Si nunca te quise especialmente fue porque sentía que había otros y otras que te querían mejor que yo. Hoy comprendo que vos nos querías más que nosotros a vos. Parece un juego de palabras pero es cierto. Nos protegías, decías lo que hubiésemos querido decir, hiciste lo que soñamos. Nosotros te veíamos, instalados en la penumbra, pero quien ponía el cuerpo eras vos. ¿Qué estarán sintiendo los arribistas, los cobardes, los fachos, ahora que te fuiste? Un alivio mezclado con la superstición de que resucites o el fervor quieto que les inspira sentir que pese a que eras para ellos lo negro del mundo, representabas una lucecita en sus vidas grises. 

Don Ángel Zof -con quien compartí algunos cafés y al que le regalé un poema que hablaba de él- me dijo una vez: “Usted me debe apreciar mucho para escribir eso dedicado a mi persona, pero le digo la verdad y no se ofenda, no lo entiendo mucho”. Yo quizás viva escribiendo oraciones incomprensibles; ustedes hacen maravillas y milagros. Por eso siento que nunca pude amarte especialmente. Estábamos lejos y vos eras idolatrado como un dios tributario de podios y enseñanzas, resurgiendo de tus cenizas.

Recuerdo el día que murió Ugo Tognazzi. Estaba en La Ribera encarnando. Y a las horas con una tanza en la mano me enteré de que tu corazón había tenido un hachazo. Jamás volví a pescar. Esa tarde rompí el diario: ambos artistas me habían alargado la vida; yo estaba sano y ellos no. 

Te decían Dios pero nunca aclaraste que eso no servía de mucho. Es una coraza pesada que sí se mancha. Con óxido y adulaciones. Y Dios no estaba en el cielo barnizado de oro del Vaticano ni menos aún en tus piernas. Dios no existe. Solo prevalece la belleza de los que lo crean, no de los que le creen. Y si propusiste belleza eras un fabricante igual a la de los que la ejecutan anónimamente y resultan ser diositos y diositas comunes, como todos quienes intentan una vida mejor. Solo que la pantalla amplía las siluetas y las torna monstruosas. Y nos alejan. Te llenaron demasiado de alabanzas, de cánticos y en eso eras irresistible. Hoy que te velan, veneran y sepultan como a una momia sagrada, debo decirte que nunca te quise especialmente. Prefería los héroes menores, casi anónimos, de cafés y campitos. Los que uno podía palpar. Vos estabas lejos y tan alto que decidí no quererte más de la cuenta. Pero alguien debía hacer lo que se tenía que hacer: desafiar a los poderosos, abrazarse con los cuestionados, con los “peligrosos” del mundo y además salir en las fotos sonriendo con un habano al estilo del Che. 

A Güemes lo traicionaron. A San Martín lo trampearon. A Belgrano lo esquivaron. A Moreno lo envenenaron. Y así… No, no te estoy comparando con ellos; sería otro error que no se puede cometer con vos. Sos más bien un jefe mapuche que resistió cuando pudo al ataque del huinca. La negrada peronista en los basurales. Los mulatos, esclavos e indios que fueron al frente de la batalla anticolonial y murieron por nosotros. Eso que no enseñan en ninguna escuela porque hay que esconder la verdadera historia. A lo mejor dejamos mucho trabajo en tus manos. No lo sé. Los pavotes como yo que escribimos estas necrológicas mezquinamente poéticas entendemos menos que vos al mundo, pero continuamos como pavos reales creyéndonos místicos y humildes.

Deberíamos callarnos un poco. Y hacer más. Yo reconozco que te amé menos de lo que te amaron muchos y muchas, que no te quise especialmente. Pero siendo las siete de la tarde del 27 de noviembre del 2020 cierro esta nota y me encuentro lagrimeando.

 

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