El pasado lunes Sofía denunció en sus redes a un taxista. A raíz de una conversación telefónica entre éste y otro hombre, creyó que podía ser secuestrada. Su video se viralizó y salió en todos los medios rosarinos. El viernes, la fiscalía desestimó la denuncia. A partir de esto pueden surgir algunas preguntas y reflexiones. ¿Qué tipo de feminismo queremos? ¿Sirven los escraches? ¿Qué pasa con las denuncias y la presunción de inocencia? Conversamos con Alexandra Kohan, psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires; Nancy Giampaolo, periodista, docente y guionista; y Florencia Angilletta, licenciada en Letras, docente y becaria doctoral del Conicet.

--Da la impresión que se ha construido un feminismo que está armado a raíz de ciertos discursos, slogans y conductas que terminan generando un “si no estás conmigo estas en contra”. ¿Qué peligros y desventajas hay en esto y por qué creen que ha devenido así?

FA: --El feminismo no existe. Porque pensar en singular es más una construcción de cierto feminismo que de los feminismos. El plural no es un simple cliché lingüístico, es la posibilidad de mostrar zonas de conflictos y promesas. La insistencia por devolverle la pluralidad a los feminismos mantiene viva su politización. Visibiliza las tensiones, ambigüedades o deseos a veces contradictorios y, por supuesto, contiendas de poder.

NG: --El peligro principal es el de todo pensamiento binario: la diversidad de ideas desaparece. El por qué se llegó a este estado de cosas responde a factores múltiples, pero me voy a enfocar en el rol de los medios y las redes que hoy son un poco lo mismo. Desde allí se fomenta mucho esta idea binaria de estar en contra o a favor, ser anti o pro algo, sin dejar lugar a ningún tipo de matiz o análisis más profundo.

También hay que reconocer el poder fuertísimo que tienen los activismos tendientes a dividir a la sociedad en grupos que se controlan unos a otros. En una comunidad fragmentada, el control de los individuos por parte de los poderosos, se hace mucho más sencillo. Aquella vieja frase "El pueblo unido jamás será vencido" se transformó en la utopía más lejana.

--Si bien en nuestro país la palabra escrache muchas veces está asociada a la práctica llevada por HIJOS hacia los militares, pareciera que estamos ante un fenómeno del mismo nombre pero que, sin embargo, es totalmente distinto. ¿Cómo se percibe el escrache hoy? ¿Qué efectos termina teniendo?

AK: --Las personas que escrachan nunca advierten que ese dispositivo se les puede volver en contra. Por otra parte, el escrache no solo no funciona para visibilizar, sino que funciona para invisibilizar las situaciones que sí hay que visibilizar. Los escraches son prácticas muy estridentes, muy ruidosas y tienden a homogeneizar todas las situaciones y ese gesto termina por debilitar la potencia de los reclamos. Como dice Marta Lamas, antropóloga mexicana feminista, “si todo es acoso, nada es acoso”. Lo otro del escrache no es el silencio. El Estado es responsable y hay que seguir denunciando sus falencias.

NG: --Los efectos son los que vemos: el escrache en redes sin paso por la justicia, puede hacer que, por una mentira, haya gente que pierda trabajos, relaciones amorosas, amigos. El caso del taxista de Rosario es el pináculo de estas consecuencias y además tiene connotaciones que exceden las cuestiones de género como la discriminación que pesa sobre la clase trabajadora.

FA: --La imaginación política del “linchar” se enlaza con la figura del “paria”, del que no tiene lugar en la polis. Si se lo expulsa para siempre, ¿sigue siendo democracia ese espacio del que se lo expulsa? ¿Qué formas de reparación o reinserción pensar para ellos? ¿La condena judicial es temporal pero la condena social es infinita?

--Parece que discursos de ciertos feminismos han construido un estereotipo de mujer que es víctima y potencial víctima constantemente. Un discurso que parece neutralizarnos en un lugar de debilidad.

