¿Cómo conectarnos con la naturaleza? La sociedad humana, concentrada en ciudades, se encuentra desconectada de la naturaleza, pero dependiente de ella. Desconectada, ya que gran parte de los urbanitas desconoce de dónde llegan los elementos básicos que garantizan su vida: el alimento, el agua y la energía. Ignorar u obviar esta vinculación está poniendo a nuestra civilización en jaque y, como toda situación de crisis, requiere pensar la jugada de manera consciente y reaccionar, mover las piezas de manera justa a sabiendas que no hay soluciones mágicas ni divinas y, aún menos, visionarios iluminados. Se necesita una sociedad que se sepa conectada, no en términos de la actual virtualidad, con el entorno, con la naturaleza.

Según proyecciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), para 2030 el 93,8 % de la población de América Latina vivirá en ciudades (92,5 % en la actualidad), ciudades que demandarán recursos y sociedades que demandarán equidad. Las problemáticas vinculadas al agua, al saneamiento, a la degradación de ecosistemas terrestres (bosques, humedales, tierras secas, etc.), al acceso a energías limpias y a la pobreza son temas ampliamente discutidos en las agendas de organismos internacionales y abordados en los Objetivos para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas 2015-30, a los que 193 países se suscribieron. Hoy pareciera ser más una utopía que una meta alcanzable.

Aunque gran parte de los urbanitas ignora de dónde provienen los recursos que diariamente consume, existen otros más sensibilizados que, si bien conocen las vinculaciones y nexos entre la naturaleza y la sociedad urbana, viven –y aquí me incluyo– tratando de consumir lo que a sus preceptos consideran bienes “más amigables” –cargados en ocasiones de posverdades–. Y otros, los menos, tratan de producir parte de sus alimentos y generar estrategias que permitan contribuir a su sustentación, tratando así de ser lo menos dependientes posible del sistema de consumo vigente.

¿Cómo conectarnos con la naturaleza y dejar de considerarla como mero dador de recursos y sumidero de residuos? Una naturaleza que a través de diferentes eventos nos alerta, nos pone en situación y aun así no logramos considerarnos parte de ella. Inundaciones, sequías, contaminación (y sus efectos) e incluso una pandemia global son llamados de atención que nos invitan a repensar nuestras acciones, no solamente entre los vínculos entre individuos, sino como sociedad a escala local, regional y global.

Mucho se habló sobre la esperanza y la nueva normalidad luego de la pandemia, y muchos esperanzados –donde ingenuamente me incluyo– advertimos que la ambición, el poder y el individualismo parecen ser manifestaciones del “gen egoísta” dominante de la naturaleza humana. Sin embargo, e irremediablemente, la naturaleza con sus leyes inquebrantables seguirá su evolución como lo ha hecho durante millones de años. La cuestión es si lo hará con el hombre integrado a la naturaleza, con el hombre sin la naturaleza –atendiendo a un positivismo tecnológico ingenuo e imposible que ya muestra sus grietas y externalidades– o la naturaleza readaptada por las acciones antrópicas, pero sin el hombre. ¡Jaque mate!

Sin embargo, mi pregunta persiste: ¿cómo conectarnos con la naturaleza? Hemos vivido, vivimos y viviremos en un mundo de gran complejidad, en una sociedad urbana construida y dependiente del suelo, el agua, la energía y los alimentos. Estos elementos básicos fueron, son y serán la fuente de nuestro sustento. La “realidad” nos indica que debemos reconectarnos, y mi pregunta se repite como un mantra: ¿cómo conectarnos con la naturaleza? ¡Jaque!

Roberto Esteban Miguel: Licenciado en Diagnóstico y Gestión Ambiental (Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires), magíster en Ingeniería Ambiental (UTN-Facultad Regional La Plata) y doctor en Ciencias Exactas (Facultad de Ciencias Exactas-UNLP). Investigador del INTA, Centro Regional Catamarca y La Rioja, Estación Experimental Agropecuaria Chilecito.