Aunque las más avispadas detectives la han pasado canutas en más de una ocasión, desde Miss Marple a Veronica Mars, desde Nancy Drew a Stella Gibson, ninguna ha estado en más aprietos que cuatro sabuesas pakistaníes, recién llegadas a la ficción. Y no precisamente por los casos que tienen que resolver capítulo a capítulo. Sara, Jugnu, Zubaida y Batool, protagonistas de la serie Churails (“Brujas” en urdú), se han convertido en las enemigas juradas del mismísimo gobierno del país asiático, que les ha declarado la guerra por considerar que el programa es “indecente”, “vulgar”, que atenta con los valores de la nación. A tal punto la tirria que hizo presión nomás estrenar la tira el pasado agosto y logró que la plataforma india donde se streamea (Zee5) la retirara de su contenido. Por clamor popular e indignación global, empero, volvió a subirse al cabo de unos días. Pero, claro, las emperradas autoridades pakistaníes han redoblado la apuesta: acaban de prohibir que los bancos habiliten pagos a plataformas indias, bloqueando así la suscripción a Zee5, entre otras.

¿Por qué la “policía de la moral” está que echa espuma con los 10 episodios de Churails, donde una ama de casa, una wedding planner de alta sociedad, una boxeadora y una exconvicta montan una agencia clandestina, bajo la fachada de tienda boutique de burkas? Desde el vamos, porque presenta a cuatro estelares que se salen de la norma, complejas, imperfectas, ¡insumisas!; que usan el velo cual máscara de heroína para hacer justicia y, en situaciones extremas, se defienden a punta de pistola. Que fumen y digan palabrotas es un añadido al verdadero intríngulis: en la serie se aborda críticamente el abuso infantil, la violencia intrafamiliar, la explotación sexual, la homofobia, la transfobia, el acoso y la explotación en el ámbito laboral, el racismo subyacente, los casamientos forzados, y un sinfín de tópicos peliagudos que son pan de cada día para muchísimas mujeres pakistaníes. También presenta a una pareja lesbiana, y en Pakistán la homosexualidad es ilegal.

“Cuando leímos el guión por primera vez, todas pensamos lo mismo: ‘¿Se nos permite siquiera filmar esto?’”, cuenta la actriz Mehar Bano, de 26, que interpreta a Zubaida, la joven de familia tradicional que, por calzarse los guantes de box, padece la furia y el escarmiento de su entorno. “Sabíamos que nos estábamos metiendo en un proyecto que despertaría reacciones extremas, mucho odio, pero no hay manera de resolver los problemas acuciantes si no hablamos de ellos. La cultura de la prohibición lo único que quiere es esconderlos para que todo siga igual”, dice esta artista, chocha de contenta por ser parte de Churails, escrito y dirigido por el cineasta británico-pakistaní Asim Abbasi, filmado en Karachi. Destaca además que el alcance internacional del show, con buenísimas críticas a lo largo y ancho, “es una hazaña en sí misma. En especial, tratándose de una serie sobre mujeres que se hacen cargo de sus propias vidas, reclaman su espacio y desmantelan estructuras patriarcales, algo revolucionario para un país como Pakistán, donde los personajes femeninos que devuelve la tevé solo refuerzan los valores misóginos”.

Pakistán es un país difícil, decididamente hostil para las mujeres. El mix fatal de arraigadísimas tradiciones patriarcales, alto analfabetismo y pobreza ralentiza cualquier forma de avance. En las zonas rurales, el 60 por ciento de la nación, la mayoría de las adolescentes solo sale de la casa paterna para contraer nupcias. En matrimonios forzados, dicho sea de paso, con hombres que doblan o triplican su edad. La violencia doméstica es moneda corriente; tan naturalizada, por cierto, que un estudio reciente arrojaba que el 44 por ciento de jóvenes esposas veía normal que su esposo le pegara. Y para más inri, si cabe, siguen siendo habituales los infames “crímenes de honor”. Se estima que al menos tres chicas son asesinadas por día por “deshonrar” a sus familias…

Hasta montar en bicicleta es visto como una falta de decoro, y a menudo les llueven piedras a las muchachas que se animan al pedaleo. El año pasado, sin más, varias decenas de ciclistas organizaron un mitin en Peshawar, pero pronto tuvieron que darlo de baja: habían recibido amenazas del partido político-religioso Jamiat Ulema-e-Islam. Para más inri, la libertad de expresión es vulnerada con frecuencia, pronto a ser ejercitado el hercúleo músculo censor ante cualquier palabrita que “sea una afrenta al Islam o a la seguridad nacional”, los argumentos oficiales más recurridos. Hace poco más de un mes, de hecho, el ente regulador de telecomunicaciones prohibió las aplicaciones de citas, entre las cuales Tinder y Grindr, por su “contenido inmoral”, por “promover las relaciones extramaritales y homosexuales”, ambas penadas por ley, como se ha dicho.

No por nada, según el Índice de Mujeres, Paz y Seguridad 2019-2020, que contempla inclusión, seguridad y acceso a la justicia, Pakistán es uno de los peores países para vivir siendo mujer, solo superado por Siria, Afganistán y Yemen. Un país donde el primer ministro, Ahmed Khan, exestrella de cricket, dice que el feminismo atenta contra el rol de madres de las mujeres. Un país donde la reciente violación en manada de una mujer a la vera de una carretera de Punjab, tras quedarse sin nafta su coche, con sus hijos pequeños en el auto, recibía este comentario del jefe de policía Umar Sheikh, a cargo del caso: “Ella tendría que haber sabido que las mujeres no deben viajar solas por la noche. Ninguna persona de bien deja que sus hermanas e hijas viajen solas y tan tarde”. En fin…