Cuando el pueblo llora a un hombre es porque éste ha sido bautizado con el agua bendita de la lágrima de aquellos a los que la justicia no les llega, de aquellos que solo se hacen escuchar cuando pueden encontrar a alguien que grite por ellos, alguien que sea capaz de no tentarse con el cálido y cómodo silencio del poder.

¿Por qué hay lágrimas en mi teclado si no soy el mas futbolero de los hombres?

Sin embargo, he sido incapaz de no quedarme hipnotizado en la pantalla si jugaba el Diez. ¿Qué había allí, además de ese talento excepcional?

Había el indómito reflejo de no quedarse encasillado en las respuestas obvias, en el paso previsible, sino la fantasía emancipadora, de encontrar la hendija de donde surja lo impensado.

¿Por qué lo llora el pueblo?

¿Y por qué no?, si con él vivieron las alegrías más grandes, que por un rato hacen olvidar las penurias de la pobreza; porque no van a vivir la tristeza profunda que los deja sin un representante, sin un capitán...

Hoy quiero evitar las metáforas obvias de gambetas y de goles sobre la hora, de Odiseas consabidas de Fiorito hasta París. Quiero también dejar de lado mi oficio de psicoanalista, y no hablar de identificaciones, de narcisismos ni de duelos...

Solo quiero decir que D10s ha muerto y el mundo es, aunque sea por un rato, un páramo yermo...

Hasta siempre Diego…

Osvaldo Rodriguez es profesor adjunto Psicoanálisis Freud Cátedra I (Facultad de Psicología Universidad de Buenos Aires).