Josefina Martorell tiene muchos recuerdos de los años que pasó en distintas misiones en países de África. Frente a la irracionalidad de las guerras y sus dolorosas consecuencias, se fue armando de una coraza para sobrevivir en geografías tan hostiles. Pero hubo una niña, Achuei, que conoció a poco de llegar a la capital de Sudán del Sur, en el hospital de campaña montado en Malakal, con la que estableció un vínculo muy especial. 

“Ella había ingresado por malnutrición aguda en nuestro hospital. Su mamá estaba en una tienda más pequeña al lado, donde tratábamos los casos de tuberculosis. La vi una noche en la que acompañé a uno de los médicos a hacer su ronda nocturna, y ella estaba solita en una cama llorando en silencio. Pensé que tenía entre 4 y 5 años, por su tamaño, pero tenía 9”, recuerda Jose. Y los ojos le brillan con el recuerdo. “Me acerqué, le traté de dar de comer y no hubo caso, le empecé a rascar la cabeza y se durmió. A la tarde siguiente volví a visitarla y seguía ahí solita en su cama. Y de nuevo, me quedé con ella esperando que se durmiera. Le pregunte al equipo local que trabajaba en el hospital y me contó que había perdido a su papá en la guerra y que, como su mamá estaba muy débil por la tuberculosis, a ella y a su hermanito menor los cuidaba su abuela”, siguió Jose. 

El problema era que su abuela vendía las barras de PPN, un alimento terapéutico con alto contenido proteico que proveía MSF para tratar la malnutrición aguda y con ese dinero compraba arroz y pan para darles de comer a sus nietos. Esa alimentación los perjudicaba. Jose sabía que tenía que hacer comer a la niña. “La noche siguiente volví, me senté con ella, le acaricié la cabeza, traté de darle de nuevo PPN y nada, yo sentía que ni registraba mi presencia, tenía los ojos perdidos y seguía llorando en silencio. Así pasaron 4 o 5 días en los cuales su estado de salud se deterioraba porque no comía nada. Y como la abuela tenía que estar mayormente ocupándose de su madre, Achuei estaba solita las 24 horas en su cama. Al quinto día uno de los enfermeros me sugiere probar con unas galletas también con alto contenido proteico que teníamos en el hospital y después de un rato Achuei empieza a comerla primero de a poco y después devorándose una tras otra. Y, además, finalmente me hace un caricia en la pierna y me sonríe: ahí me di cuenta de que mis esfuerzos no eran en vano”, cuenta Jose.

“Como todos los enfermeros locales veían que yo iba día tras día a ver a Achuei, ellos también le empezaron a prestar más atención. Al principio era como una plantita. Le explicaron a la abuela, que hablaba solo el idioma local, la importancia de que su nieta comiera PPN y Achuei empezó a mejorar, día tras día. Yo iba todos los días a bañarla ahí en la letrina que teníamos en el hospital, con un balde con agua, y a veces me quedaba a la noche a dormirla. Le compramos algo de ropa “nueva” porque tenía solo lo que llevaba puesto en el campo de desplazados, todo sucio y roto y así, muy de a poco Achuei empezó a repuntar”, destacó Jose.

“Ya en el hospital, cuando llegaba yo, todos me contaban los avances de Achuei, la llamaban como “Josefina’s daughter” (la hija de Josefina). Ella ya salía de la cama y empezó a jugar con el resto de los niños sanos que estaban ahí, rondando el hospital porque sus madres están cuidando a alguno de sus tantos otros hijos que sí estaban ingresados así que la psicóloga de la misión, una brasileña, les armaba juegos, los hacia pintar y los entretenía”.

Así pasaron los meses. Ya Achuei se había convertido en la reina del hospital, todos la conocían, iba riendo, jugando de un lado al otro, molestando a los nuevos ingresados, apuntó Jose. “Su madre murió finalmente de tuberculosis y eso creo que le pegó bastante mal pero como niña seguía riendo y jugando. A veces se ponía muy agresiva y nos pegaba. Una semana antes de terminar mi misión un tío buscó a Achuei, a su hermanito, y su abuela y se los llevó a otro pueblo. No me pude despedir porque justo estaba haciendo un trabajo afuera de Malakal por unos días. Cuando volví al hospital a buscarla y no estaba, lloré un montón, traté de buscarla pero no habían dicho dónde se iban y no teníamos forma de contactarlos. Esta experiencia me dejó en su momento un sabor amargo porque no supe más de ellos y al día de hoy no sé cómo está Achuei y si es que sigue viva. Ahora pienso en ella y la recuerdo con una sonrisa y tengo grandes esperanzas de que esté bien porque era una niña con gran empuje y lucha que salió de momentos muy fuertes prácticamente sola”, dice Jose. Y la voz se le apaga, por la emoción y el recuerdo.