Horacio Zeballos vuela y, al mismo tiempo, mantiene los pies sobre la tierra. Número tres del mundo y figura del Campeonato de Maestros en Londres, el torneo que reúne a las ocho mejores parejas de la temporada, el marplatense sostiene su esencia y no se olvida de dónde viene ni de todo lo que tuvo que atravesar. "Las primeras sensaciones de estar acá fueron emocionales; recordar cómo arranqué y todo el caminó que recorrí para llegar hasta acá", analizó el zurdo en retrospectiva, tras vencer junto a su compañero Marcel Granollers a la mejor pareja del mundo, el croata Mate Pavic y el brasileño Bruno Soares, por 7-6 (4), 6-7 (4) y 10-8, triunfo que lo dejó al borde de las semifinales. Con 35 años está en el torneo de su vida, enfocado y con la meta clara, pero lo disfruta como aquel chico que se formó en el Edison Lawn Tenis, en Mar del Plata, de la mano de su padre Horacio.

Ya instalado como el mejor doblista de la historia del tenis argentino, se sienta en la mesa chica de los mejores: es el primer argentino con dos triunfos en el Masters por duplas y sueña a lo grande. Entrenado por Alejandro Lombardo y abocado sólo al tenis por duplas, hoy disfruta de la madurez de haber formado una familia con su compañera Sofía Menconi y sus hijos Emma (4) y Fausto (2), quienes lo alientan con fervor desde la televisión. Los números de su carrera son asombrosos: igualó a Guillermo Vilas en el récord de mayor cantidad de títulos por duplas (16), suma tres trofeos de Masters 1000 -Indian Wells y Montreal 2019; y Roma esta temporada- y tiene una final de Grand Slam, en el US Open del año pasado. Llegar al Masters es un premio al sacrificio de mucho tiempo y es, además, la materialización de las ilusiones de un jugador que llegó a dejar el tenis por unas horas hace más de 14 años.


Mayo de 2006. Zeballos había cumplido 21 años, acarreaba algunos malos resultados en el circuito Future -el nivel inicial de torneos profesionales-, no se sentía bien en el aspecto anímico y tenía presión por el sponsor de aquel momento. "Pienso en dejar el tenis, no lo estoy disfrutando", le deslizó a su padre, formador, entrenador y fundador en 1984 del club en el que se forjó "Horacito", como lo llaman en su ciudad natal.

La respuesta ofrecía dos alternativas: estudiar una carrera universitaria o trabajar como mano derecha de su papá. Horacito eligió la segunda y fue al otro día para observar cómo se trabajaba. Pero un guiño del destino salvó su carrera: el día estaba feo, volaba polvo de ladrillo por todos lados y el zurdo se escapó a la cancha de cemento a jugar al fútbol con otros chicos del club. Después de la jornada laboral su padre le preguntó: "¿Empezamos mañana, entonces?". Y el joven Horacio contestó: "No, mejor pruebo un poco más con el tenis".

El cambio repentino de opinión llegó con un clic mental que disparó su carrera. Pocos días después de haber "dejado" el tenis, viajó a Santa Fe y ganó su primer título profesional. Despojado de toda presión, dos semanas más tarde volvió a festejar en un Future en Mendoza. Aquella jugada del azar facilitó que Zeballos construyera una trayectoria como singlista que tuvo como punto máximo su único título ATP en Viña del Mar, en 2013, tras derrotar nada menos que a Rafael Nadal en la final. “Tuve una muy linda carrera en singles pero nunca pude haber soñado con estos objetivos que puedo pelear en dobles”, explicó el marplatense, un doblista cuyo oficio tiene origen en sus inicios con su padre, quien llegó a jugar con Vilas, con José Luis Clerc y con Ricardo Cano, por caso.

El talento de Zeballos como doblista tiene varios sustentos explicativos. Uno de ellos, sin dudas, es la forma de trabajar que tenía en sus primeros momentos y ya en sus años de profesional. Su padre le sacaba desde el cuadrado de saque para entrenarle los reflejos, una cualidad clave en el tenis por parejas. Había otro ejercicio del "mini tenis" que el zurdo practicaba incluso cuando ya jugaba a un nivel muy alto: hacía partidos en los dos cuadrados de saque, no podía volear y sólo tenía permitido utilizar drop shots y slice. Su padre, además, buscaba hacerlo correr y mejorarle las reacciones: "Él jugaba en los dos cuadrados y yo sólo en uno, con mucha ventaja; era para entrenar la sensibilidad y los toques". Tanto le gustaba el doble que en 1997 el pequeño Horacio aceptó una propuesta para jugar, con apenas 12 años, dos torneos de primera junto a su padre en el Tenis Club Mar del Plata y en el Náutico. No salieron campeones, claro, aunque sí ganaron varios partidos.

Horacio hijo, con 12 años, en dupla con su padre en un torneo de primera

El amor por el Ajedrez

Además de su pasión por el tenis, Zeballos tiene una atracción singular por otro deporte: el ajedrez. Aprendió a jugar mientras lo veía a su padre en el club con otros profes y hoy lo toma como un ejercic mental y un cable a tierra en medio de los torneos: "El tenis es mi prioridad, pero soy un loco del ajedrez y es una pasión. Soy malo, eh, pero lo disfruto y trato de jugar partidas rápidas para que se asimile al formato de dobles, en el que hay que resolver situaciones en muy poco tiempo”. Dice ser "malo" pero, al parecer, juega muy bien.

En Londres se mide bastante con Vlade Kaplarevic, el fisio del croata Mate Pavic, a quien derrotó este miércoles en su segundo partido en el Masters. El terapeuta llegó a competir fuerte cuando era chico aunque Horacio, ya con vasta experiencia en los tableros, mantiene la disputa muy pareja. El gusto del marplatense por el ajedrez es tan conocido en el circuito que la organización del Masters le hizo un regalo muy especial: un tablero de madera exclusivamente para él.

El regalo del Masters de Londres para Zeballos

Zeballos acumuló el rodaje con el ajedrez no sólo con partidas físicas: juega de manera online en un sitio de internet, para conectarse con gente de todo el mundo, que tiene un ranking para aceptar participantes en determinados torneos. Horacio ostenta un buen ranking y suele ganar buenos partidos durante sus viajes.

Una vez había llegado con tiempo al torneo de Basilea con su padre, quien lo notó un poco cansado antes de arrancar el entrenamiento. Claro, jugaba seis, siete, ocho partidas por día y estaba embalado con esa aplicación. Si bien es un deporte que ejercita la cabeza, también cansa en lo mental. Desde aquel momento empezó a jugar menos, una o dos partidas por día, sobre todo cuando está en plena competencia, pero nunca lo deja. Esa pasión por los tableros también explica su gran momento en las canchas de tenis.