entretenimiento que aquí se recuerda es la rueda de la fortuna, en este caso, como una gigantesca flor giratoria cuyos pétalos se conforman con figuras humanas de tamaño natural. La rueda/flor y uno de los tornados, están unidos por una cadena de neón.

Hay una apelación tal vez nostálgica a la descarga de energía, a las experiencias físicas fuertes, al vértigo, a la velocidad, a los movimientos compulsivos, como sugieren los juegos giratorios, la música tecno, la moto, la lucha. El rincón de la rockola utiliza la sonoridad de la enorme caja acústica que ofrece la gran sala del museo, para ponerle banda de sonido a la exposición, a través de una biblioteca/discoteca de música tecno y electrónica: una nueva cita con los movimientos convulsivos sugeridos por un sucedáneo epiléptico de la música.

Podría pensarse que el núcleo incandescente de la muestra es la energía desencadenada: una energía propulsora, a la vez sedienta y dadora de forma.

Viene a cuento una cita del nuevo libro de Nicolas Bourriaud, Inclusiones – Estética del capitaloceno, de inminente publicación: “El tiempo dedicado a dormir y soñar, que Karl Marx denominaba la ‘última condición natural’, en oposición a la expansión total del idealismo capitalista, está hoy a punto de ceder bajo los imperativos de la vida ‘en línea’ que nos vuelve potencialmente disponibles, las veinticuatro horas de todos los días, para el gran mercado. ¿Cómo definir el confinamiento global impuesto por la pandemia del coronavirus, sino como la versión sanitaria de un proceso nacido con la generalización de la televisión en los años 1950 y que incitaba a las personas a permanecer en sus casas delante de objetos que abastecen imágenes?”.

Los enlaces y encadenamientos que la exposición pone en práctica de manera literal y metafórica, tanto por tomar a internet como fuente difusa y abrumadora, como por las cadenas exhibidas en la muestra, apuntan a fuerzas complementarias y antagónicas, como el sueño (y la ensoñación), la vigilia, el deseo, el consumo, la nostalgia por la experiencia. Tomamos otra cita del inminente libro de Bourriaud: “Contrariamente a las creencias generalizadas, el capitalismo no tiene nada de materialista: por el contrario, su proyecto es desrealizar el mundo para transformarlo en productos financieros, es decir, en su “equivalente general abstracto”, término mediante el cual Karl Marx definía a la moneda. Su esencia es financiera y las relaciones de producción que impone reemplazan la experiencia de trabajo por unos cuerpos intercambiables, realizando en espacios neutros unas figuras elaboradas por otras personas”.

Nicanor Aráoz participó del Programa de Artistas de la Universidad Di Tella (2010), de la quinta edición de la Beca Kuitca (2011), del International Residency Program del ISCP, en Nueva York (2017) y de la residencia Pivo, en San Pablo (2019). Entre sus últimas exhibiciones individuales: Placenta escarlata (Barro, 2018); Because I’m never what I have (Emily Harvey Foundation, Nueva York, 2017); Antología genética (Universidad Di Tella, Buenos Aires, 2016). También ha expuesto en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, La Tabacalera, de Madrid, y el Castello Di Rivoli, en Turín, entre otros espacios.

* “Sueños sólidos”, de Nicanor Aráoz, se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, San Juan 350, hasta fines de febrero. Lunes, miércoles, jueves y viernes, de 11 a 19; sábados, domingos y feriados, de 11 a 20; martes, cerrado. Las entradas y reservas, en entradas.museomoderno.org.