En la nota bimonetaria-raices-culturales-y-politicas-de-una-cr">Economía bimonetaria: raíces culturales y políticas de una crisis permanente, publicada en el Cash, Julián Zícari afirma que “se suele decir que una moneda para ser dinero debe cumplir tres funciones: medio de pago, unidad de cuenta y reserva de valor”. 

Otra función posible de la moneda nacional es la de ser moneda mundial. No ocurre con la moneda argentina, al igual que con la mayoría de las monedas nacionales. El dólar sí cumple esta función. El 70 por ciento de las transacciones internacionales son realizadas con la moneda estadounidense, que funciona como medida de valor, unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor en términos mundiales.

La cúpula empresarial en Argentina fue transnacionalizándose de manera creciente, en particular desde 1976. En su seno, predominan grandes grupos exportadores. Poseen empresas diseminadas por decenas de naciones. Éste es el motivo fundamental por el que deben expresar su excedente en dólares

Estos sectores son experimentados en provocar devaluaciones abruptas para realizar transferencias de ingresos y disciplinar a la mayoría de la sociedad, principalmente al incrementar mediante esta vía el precio de los bienes-salario, disminuyendo el salario real. 

Además, la cúpula explica más del 75 por ciento de la fuga de capitales, que realiza mediante diversos dispositivos y canales.

Productividad

El tipo de cambio real es, en esencia, la expresión en dinero de la diferencia de productividades de las economías nacionales: si se necesitan muchos pesos para equiparar el valor de un dólar, la economía estadounidense es más productiva que la argentina.

Para que el PIB de Argentina crezca 1 por ciento, las importaciones de bienes de capital e insumos -que se pagan en dólares- deben crecer, en promedio, 3 puntos porcentuales. ¿Cuánto y qué debería exportar una economía como la argentina para tener una balanza comercial favorable de manera sostenida? 

Es conocida la conceptualización de Raúl Prébisch sobre la tendencia secular al deterioro de los términos del intercambio para los países periféricos.

Las recomendaciones de Steve Hanke, hace algunas semanas, y de Larry Kudlow, durante el gobierno de Cambiemos, sobre la dolarización de la economía, recuerda que si Argentina no contara con el peso sino con el dólar como dinero de curso legal, o existiera una convertibilidad rígida que vinculara el peso al dólar como en la década de 1990, la economía argentina quedaría casi sin posibilidades de aplicar políticas monetarias, con menos grados de libertad y tendería a importar y destruir industria y empleo.

Soberanía

En aquella década de privatizaciones, la venta de empresas de servicios públicos no sólo implicó un deterioro de la soberanía y menor poder de regulación por parte del Estado. El caso de YPF implicó que también debiera importarse combustible años más tarde, mientras se remitían utilidades al exterior, agravando doblemente la restricción externa.

Más allá del refugio que buscan los pequeños ahorristas por la historia devaluatoria local, el turismo y otros aspectos, las mencionadas características estructurales son la principal causa que explican los problemas de la economía argentina con el dólar.

¿Hasta qué punto es posible un proyecto nacional y popular si el Estado no vuelve a tener en sus manos los servicios públicos, o parte de ellos? ¿Sería sustentable tal proyecto si el Estado no participara en, al menos, algunas de las ramas de la producción determinantes? ¿Qué consecuencias políticas y económicas acarrearía tomar algunas de estas medidas?

Diferentes enfoques, el estructuralismo latinoamericano y la teoría de la dependencia entre otros, han analizado las posibilidades y los límites de desarrollo de una economía periférica o dependiente. Las respuestas para los dilemas nacionales, aun más en la actual crisis mundial, no parecen encontrarse sólo en el ámbito estrictamente económico sino muy en particular en el político.

Para ello, un acuerdo social que resulte favorable a los sectores populares, como el que propone la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, dependerá, fundamentalmente, de la influencia social que pueda adquirir la fuerza política, en sentido amplio, que los represente y convoque a la participación.

 

*Economista UBA-UNDAV e integrante de Economía Política para la Argentina (EPPA).