“¿La marca de qué antiguo dolor es toda ausencia?”. El verso final de uno de los poemas de El nombre revelado (Ediciones en Danza, 2016), como si lo más íntimo se dirimiera en la distancia, volvió a la memoria cuando llegó la noticia que nos rompió el corazón: el entrañable Alberto Szpunberg, uno de los grandes “poetas de la generación del 60” --una etiqueta que no contenía la diversidad de su obra-- murió el viernes 13 de noviembre en Barcelona, a los 80 años, en el hospital La Alianza, por complicaciones ocasionadas por la Covid-19. “Siempre se debe empezar por lo más pequeño”, repito otro verso que recuerdo del extraordinario La academia de Piatock (Alción, 2010), ejemplar dedicado con su letra de niño en estado de asombro permanente, en la que me da la bienvenida al mundo de Piatock con su caballo que sueña; libro que me acompaña en este trance amargo de la despedida.

La llamita de la poesía, que apareció tempranamente en su vida, se materializó en Poemas de la mano mayor (1962), el primer libro que publicó a los 22 años, impulsado por Eduardo Romano, quien escribió la solapa de ese poemario de iniciación. Uno de sus poemas más antologados es “Marquitos”, incluido en El che amor (1965), dedicado a Marcos Szlachter del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), al que perteneció también el poeta, que murió en el monte salteño en 1964. Szpunberg (Buenos Aires, 28 de septiembre de 1940) definía a ese libro como “foquista” porque la teoría del foco y el concepto de vanguardia del Che Guevara se asentaron sobre la voluntad personal de transformar el mundo a través de la revolución.

Szpunberg estaba convencido de que la poesía es un estado de asamblea permanente. El poeta --que fue profesor en las cátedras de “Literatura argentina” y director de la carrera de Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires-- dirigió el suplemento cultural del diario La Opinión hasta 1976. El mar no cabía en la valija familiar: Szpunberg se exilió en El Masnou (Barcelona, España), el 9 de mayo de 1977, con su pequeña hija Victoria, nacida en Buenos Aires. En Barcelona, la familia se agrandó con la llegada de Sabina. En el exilio, intentando esquivar la nostalgia y tanto dolor por “las treinta mil ausencias”, escribió Su fuego en la tibieza (1981), el libro del desarraigo con el que ganó el premio Alcalá de Henares.

Cálido y sencillo hasta lo indecible, Szpunberg era un poeta con el ego tan domesticado que no parecía un poeta argentino. “Recorrimos todos los rincones del mundo y las preguntas/ son las mismas:/ ¿dónde no tuvimos hijos y sembramos muertos?/ ¿dónde no mordimos el polvo y volvimos a levantarnos?/ ¿dónde no perdimos el rumbo y volvimos a perdernos?/”, se lee en uno de los poemas de La academia de Piatock, un personaje que existió, que vivió en un pequeño pueblo de Polonia de donde era el abuelo del poeta, sobre el que escuchó muchos relatos; un poemario en el que despliega una entonación por momentos bíblica y en la que emerge el judaísmo de Szpunberg en diálogo con Edmond Jabés. “La poesía es siempre lo que no sabemos”, escribió en un poema; pero también intuía que al dar vuelta la última página, el sentido de la escritura comienza: “no hay más victoria que los nuevos frentes que se abren,/ no hay más respuesta que una nueva pregunta”.

Cuando regresó del exilio --un volver que fue alternando seis meses en Barcelona y seis meses en Buenos Aires--, fueron saliendo Apuntes (1987), La encendida calma (2002), Notas al pie de nada ni de nadie (2007), Luces que a lo lejos (2008), con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Francia; El libro de Judith (2008) y Como sólo la muerte es pasajera (2013), su poesía reunida por Entropía. El poeta concluía un poema por una cuestión de “oído interior”: “Uno afina un poquito el violín, después el contrabajo, el piano y en qué clave tocarlo: si en La mayor o en La menor. Eso es así, al menos en mi experiencia”, explicaba ese trabajo de pulido sonoro de lo escrito. Algunos de sus poemas fueron convertidos en tangos y valsecitos por el bandoneonista César Strocio, grabados por el Cuarteto Cedrón; y junto a Luis Luchi (1921-2000) y con música de Jorge Sarraute es autor de A medio hacer todavía (LP, Barcelona, 1980) y Todos se dan vuelta y miran (CD, Barcelona, 1999).

Hacía unos años que venía peleando contra el cáncer con un sentido del humor a prueba de cualquier escatología. Después de su poesía reunida, continuó escribiendo y publicando: La tarde, sólo es la tarde (27 sonetos y una milonga de ida y vuelta) (Surí Porfiado, 2016) y ¿Por qué no hay más bien brócoli? (Lamás Médula, 2016). En 2014 recibió tres premios: la Fundación Konex le otorgó el Diploma al mérito en Poesía (quinquenio 2009-2013), el Premio Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional y el Premio Cultura Argentina. En 2017 viajó a Barcelona para visitar a sus hijas y nietas, su salud se complicó y ya no pudo volver. Entonces, entrañable compañero Szpunberg, de tantos versos, en todos estos años, me quedo con una de las más hermosas invitaciones: “Sentémonos a la mesa: hoy es mañana y el mundo acaba de ser creado”.