AK: --Esa es la palabra: neutralizadas en nuestra potencia. En esos discursos, la mujer es siempre un sujeto pasivo, víctima o posible víctima, no hay otra cosa que el victimismo porque eso, a su vez, construye un otro victimario. Yo no creo que esa persona que está en ese lugar no padezca. Ella es víctima, no de una red de trata, sino de estos discursos que lo único que hacen es sembrar pánico, que lo único que hacen es decir que los hombres son todos violadores, que todo es acoso, que todo es violencia. Efectivamente ahí se construye una persona que tiene que ser asistida.

En la cultura del escrache y de la cancelación las mujeres tenemos el poder. Basta que una mujer publique en una red social algo y es suficiente. No hacen falta pruebas, no existe presunción de inocencia. Lo que tenemos que leer es que estamos llenas de poder y que no podemos usar ese poder ahora en contra de los hombres, porque venimos discutiendo esas jerarquías.

FA: --No se trata de minimizar el maltrato ni de desestimar su matriz sexogenérica, sino de distinguirlo de la esfera delictual, para que justamente la acción de la justicia sea más y no menos contundente. ¿Por qué las mujeres y disidencias sexuales accedemos a la palabra pública a partir de una narrativa que nos ubica como víctimas? Si una mujer presenta un libro de poesía, asisten decenas de personas; si una mujer denuncia a un poeta, firman cientos.

NG: --El problema es el terror inhabilitante, la presunción de peligros incluso cuando no los hay. Nuevamente estamos frente a una lectura sesgada de la realidad en la que la mujer víctima parece ser la única posible. Esto hace, por supuesto, que las verdaderas víctimas queden desdibujadas frente a las víctimas que podríamos catalogar de autopercibidas

--¿Qué rol juegan las redes sociales?

AK: --El gran éxito de las redes sociales son las víctimas, son su mejor producto. Las redes sociales dejaron de ser una herramienta porque carecen de neutralidad. Son lo que nosotros hacemos con ellas, pero también lo que ellas hacen de nosotros. Y lo que las redes hacen es generar una vidriera perfecta para el voyeurismo de siempre y distribuir las narrativas del victimismo: de la víctima y el victimario. Rápidamente la gente se ubica, por un lado, yendo a mirar --en el sentido de la morbosidad y obscenidad-- eso que pasó y, al mismo tiempo, a ver a quién hay que linchar. Los medios de comunicación son partícipes necesarios: amplifican y espectacularizan, recogen sin ninguna responsabilidad ni chequeo. Una cosa es que alguien tenga miedo por lo que está pasando, pero no se puede habilitar que se pase del miedo al escrache sin mediaciones. Ahí los medios lo recogen sin ninguna responsabilidad ni chequeo. Todos se montan y montan la maquinaria perversa del victimismo que construye rápidamente una víctima y un otro que acecha. Ella es víctima de ese mismo dispositivo en el que está metida. Está convencida de lo que está diciendo, no es una mentirosa. Ella no es agente de la espectacularidad, ella es objeto de la espectacularidad.

--Pareciera que hay una popularización de la presunción de culpabilidad. ¿Qué peligros trae?

NG: --El mayor peligro es que paguen justos por pecadores, algo que evidentemente no calcula la persona que escracha ni quienes suscriben al escrache sin que haya pruebas de su veracidad. Si calcularan un poco más se darían cuenta de que la inversión de la idea "es inocente hasta que se demuestre lo contrario" es como un boomerang que puede volver sobre alguien que querés o sobre vos.

FA: --Hay cierto efecto paradojal. Cuando una víctima denuncia un acoso, abuso o violación la respuesta “yo te creo” es una forma de reacción a la histórica puesta en duda sobre la víctima. Decir “yo también” es intervenir ante la tormenta de insultos y cuestionamientos que puede llegar a recibir la denunciante. Pero cuando se dice “yo también”, ¿a qué se lo dice? No se trata de minimizar los delitos, sino de cuestionar los efectos de la maximización de la esfera del delito como organizadora de la política feminista.