Ya no importan cuáles sean las razones del éxito de Donald Trump. Ganó porque reivindicó de manera cabal un flujo de ideas que se extienden por el mundo como una mancha viscosa. No es tanto él un problema y sí quienes lo siguen. Los que se sienten representados por sus barreras aduaneras, con el levantamiento de un muro contra inmigrantes, a favor de la expulsión de los indocumentados o toleran sus agresiones sexuales a las mujeres y la burla a un discapacitado. En suma, los que apoyaron a un candidato imprevisible al que se proclama contrario al establishment para justificar por qué se votó cómo se votó contra la corporación política de Estados Unidos. Esa que con sus miserias e hipocresía encarna Hillary Clinton, la candidata derrotada. Más parecida a Margaret Thatcher que a una heroína demócrata.
Si los dos candidatos fueron definidos como los peores de la historia (qué podría decirse de los Bush o antes de Nixon) habría que admitir que se votó mal. No hubo un voto en blanco destacable que expresara un sentimiento de rechazo. Ni a las dos restantes opciones por izquierda, que se devoró la polarización.
Masivamente, casi en partes iguales, unos apoyaron el mantenimiento del statu quo –que ya sabemos lo que implica cuando se trata de la política exterior de Estados Unidos– y repudiaron a un candidato machista, xenófobo y difamador de las minorías. Otros lo hicieron por un cambio que se asemeja a un salto al vacío, pero depositando su resentimiento en el otro, sea musulmán o centroamericano.
En México, un analista de Televisa comparó a la República de Weimar con la situación actual de EE.UU. Habló del advenimiento de un nuevo führer. Y trazó una analogía entre los mexicanos que viven en Estados Unidos con los judíos en los tiempos previos a la Alemania nazi. Parece desmesurado, pero es lo que se piensa del empresario al sur del río Bravo. Ya lo había dicho el presidente Enrique Peña Nieto al compararlo con Hitler. México teme ahora lo peor. 
El advenimiento de ideas reaccionarias, segregacionistas, racistas, que bien podrían escarbarse en las páginas de un clásico como La huella de nuestros miedos, del francés Georges Duby, nos devuelve a la Edad Media. Justamente, el tema por excelencia del prestigioso francés. Siempre hubo un otro en quien depositar nuestros temores a partir de la cosmovisión que se tiene del mundo. Esa transferencia de las frustraciones hacia lo desconocido, las epidemias, el más allá, los pueblos extraños e invasores durante el Medioevo de los que hablaba Duby. 
Trump remachó el clavo sobre ese monstruo alado que viene a robarles el trabajo a los estadounidenses. Le creyeron. Lo siguieron. Lo votaron. Y ganaron con él. Lo increíble es que enfrente se paralizaron las potenciales víctimas de la política que piensa llevar adelante. Los inmigrantes con o sin papeles. Los negros que no salieron a votar en buen número por la candidata demócrata, contra lo que sostenían algunos medios. Dos días antes de la elección, El Nuevo Herald de Miami titulaba: “Malas noticias para Trump: latinos y negros acuden en masa a votar en EE.UU”. No pasó.
El problema no es el personaje de Donald pero sí sus sobrinos. Son como dibujos animados que siguen a líderes mesiánicos, que mienten en campaña, que establecen una empatía seductora con el electorado, que le dicen lo que quiere escuchar. Si no, ¿de qué modo puede explicarse que se vote a un empresario multimillonario para frenar el libre comercio? O que en la noche del escrutinio el bunker republicano muestre a mujeres jóvenes con pancartas que dicen: “Mujeres con Trump”.
Podía esperarse que Marine Le Pen, la líder ultraderechista del Frente Nacional francés, felicitara como lo hizo al magnate por su victoria electoral. Pero no que lo votara el 42 por ciento de las mujeres –y entre ellas el 53 por ciento de origen blancoanglosajón– o casi el 30 por ciento de los hispanos a quienes ofendió desde que habían empezado las primarias. Una razón muy fuerte, además de la económica, tiene que haberlos impulsado a hacerlo. Se habló del voto vergonzante a Trump en los días previos y en las horas posteriores al desenlace. Se dijo que nadie se atrevía a defenderlo en público. Ese comportamiento electoral expresa mucho más que un voto sin dueño. 
Demuestra que un conjunto de ideas oscurantistas, racistas y misóginas tuvieron un propalador que las llevó adelante al extremo. No son únicamente patrimonio de Trump. Este espantajo de reality show fue su voz. El nuevo presidente de Estados Unidos es el emergente de ellas. La herramienta que mejor representó la descomposición de una sociedad que se replica también en otros países, pero que si de Estados Unidos se trata, significa cerrar las fronteras al mundo pero sin renunciar a dominarlo, bajo el argumento de recuperar fuentes de trabajo. El lobby de las armas que apoyó al magnate ganador y cuya relación con los asesinatos masivos en universidades, escuelas y discotecas es inevitable. Los inmigrantes aceptados sólo si hacen el trabajo que desechan los blancos y si fuera posible, ni eso. Los negros fusilados en las calles por la policía aun cuando no fueron masivamente a votar. Son algunas características de la nación que se siente representada por el discurso del candidato republicano al que le dieron su apoyo. O al menos, las características de media nación.